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Mercurio y el leñador – Cenicientas.es

Había una vez un leñador que cada mañana asistía a trabajar a un bosque cerca de su hogar. Por allá pasaba un río que estaba dedicado al dios Mercurio. En sus aguas cristalinas, el hombre acostumbraba a refrescarse los días de mucho calor.


Cierto día de verano, el bochorno era tan fuerte que, sudoroso, se aproximó a la ribera para mojarse las manos y la cabeza. En un desatiendo, el hacha que usaba para partir la leña se deslizó de su cinturón y cayó sin antídoto al agua. Por desgracia para él, la corriente arrastró la vieja herramienta y desapareció de su vista.


El infortunado leñador empezó a plañir. Era pobre y el hacha, su único medio de vida.


– ¡Oh, no, qué mala suerte! ¿Qué haré ahora?


El dios Mercurio, que frecuentemente paseaba por allá, le vio tan atribulado que sintió mucha pena por él. Se aproximó despacio para no atemorizarle y se interesó por la causa de su tristeza.


– ¿Qué te sucede, buen hombre? ¿Por qué razón estás tan entristecido?


– El río se ha tragado mi hacha. Ya no voy a poder trabajar más cortando leños pues no tengo dinero para adquirir una nueva. ¿Qué será de mí?


Mercurio le mostró entonces un hacha de oro.


– ¿Es el hacha que has perdido?


– No, señor, no lo es.


El dios cogió un hacha de plata y lo puso frente a los ojos llorosos del leñador.


– ¿Es el hacha que has perdido?


– No, señor, tampoco lo es.


De nuevo tomó Mercurio un hacha de hierro, viejo y oxidado.


– ¿Es el hacha que has perdido?


– ¡Sí, mil gracias, señor, qué alegría!


El hombre estaba feliz y agradecido, mas el dios lo estaba aún más tras revisar que el corazón del humilde leñador rebosaba bondad. Le había ofrecido 2 hachas valiosísimas y el leñador no se había dejado llevar por la ansía ni por la patraña. ¡Era una buena persona que afirmaba la verdad!


– Tu sinceridad tiene premio. Ten el hacha de oro y el hacha de plata. Son para ti. Véndelas y gana un buen dinero. ¡Te lo mereces!


¡El leñador retornó a su casa como desquiciado de contento! Había recuperado su hacha para trabajar y además de esto, el obsequio del dios le dejaría vivir desahogadamente a lo largo de muchos años, puesto que el oro y la plata se pagaban realmente bien.


Al día después se reunió con otros leñadores y les contó la extraña historia que había vivido en el bosque. Uno de ellos, fallecido de envidia, decidió probar suerte para intentar volverse rico asimismo. Esa tarde, se aproximó al río, y cuando verificó que absolutamente nadie le miraba, dejó caer al agua su hacha de hierro. En segundos, un remolino se la tragó y desapareció. Se puso a plañir fingidamente y Mercurio asistió a su encuentro.


– ¿Qué te sucede? Te veo muy entristecido.


– ¡Estoy desolado! Se me ha caído el hacha al río y no sé qué haré ahora…


El dios le mostró un hacha de oro.


– ¿Es el hacha que has perdido?


Al leñador, al ver el hacha de oro relumbrando bajo el sol, le dio un vuelco el corazón. ¡Era su ocasión para forrarse de dinero! Llevado por la avaricia, contestó:


– ¡Sí, sí señor, lo es! ¡Mil gracias!


Pero Mercurio sabía que no era cierto y entró en cólera.


– ¡Debería darte vergüenza! ¡Eres falso y ambicioso! Te vas a ir por dónde has venido sin nada. El hacha de oro proseguirá en mi poder y tu hacha de hierro continuará por siempre bajo el fondo embarrado del río. ¡Cada quien en esta vida tiene lo que se merece!


Mercurio desapareció bajo las aguas y el leñador mentiroso retornó al pueblo maldiciendo y con las manos vacías.


Moraleja:En la vida hay que ser franco. No debemos aprovecharnos de las circunstancias con patrañas pues, generalmente, se volverán contra ti.

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