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La casa del Sol y la Luna

Cuenta la historia legendaria que hace miles y miles de años el Sol y la Luna se llevaban tan bien, que un día tomaron la resolución de vivir juntos. Edificaron una casa espaciosa, bonita y muy cómoda, y también empezaron una sosegada vida en común.


Un día, el Sol le comentó a la Luna:


– Había pensado invitar a nuestro amigo el Océano. Nos conocemos desde el comienzo de los tiempos y me agradaría que viniese a visitarnos ¿Qué opinas?


– ¡Es una idea fabulosa! De esta forma va a poder conocer nuestra casa y pasar una tarde con nosotros.


Al Sol le faltó tiempo para ir en pos de su querido y admirado colega, con quien tantas cosas había compartido a lo largo de miles y miles de años.


– ¡Hola! He venido a verte pues la Luna y deseamos invitarte a nuestra casa.


– ¡Oh, mil gracias, amigo Sol! Te lo agradezco de corazón, mas temo que eso no será posible.


– ¿No? ¿Quizá no te apetece pasar un rato en buena compañía? Además de esto, estoy convencido de que nuestra nueva casa te encantará ¡Si vieses lo bonita que ha quedado!…


– No, desatiende, no es eso. El inconveniente es mi tamaño ¿Te has fijado bien? Soy tan grande que no quepo en ningún lugar.


– ¡Despreocúpate! Dentro está todo unido pues no hay paredes, con lo que cabes de forma perfecta ¡Ven, por favor, que nos hace mucha ilusión!…


– Bueno, está bien… Mañana a la primera hora me paso a veros.


– ¡Estupendo! Contamos contigo tras el amanecer.


Al día después, el Océano se presentó a la hora acordada en la casa de sus buenos amigos. Lo cierto es que desde fuera la casa parecía verdaderamente grande, mas incluso de esta forma, le daba apuro entrar. Con timidez llamó a la puerta y el Sol y la Luna salieron a recibirle. Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, se adelantó unos pasos.


– ¡Bienvenido a nuestro hogar! Entra, no te quedes ahí fuera.


Abrieron la puerta completamente y el Océano empezó a invadir el recibidor. En pocos segundos, había anegado la mitad de la casa. El Sol y la Luna debieron elevarse cara lo alto, puesto que el agua les alcanzó a la altura de la cintura.


– ¡Me da la sensación de que no cabré! Va a ser mejor que dé media vuelta y me vaya, chicos.


Pero la Luna insistió en que podía hacerlo.


– ¡Ni se te ocurra, hay lugar suficiente! ¡Pasa, pasa!


El Océano prosiguió fluyendo y fluyendo cara adentro. La casa era gigantesca, mas el Océano lo era considerablemente más. En escaso tiempo, el agua empezó a salir por puertas y ventanas, al paso que alcanzaba la lucerna del tejado. Sus amigos prosiguieron ascendiendo conforme el agua lo cubría todo. El Océano se sintió bastante abochornado.


– Os advertí que mi tamaño es descomunal… ¿Deseáis que prosiga pasando?


El Sol y la Luna siempre y en todo momento cumplían su palabra: le habían convidado y ahora no iban a echarse atrás.


– ¡Claro, amigo! Entra sin temor.


El Océano, al fin, pasó por completo. La casa se llenó de tanta agua, que el Sol y la Luna se vieron obligados a subir aún más para no ahogarse. Sin darse apenas cuenta, llegaron hasta cielo.


La casa fue tragada por el Océano y no quedó ni indicio de ella. Desde el firmamento, chillaron a su buen amigo que le obsequiaban el enorme terreno que había ocupado. Ellos, por su lado, habían descubierto que el cielo era un sitio bien interesante pues había muchos planetas y estrellas con los que tenían bastantes cosas en común. De acuerdo mutuo, decidieron quedarse a vivir allá arriba por siempre.


Desde ese día, el Océano ocupa gran parte de nuestro planeta y el Sol y la Luna lo observan todo desde el cielo.

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