
Una vieja historia de leyenda filipina cuenta que, al comienzo de los tiempos, vivían en el cielo 3 hermanos que se querían mucho: el refulgente y caluroso sol, la pálida mas hermosísima luna, y un gallo charlatán que se pasaba el día cantando.
Los 3 hermanos se llevaban realmente bien y acostumbraban a repartirse las labores de la casa. Cada mañana, era el sol quien tenía la misión más esencial que realizar: desamparar el hogar familiar para alumbrar y calentar la tierra. Era muy siendo consciente de que sin su trabajo, no existiría la vida en el planeta. Mientras, la luna y el gallo hacían las tareas familiares, como recoger la cocina, regar las plantas y cuidar sus tierras.
Una tarde, la luna le afirmó al gallo:
– Hermano, ya prácticamente es a la noche. El sol está a puntito de retornar del trabajo y deseo que la cena esté preparada a tiempo. Mientras que termino de hacerla, ocúpate de llevar las vacas al establo ¡Está refrescando y deseo que duerman calentitas!
El gallo, que terminaba de tumbarse en el sofá, respondió de mala gana:
– ¡Ay, no, qué afirmas! He hecho toda la colada y he planchado una montaña de ropa más alta que el monte Everest ¡Estoy agotado y deseo reposar!
¡La luna se enojó mucho! Se aproximó a él, le sujetó por la cresta y realmente seria, le advirtió:
– ¡El sol y trabajamos sin parar y nunca dejamos a un lado nuestras obligaciones! ¡Ya saldrás a llevar las vacas al establo como te he ordenado!
Ni el doloroso tirón de cresta logró amedrentarle; a la inversa, el gallo se reafirmó en su decisión:
– ¡No, no y no! ¡No me apetece y no lo haré!
La luna, perdiendo los nervios, le gritó:
– ¿Ah, sí? ¡Puesto que te lo has ganado! ¡Acá no hay lugar para los vagos! ¡Fuera del cielo por siempre!
Indignada, lo sostuvo fuertemente, echó el brazo cara atrás y con un movimiento firme lo lanzó al espacio dando volteretas, con rumbo a la tierra.
Al cabo de un rato, el sol retornó a casa y se halló con su hermana la luna, que venía de recoger el ganado.
– ¡Hola, hermana!
– ¡Hola! ¿Cómo te ha ido el día?
– Realmente bien, sin novedades. Por cierto… No veo por acá a nuestro hermano el gallo.
La luna enrojeció de saña y levantando la voz, le dijo:
– ¡No está pues acabo de echarle de casa! ¡Es un ególatra! Le tocaba hacer las labores del establo y se negó en definitivo ¡Menudo caradura!
– ¿Qué me cuentas? ¿Estás desquiciada? ¿De qué forma has podido hacer algo de esta manera?… ¡Es tu hermano!
– ¡Ni hermano ni nada! ¡Me puso de muy mal humor! ¡Solo piensa en sí y se merecía un buen castigo!
El sol no daba crédito a lo que escuchaba y se encolerizó con la luna.
– ¡Lo que terminas de hacer es inexcusable! Desde este momento, no deseo saber solamente de ti. Yo voy a trabajar a lo largo del día como siempre y en toda circunstancia y vas a salir a trabajar de noche. Cada uno de ellos va a ir por su parte y de esta forma no volveremos a vernos.
– ¡Mas eso no es justo!…
– ¡No hay más que charlar! En lo que se refiere a nuestro hermano gallo, charlaré con él. Le suplicaré que me despierte cada mañana desde la tierra con su canto para poder proseguir estando en contacto con él, mas asimismo le solicitaré que se esconda en un gallinero por las noches a fin de que no deba verte a ti.
Tal y como cuenta esta historia de leyenda, desde ese instante, el sol y la luna comenzaron a trabajar por turnos. El sol salía muy temprano y cuando retornaba al hogar, la luna ya no estaba por el hecho de que se había ido con las estrellas a dar brillo a la obscura noche. Al acabar su labor, ya antes del amanecer, volvía a casa, mas el madrugador sol ya se había ido. Nunca volvieron a encontrarse ni a cruzar una sola palabra.
El gallo, de qué forma no, recibió el mensaje del sol y se comprometió a despertarle cada mañana con su potente kikirikí. Desde entonces se transformó en el animal encargado de dar la bienvenida al nuevo día. Se habituó realmente bien a vivir en una granja y a ocultarse en el gallinero solamente ver la blanca luz de la luna surgir entre la obscuridad.
Este ritual se ha mantenido a lo largo de miles y miles de años hasta nuestros días. Tú vas a poder revisarlo gozando de un hermoso amanecer en el campo o bien de una bella puesta de sol frente al mar.