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El secreto del rey Maón

Al este de Irlanda, en una provincia llamada Leinster, reinaba hace muchos años un monarca llamado Maón. Este rey tenía una extrañeza que todo el planeta conocía y a la que absolutamente nadie hallaba explicación: siempre y en toda circunstancia llevaba una capucha que le tapaba la cabeza y solo se dejaba recortar el pelo una vez por año. Para decidir quién tendría el honor de ser su peluquero por un día, efectuaba un sorteo público entre sus súbditos.


Lo realmente extraño de todo esto era que quien resultaba afortunado cumplía su labor mas después nunca retornaba a su casa. Tal y como si se lo hubiera tragado la tierra, absolutamente nadie volvía a saber nada de él pues el rey Maón lo hacía desaparecer. Como resulta lógico, cuando la data de la elección se aproximaba, todos y cada uno de los vecinos sentían que su destino dependía de un juego maldito y también injusto y se echaban a temblar


Pero ¿por qué razón el rey hacía esto? … La razón, que absolutamente nadie sabía, era que tenía unas orejas terribles, grandes y puntiagudas como las de un elfo del bosque, y no aguantaba que absolutamente nadie lo supiese ¡Era su secreto mejor guardado! De ahí que, para cerciorarse de que no se corriese la voz y se enterase todo el planeta, todos los años le cortaba el pelo una persona de su reino y después la encerraba para toda la vida en una mazmorra.


En cierta ocasión el desgraciado ganador del sorteo fue un joven leñador llamado Liam que, contra su voluntad, fue conducido hasta un sitio oculto de palacio donde el rey le estaba aguardando.


– Pasa, chico. Este año te toca a ti cortarme el pelo.


Liam vio de qué forma el rey se quitaba muy de forma lenta la capucha y al instante entendió que había descubierto el conocido secreto del rey. Sintió un pavor horrible y deseos de escapar, mas no tenía otra alternativa que cumplir el orden real. Muy asustado, cogió las tijeras y comenzó a recortarle las puntas y el flequillo.


Cuando acabó, el rey se puso nuevamente la capucha. Liam, temiéndose lo peor, se arrodilló ante él y llorando como un chiquillo le suplicó:


– Majestad, se lo suplico, deje que me vaya! Tengo una madre anciana a la que debo cuidar. Si no regreso ¿quién la va a atender? ¿Quién trabajará para llevar el dinero a casa?


– ¡Bien sabes que no puedo dejarte en libertad pues ahora conoces mi secreto!


– Señor, por favor ¡le juro que jamás se lo voy a contar a absolutamente nadie! ¡Créame, soy un hombre de palabra!


Al rey le pareció un chaval honesto y sintió lástima por él.


– ¡Está bien, está bien, deja de sollozar! Esta vez haré una salvedad y dejaré que te vayas, mas más te vale que nunca le cuentes a absolutamente nadie lo de mis orejas o bien no va a haber sitio en el planeta donde puedas ocultarte. Te aviso: voy a ir a por ti y el castigo que vas a recibir va a ser horrible ¿Entendido?


– ¡Gracias, gracias, gracias! Le prometo, majestad, que me voy a llevar el secreto a el sepulcro.


El joven campesino terminaba de ser el primero en muchos años en salvar el pellejo tras haber visto las espantosas orejas del rey. Aliviado, retornó a su hogar presto a reanudar su apacible vida de leñador.


Los primeros días se sintió totalmente feliz y agraciado pues el rey le había liberado, mas con el tiempo comenzó a encontrara mal pues le resultaba inaguantable tener que guardar un secreto tan esencial ¡La idea de no poder contárselo ni tan siquiera a su madre le torturaba!


Poco a poco el secreto fue transformándose en una obsesión que ocupaba sus pensamientos las 24 horas del día. Esto afectó tanto a su psique y a su cuerpo que se fue desgastando, y se mustió como una planta a la que absolutamente nadie riega. Una mañana no pudo más y desfalleció.


