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Nasreddín y la invitación a comer – ⭐Cenicientas.es

Nasreddín y la invitación a comer – ⭐Cenicientas.es
Hace muchos años, en la India, vivía un chico inteligente llamado Nasreddín, conocido en toda la ciudad por su sabiduría y agudeza. Siempre estaba rodeado de historias curiosas que enseñaban lecciones importantes. Hoy te contaremos una de esas historias.

Nasreddín tenía un amigo muy rico que vivía en un impresionante palacio. Un día, se encontraron en la calle, y el amigo invitó a Nasreddín a cenar esa noche. Nasreddín, que nunca había tenido la oportunidad de disfrutar de una cena lujosa debido a su situación económica, aceptó con entusiasmo.

Al caer la tarde, Nasreddín se subió a su viejo burro y se dirigió a la casa de su amigo rico. Cuando llegó, quedó asombrado al ver una mansión de mármol rosa rodeada de exuberantes jardines. En la entrada, dos guardias vestidos con uniformes relucientes y armados observaban a todos los que se acercaban.

Nasreddín descendió de su burro y se presentó.

  • Buenas noches, señores. Soy Nasreddín. Mi amigo, que vive aquí, me invitó a cenar esta noche.

Uno de los guardias lo miró de arriba abajo con desprecio y le dijo:

  • Lo siento, pero no podemos permitirte la entrada.

Nasreddín se sintió humillado.

  • ¡Pero si estoy invitado a cenar!…

El guardia no cedía y, con firmeza, le negó la entrada. Nasreddín, sintiéndose rechazado, se dio la vuelta, montó en su burro y se alejó del palacio.

Se sentía maltratado y humillado, pero como siempre, Nasreddín tenía una mente ingeniosa. Decidió buscar ayuda en el sastre del pueblo. Llegó a la casa del sastre, que lo recibió con una sonrisa.

  • Hola, Nasreddín, ¿qué te trae por aquí?
  • Necesito un favor. ¿Podrías prestarme algo de ropa adecuada para ir a cenar a casa de un amigo? Con la ropa que llevo, no me permitieron la entrada.

El sastre accedió con gusto y le proporcionó ropa adecuada. Nasreddín se dio un buen baño y se probó varias prendas hasta encontrar una túnica blanca con bordados de oro y cuello de seda, junto con unas sandalias nuevas y relucientes.

  • ¡Mil gracias, amigo mío! Esto es justo lo que necesitaba. Mañana vendré a devolverte la ropa. No sé qué habría hecho sin ti.
  • No te preocupes, Nasreddín. Te lo mereces y mucho más. Disfruta de la cena.

Con un aspecto pulcro y lleno de confianza, Nasreddín se presentó en la lujosa casa de su amigo rico. Los guardias lo reconocieron, pero esta vez se mantuvieron firmes. Nasreddín solicitó cortésmente que le permitieran la entrada.

  • Estoy invitado a cenar, y mi amigo me espera.

El guardia que lo había rechazado antes sonrió y le hizo una reverencia.

  • Por supuesto, caballero. Puede pasar. Lo recibirán los sirvientes y lo llevarán al salón donde su amigo lo espera.
Nasreddín y la invitación a comer – ⭐Cenicientas.es
Nasreddín y la invitación a comer – ⭐Cenicientas.es

Nasreddín cruzó el jardín y fue recibido por un grupo de sirvientes que anunciaron su llegada. El anfitrión lo recibió con un abrazo y lo sentó en un lugar destacado junto a otros distinguidos invitados.

El primer plato era una deliciosa sopa caliente de verduras. Nasreddín, con un gran apetito, levantó la manga de su túnica y la sumergió en el caldo. Todos los presentes quedaron desconcertados. ¿Por qué hacía eso?

Su amigo, un poco avergonzado por la situación, le preguntó qué estaba haciendo.

  • Nasreddín, querido amigo, ¿por qué metiste la manga en la sopa?

Nasreddín levantó la mirada y respondió con su característica agudeza.

  • Vine aquí con ropa andrajosa y no me permitieron entrar. Luego, me presenté bien vestido y me recibieron con reverencias. Es obvio que mi ropa es más importante que yo, así que permitamos que mi túnica coma por mí.

El anfitrión se sintió abrumado por la vergüenza y se disculpó con Nasreddín. Prometió que nunca más se negaría la entrada a nadie por su aspecto o su situación económica. Nasreddín aceptó las disculpas y disfrutó de la cena más exquisita de su vida.

Conclusión:

La historia de Nasreddín y la lección de la ropa nos enseña la importancia de no juzgar a las personas por su apariencia o su riqueza. Nasreddín, a pesar de su humilde aspecto, demostró su inteligencia y su valía. Esta historia nos recuerda que cada individuo merece ser tratado con respeto y cortesía, independientemente de su situación económica.

En el blog de Cenicientas, puedes encontrar más cuentos, fábulas, biografías, historia del arte y consejos para educar a tus hijos. Así como Nasreddín aprendió a no dejarse llevar por las apariencias, también podemos aprender valiosas lecciones de los cuentos y recursos disponibles en nuestro sitio web. La educación y el respeto son valores fundamentales que debemos transmitir a nuestros hijos, y la literatura infantil es una poderosa herramienta para lograrlo. ¡Descubre más historias y consejos en el mundo mágico de Cenicientas!



Vivía en la India hace muchos años, un chico muy inteligente y despierto llamado Nasreddín. Su sabiduría siempre y en todo momento dejaba pasmados a todos hasta tal punto, que era conocido en toda la urbe. Siempre y en todo momento le sucedían muchas cosas curiosas de las que Nasreddín sacaba una esencial enseñanza. Una de esas historias es la que os vamos a contar.

