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La leyenda del arroz

Cuenta una muy, muy antigua historia de leyenda hindú que, hace cientos y cientos de años, los granos de arroz eran considerablemente más grandes que los que conocemos en la actualidad. Por aquel entonces, su cultivo era esencial para los habitantes de la India, puesto que debido a su enorme tamaño, bastante gente podía alimentarse. La verdad es que prácticamente absolutamente nadie pasaba apetito, en tanto que unos pocos granos en el plato, bastaban para ocupar la tripa y dejar harto a cualquiera.


Los campesinos gozaban aparte de una enorme ventaja ¿Sabes cuál? ¡Puesto que que no hacía falta ir a recogerlos! Cuando los granos estaban maduros, pesaban tanto que se caían solos de sus tallos y rodaban hasta los graneros que, muy habilidosamente, habían sido construidos cerca de las plantaciones a fin de que el arroz entrase de forma fácil por la puerta.


Un año, la cosecha fue increíble. Las plantas de arroz medraron fuertes y robustas y los granos alcanzaron el tamaño más grande jamás visto. Todos creyeron que sus graneros se habían quedado pequeños y que era una pena que, por no poder guardarlo todo, gran parte del cereal se pudriese. La única solución que se les ocurrió fue ampliar sus graneros.


Sin dudarlo ni un segundo, se pusieron manos a la obra. Todos y cada uno de los campesinos, ayudados por sus familias, trabajaron día y noche a fin de que las obras estuviesen terminadas a tiempo. Se dieron mucha prisa y se esmeraron al límite, mas no lo consiguieron: ya antes de terminar las reformas de los guardes, los primeros granos de arroz empezaron a desprenderse de la planta y a rodar hasta sus puertas.


En uno de los graneros a medio hacer, estaba una mujer anciana sentada al lado de la entrada. Vio llegar un grano de arroz y, colérica, se aproximó a él y le dio un pisotón al paso que gritaba:


– ¡Maldita sea! ¡Aún no están ya listos los graneros! ¿No podrías aguardar un tanto más en la planta?


Debido al fuerte golpe, el grano de arroz se rompió en mil pedazos que se extendieron por el suelo. Instantes después, se escuchó una voz suave y melancólica que venía de uno de esos trozos.


– ¡Señora, es una ingrata! De ahora en adelante, no vamos a venir a vuestros hogares, sino vais a ser quienes vais a ir a procurarnos al campo en el momento en que nos preciséis.


Desde ese día, los granos de arroz son pequeños y los campesinos se ven forzados a levantarse cada mañana para efectuar el duro trabajo de recoger este cereal en los humedales.

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