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La leyenda del tambor

Cuenta una vieja historia de leyenda de África que hace cientos y cientos de años, por aquellas tierras, los monos se pasaban horas contemplando la Luna. Se reunían por las noches cuando el cielo estaba despejado y se quedaban pasmados ante su belleza. Podían estar horas sin pestañear, maravillados por tanta belleza. De forma frecuente comentaban que si vista desde lejos era tan bonita, de cerca tendría que ser todavía más increíble.


Un día decidieron por acuerdo que, para revisarlo, viajarían hasta la . Como los monos no tienen alas, su única opción era subirse unos encima de otros formando una larga torre. Los más fuertes se quedaron en los puestos de abajo y los más flacos fueron escalando de manera ágil, hasta formar una enorme columna de monos. La torre parecía sólida, mas resultó no ser de esta manera. Era demasiado alta y a los que estaban en la base les fallaron las fuerzas. El resultado fue que comenzó a tambalearse y se desmoronó. Miles y miles de monos cayeron al suelo. Para ser más precisos, cayeron todos menos uno, puesto que el que estaba arriba completamente consiguió engancharse con la cola al cuerno de la Luna.


La pálida Luna se echó a reír. Le parecía muy jocoso ver a ese monito tan simpático colgado boca abajo agitando los brazos. Le asistió a erguirse y, para agradecerle por tan improvisada visita, le obsequió un tambor ¡El mono se puso contentísimo! Jamás había visto ninguno pues en la tierra los tambores aún no existían. La Luna se transformó en su profesora y le enseñó a tocarlo ¡Deseaba que se transformara en un buen músico!


Pero como siempre y en todo momento, todo lo bueno se termina y llegó el instante de retornar a casa. La Luna se despidió con ternura del mono y preparó una larga cuerda a fin de que se deslizara por ella. Solo le hizo una advertencia: no debía tocar el tambor hasta el momento en que llegase a la tierra. Si desacataba, cortaría la cuerda.


El mono prometió que de este modo sería, mas a lo largo del recorrido de bajada no pudo resistir la tentación y, a mitad de camino, empezó a pegar su tambor. El sonido retumbó en el espacio y llegó a oídos de la Luna, que muy enojada, cortó la cuerda. El mono atravesó las nubes y el arco iris a toda velocidad, cayendo en picado sobre la tierra.


¡El golpe fue macanudo! Le dolía hasta el último hueso y se hizo heridas esenciales. Por fortuna, una chica de una tribu próxima le halló tirado al lado de su tambor y, apiadándose de él, le cuidó en su cabaña hasta el momento en que logró recobrarse.


Según afirma la historia legendaria, ese fue el primer tambor que se conoció en África. A los indígenas les agradó tanto de qué manera sonaba que empezaron a fabricar tambores muy similares. Con el tiempo, este instrumento se hizo muy popular y se extendió por todo el continente. Actualmente, de norte a sur, repiquetean tantos tambores, que diríase que la Luna escucha sus tañidos y se siente complacida.

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