El muchacho tenía un amigo que vivía rodeado de todo género de riquezas en un imponente palacio. Un día se hallaron por la calle y el rico caballero le invitó a cenar esa noche. Nasreddín, que jamás había tenido la ocasión de gozar de una opípara cena por el hecho de que era pobre, admitió encantado.

Cuando comenzó a caer la tarde, Nasreddín se subió a su famélico burrito para ir a casa de su anfitrión. Era la primera vez que le visitaba y cuando llegó, se quedó deslumbrado al ver ni más ni menos que una gran mansión de mármol rosa rodeada de increíbles jardines. En la entrada, 2 guardas embutidos en un refulgente uniforme y adecuadamente armados, observaban a todo aquel que osaba acercarse.

Nasreddín bajó del burro y se presentó.

– Buenas noches, señores. Tengo por nombre Nasreddín. Su señor, que es amigo mío, me espera para cenar.

Uno de los soldados le miró de arriba abajo con menosprecio. Nasreddín iba vestido con una túnica incolora llena de apaños y unas sandalias deshilachadas que guardaban el polvo de muchos años de empleo. Sin ningún género de miramientos, le afirmó con voz seca:

– Lo siento, mas no puedo dejarle el paso.

Nasreddín se sintió muy insultado.

– ¡Mas si estoy convidado a cenar!…

El soldado no estaba presto a dejarse mentir ¡Un hombre tan rico y también esencial nunca invitaría a un mendigo a su mesa! Se adelantó un paso y mirándole fijamente, volvió a negarse.

– Le repito, caballero, que no puedo dejarle el paso ¡Lárguese de acá ahora o bien deberé echarle por las malas!

El chico se dio la vuelta, se subió al borrico y, atribulado, se distanció del palacio. Se sentía fatal, muy humillado, mas no estaba presto a dejarse machacar por el hecho de ser pobre.

Como siempre y en toda circunstancia, tuvo una ocurrente idea: ir a ver al sastre del pueblo y solicitarle ayuda. Era tarde cuando llamó a su puerta, mas el anciano le recibió con una sonrisa.

– Hola, Nasreddín ¿Qué te trae por acá?

– Vengo a solicitarte un favor. Necesito que me prestes algo de ropa aceptable para ir a cenar a casa de un amigo. Con estas pintas no me dejan entrar en su palacio.

– ¡Despreocúpate! Tengo ropa de más que te va a sentar realmente bien ¡Entra que te la enseño!

El sastre le sugirió que la primera cosa que debía hacer, era lavarse un tanto. Nasreddín, encantado, se dio un buen baño de agua caliente en un barreño y, una vez limpio y perfumado, se probó múltiples prendas hasta el momento en que halló una verdaderamente muy elegante. Se trataba de una túnica blanca bordada con hilo de oro y cuello de seda. Para los pies, unas sandalias de cuero nuevas y relucientes ¡Estaba fabuloso!

– ¡Mil gracias, amigo mío! ¡Es justo lo que precisaba! Mañana voy a venir a devolverte la ropa ¡No sé qué habría hecho sin ti!…

– Despreocúpate, Nasreddín. Eres bueno y te mereces esto y considerablemente más ¡Pásatelo bien en la cena!

Pulcramente vestido y segurísimo de sí, se presentó Nasreddín en la suntuosa casa de su amigo ricachón. Los soldados reconocieron al chico mas esta vez se pusieron firmes. El muchacho solicitó que le abriesen las puertas con mucha formalidad.

– Estoy convidado a cenar y el señor me espera.

El soldado que le había echado un rato ya antes, le sonrió y e inclusive hizo una pequeña reverencia.

– Evidentemente, caballero, pase . Cuando llegue a la puerta le van a recibir los criados que le van a conducir al salón donde el señor le va a estar aguardando.

Así fue; Nasreddín atravesó el jardín y fue recibido por una corte de sirvientes que anunciaron su llegada. El dueño de la casa le dio un abrazo de bienvenida y le sentó a la cabecera de la mesa al lado de otros convidados muy distinguidos de rollizas barrigas ¡Se apreciaba que era gente a la que no le faltaba de nada y que comían de mucho lujo todos y cada uno de los días!

El primer plato era una sopa caliente de verduras. Nasreddín estaba fallecido de apetito y el alimento olía a gloria, mas para sorpresa de todos, en vez meter la cuchase en el caldo, metió la manga derecha de su túnica.

¡Imaginaos las caras de todos y cada uno de los que estaban allá! ¡No sabían a qué se debía esa actitud! ¿Quizás ese chico no conocía las reglas básicas de educación?

Se hizo el silencio. Su amigo, un tanto abochornado por la situación, carraspeó y le preguntó qué le sucedía.

– Nasreddín, querido amigo… ¿Por qué razón metes la manga en la sopa?

Nasreddín levantó la mirada y como siempre y en todo momento, halló las palabras convenientes.

– Vine a cenar con ropas harapientas y no se me dejó pasar. Poco después me presenté bien vestido y me recibieron con reverencias. No cabe duda de que mi ropa es más esencial para que mí, con lo que es justo que la túnica que llevo puesta sea la que tenga el derecho a comer.

El dueño de la casa no sabía ni qué decir. Rojo como un fresón, se levantó y solicitó perdón al joven, prometiéndole que mientras que viviese, nunca se volvería a prohibir la entrada a absolutamente nadie por el hecho de que fuera pobre. Nasreddín admitió sus excusas y después dio buena cuenta de la cena más exquisita de su vida.

Moraleja: Debemos valorar a las personas con lo que son y no por las riquezas que tengan. Nunca desdeñes a absolutamente nadie pues tenga menos que o bien por el hecho de que su aspecto no te guste.

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