Su madre llevaba una temporada viendo que a su hijo le pasaba algo extraño, mas el día en que se quedó sin fuerzas y se cayó sobre la cama, supo que había caído gravemente enfermo. Agobiada fue a buscar al druida, el hombre más sabio de la aldea, a fin de que le diese un antídoto para curarlo.


El hombre la acompañó a la casa y vio a Liam absolutamente inmóvil y empapado en sudor. Enseguida tuvo clarísimo el diagnóstico:


– El inconveniente de su hijo es que guarda un secreto fundamental que no puede contar y esa responsabilidad está terminando con su vida. Solo si se lo cuenta a alguien va a poder salvarse.


La pobre mujer se quedó sin habla ¡Nunca habría imaginado que su querido hijo estuviese tan malo por culpa de un secreto!


– Créame señora, es la única solución y debe darse brío.


Después de decir esto, el druida se aproximó al tembloroso y pálido Liam y le charló despacio al oído a fin de que pudiese entender bien sus palabras.


– Escúchame, chaval, te voy a decir lo que tienes que hacer si deseas ponerte bien: ponte una capa para no coger frío y ve al bosque. Una vez allá, busca el sitio donde se cruzan 4 caminos y toma el de la derecha. Hallarás un enorme sauce y a él le vas a contar el secreto. El árbol no tiene boca y no va a poder contárselo a absolutamente nadie, mas cuando menos te habrás librado de él de una vez por siempre.


El chaval obedeció. Pese a que se hallaba muy enclenque fue al bosque, halló el sauce y acercándose al leño le contó en voz baja su secreto. De súbito, algo cambió: desapareció la fiebre, dejó de temblar, y recobró el color en sus mejillas y la fuerza de sus músculos ¡Había sanado!


Ocurrió que unas semanas después, un músico que procuraba madera en el bosque vio el gran sauce y le llamó la atención.


– ¡Oh, qué árbol tan increíble! La madera de su leño es idónea para fabricar un arpa… ¡Ya voy a talarlo!


Así lo hizo. Con un hacha muy afilada derruyó el leño y llevó la madera a su taller. Allá, con sus manos, fabricó el harpa con el sonido más precioso del cosmos y después se fue a recorrer los pueblos de los aledaños para recrear con su música a todo aquel que quisiese escucharle.Las armonías eran tan preciosas que de forma rápida se hizo conocido en toda la provincia.


Cómo no, la habilidad musical del arpista llegó a oídos del rey, quien un día le afirmó a su consejero:


– Esta noche voy a dar un banquete para quinientas personas y te ordeno que halles a ese músico del que todo el planeta habla. Deseo que toque el harpa tras los postres con lo que no hay tiempo que perder ¡Ve a procurarlo ya!


El consejero obedeció y el arpista se presentó vestido con sus mejores galas frente a la corte. Al concluir el alimento, el monarca le dio permiso para comenzar a tocar. El músico se situó en el centro del salón, y con mucha finura posó sus manos sobre las cuerdas de su fantástico instrumento.


Pero algo inopinado sucedió: el harpa, fabricada con la madera del sauce que conocía el secreto del rey, no pudo contenerse y en lugar de producir notas musicales charló a los espectadores:


¡DOS GRANDES OREJAS TIENE EL REY MAÓN!


¡DOS GRANDES OREJAS TIENE EL REY MAÓN!


¡DOS GRANDES OREJAS TIENE EL REY MAÓN!


El rey Maón se quedó de piedra y se puso rojo como un tomate por la vergüenza tan grande que le invadió, mas al ver que absolutamente nadie se reía de él, pensó ya carecía de sentido continuar ocultándose por más tiempo.


Muy con dignidad, como corresponde a un monarca, se levantó del trono y se quitó la capucha a fin de que todos viesen sus feas orejas. Los quinientos convidados se pusieron de pie y agradecieron su osadía con un aplauso atronador.


El rey Maón se sintió enormemente liberado y feliz. Desde ese día dejó de llevar capucha y nunca volvió a castigar a absolutamente nadie por cortarle el pelo.

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