Saltar al contenido

Los seis Jizos y los sombreros de paja

Portada » cuentos cortos infantiles para niños » Los 6 Jizos y los sombreros de paja

Disfruta de este cuento como quieras

00:00/00:00

Érase una vez 2 ancianos nipones que vivían en una casa humilde y pasaban muchas necesidades. Se ganaban la vida vendiendo, difícilmente, fáciles sombreros de paja que fabricaban con sus manos. Tan pobres eran que llegó el día de Fin de Año y no tenían dinero para adquirir algo singular para cenar y festejar una data tan señalada.

Esa mañana, el abuelo le afirmó a su mujer:

– Querida, el día de hoy es el último día del año y iré al pueblo a ver si consigo vender algo. Con las monedas que gane, voy a traer comida para esta noche ¡Te adquiriré las bolas de arroz que tanto te agradan!

– Realmente bien, querido ¡Me encantaría celebrar el Fin de Año como se merece la ocasión!

El hombre metió 5 sombreros en una bolsa y salió de casa. Cuando llegó a la plaza del mercado, chilló con ganas a fin de que todo el planeta pudiese oírle:

– ¡Vendo sombreros de paja! ¡Sombreros de paja! ¿Alguien me adquiere alguno?

A pesar de que había bastante bullicio, absolutamente nadie se interesó por su mercadería. Tras múltiples horas el hombre se dio por vencido. La fortuna no estaba de su parte. Decidió volver a casa con los 5 sombreros a cuestas y realmente triste por la decepción de llevar los bolsillos vacíos. ¡Qué pena no poder adquirirle las ricas bolas de arroz a su amada esposa!

Una gran nevada le sorprendió a lo largo del camino de vuelta. El frío era intenso y no se veía gente por ninguna parte. Las rachas de aire le lanzaban copos a la cara y su barba comenzaba a congelarse. El campo se volvió completamente blanco y le resultaba extraño ver de qué forma las huellas que dejaban sus pies enseguida desaparecían bajo la nieve.

A mitad del recorrido, pese a que la ventisca cegaba sus ojos, pudo percibir en la distancia 6 esculturas de piedra que representaban 6 dioses. Los Jizos, que es de esta manera como se conocen en el país nipón estas estatuas, tenían las cabezas cubiertas de nieve. El anciano, hombre bueno y espléndido, se conmovió.

– ¡Qué penita, pobres Jizos! Deben estar pasando mucho frío.

A paso lento por la fuerza del viento, se aproximó y les fue retirando la nieve que tenían encima ¡Prácticamente se le congelan los dedos en el intento!

Las esculturas continuaban imperturbables con la mirada clavada en el infinito, mas el anciano les charló con dulzura.

– De este modo vais a estar mejor. Y ahora, por favor, admitid este regalo.

Con complejidad, abrió la bolsa y sacó los 5 sombreros de paja. A cada escultura le puso uno sobre la cabeza mas no tenía suficientes para todas y cada una ¿Qué podía hacer? ¡No iba a dejar a una escultura sin sombrero! Sabía que si se desprendía del suyo, llegaría a casa calado hasta los huesos, mas no lo dudó: se echó las manos a la cabeza, se quitó su sombrero y se lo puso al sexto Jizo. Después, agitó la mano para despedirse y prosiguió el camino de vuelta a su casa.

Cuando llegó era muy tarde y su mujer salió a recibirle. Lógicamente, se quedó muy sorprendida al ver que llegaba con la cabeza al descubierto.

– Mas hombre… ¿De qué manera vienes sin sombrero con el frío que hace? ¡Vas a enfermar!

El anciano le contó que como no había vendido los sombreros se los había regalado todos, incluyendo el suyo, a los 6 Jizos del camino a fin de que no pasasen frío. Después, bajando la mirada con tristeza, le dijo:

– Lo único que siento es no haber podido adquirir las bolas de arroz que tanto te agradan.

Su esposa le abrazó cariñosamente.

– Deja de preocuparte de ahí que, querido. Estoy orgullosa de ti y de tu gran esplendidez. Vamos a ser igualmente felices sin esas bolas y nos apañaremos con cualquier cosa para cenar.

El hombre se desvistió, se dio un baño bien caliente y se puso ropa seca. Después, tomaron juntos un tanto de consomé y se sentaron al calor del fuego de la chimenea. Ya era a la noche cuando oyeron unos ruidos extrañísimos. Se cubrieron con una vieja colcha y se aproximaron a la entrada.

Lo que vieron sus ojos al abrir la puerta fue el mayor regalo de su vida. Sobre la nieve, había montones de bultos llenos de comida, dulces, mantas, ropa y aparejos para la casa. Colgada en uno de ellos, había una nota donde se podía leer:

“Con esto podréis festejar la noche de Fin de Año y vais a tener provisiones para muchos meses. Gracias por quitarnos la nieve y por los bellos sombreros de paja. Os queremos mucha felicidad”.

Se dieron cuenta de que era un regalo de los Jizos para dar las gracias lo bien que el anciano se había portado con ellos. El hombre, conmovido, le afirmó a su mujer:

– Me había equivocado… Semeja que la fortuna sí está el día de hoy de nuestra parte.

Sonriendo, metieron todos y cada uno de los bultos en la casa y pasaron el mejor Fin de Año de sus vidas.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

Estos cuentos asimismo te pueden gustar:

La historia de leyenda del tamborLas 2 culebrasEl cordero envidiosoEl león y el lagoEl burro y el loboEl labrador y la víboraCargando…

El navegador que usas está desactualizado. Las alocuciones no pueden reproducirse. Instala la remata versión del navegador Chrome para aprovechar de todas y cada una de las funcionalidades de los cuentos interactivos

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)