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El secreto de Santi – ⭐Cenicientas.es

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Un cuento intrigante para niños fantasiosos

Santi era un niño que vivía rodeado de comodidades y privilegios. Su padre era un especialista cirujano y su madre una escritora de éxito, con lo que la familia radicaba en una gran casa con jardín, piscina y un garaje en el que dormían 2 vehículos de gama alta. A sus once años no le faltaba de nada: vestía a la última moda, tenía una cuarta parte privado lleno de juegos, y en la pared de su dormitorio colgaba una TV tan grande que más bien parecía una pantalla de cine.

A pesar de su gran fortuna, Santi se pasaba el día con el ceño fruncido y mostrando una actitud tan apática que daba la sensación de estar disgustado con el planeta. Recientemente no aguantaba madrugar y detestaba tener que ir al instituto 5 días a la semana, sobre todo por el hecho de que su maestro le parecía un señor inaguantable y cada vez charlaba menos con sus compañeros de sala. ¿Para qué exactamente fingir que sus temas de charla le parecían interesantes?… Por si acaso esto fuera poco, ni una materia atraía su atención. Desperdiciaba el tiempo mirando a las musarañas y abriendo la boca para soltar estruendosos bostezos cada 2 por 3.

Si hacía buen tiempo, cuando a las 3 acababa la jornada escolar, Santi cruzaba la calle cargado con su mochila y andaba un corto recorrido hasta llegar al Parque de los Almendros. Era su sitio preferido para desconectar de los inconvenientes de matemáticas y la larga lista de capitales de países que le forzaban a memorizar. Una vez allá, acostumbraba a sentarse sobre un banco de madera desde el que podía contemplar una panorámica hermosa de la floresta y del lago con forma de corazón donde siempre y en todo momento chapaleaban varias familias de patos.

Sucedió que, una de esas tardes, se aproximó a su banco frecuente, tomó asiento, y al mirar al frente descubrió que a pocos metros habían puesto una escultura de mármol blanco. Le llamó mucho la atención, puesto que representaba la figura de un niño de su edad, descalzo y cubierto de arrapos, que parecía mirarle fijamente.

– ¡Qué escultura tan deprimente! Podían haber puesto la figura de un príncipe o bien una diosa romana en lugar de la de un harapiento mendigo.

Según pronunció estas palabras, escuchó una voz infantil.

– ¿De veras piensas que solo soy un pedazo de piedra al que un escultor ha dado forma?

Santi dio un respingo y su corazón comenzó a palpitar a toda velocidad. Tras unos segundos de desconcierto, se abanicó con la palma de la mano y trató de recomponerse. ¡El calor de esos primeros días de verano le hacía desvariar!

– ¡Qué susto! Momentáneamente creí que la escultura me hablaba. ¡Va a ser mejor que me vaya!

Se ponía de pie cuando volvió a oír exactamente la misma voz.

– Sí, te charlaba a ti. ¡Espera, por favor!

Santi miró de izquierda a derecha por si acaso algún paseante había oído lo mismo que , mas sorprendentemente absolutamente nadie parecía darse cuenta de nada. Asustado, anduvo unos pasos y se situó al lado de la estatua anclada al pequeño pedestal. A simple vista calculó que el chaval de piedra tenía su edad y estatura, mas cuando lo miró con más detenimiento se estremeció por el hecho de que se parecía mucho a él: exactamente la misma forma ovalada del semblante, los ojos rasgados, la nariz respingona heredada de su abuelo… ¡Era una réplica prácticamente perfecta de sí!

– ¡¿Mas qué pasa acá?!

Se le ocurrió que quizás todo era una parte de un programa de T.V. de esos que gastan gracietas pesadas a la gente que va tan sosegada por la calle, conque se fijó en los árboles próximos por si acaso entre las ramas encontraba alguna cámara oculta. No vio nada extraño y se le erizó la piel. La situación empezaba a generarle pánico.

– Despreocúpate, no estás desquiciado. Por increíble que parezca, me estoy comunicando contigo y únicamente puedes escucharme. Tócame, que te prometo que soy totalmente inofensiva.

Santi obedeció. Supuestamente la escultura era como otra cualquiera: dura, fría y también imperturbable, mas la escuchaba charlar tal y como si fuera un humano de carne y hueso. ¿De qué forma era posible? ¿Empleaba un sistema de telepatía? ¿Alguien la dirigía desde una torre de control? ¡Estaba tan perplejo que ya no era capaz de distinguir si las palabras le entraban por las orejas o bien iban de manera directa a su cerebro!

– ¿Quién eres?… ¿Quién te ha fabricado y por qué razón te semejas a mí?

– La historia es larguísima de contar, mas para resumir te afirmaré que soy el resultado de un increíble experimento científico.

A Santi comenzaron a tremerle las piernas como flanes y se puso tan inquieto que pensó que iba a desmayarse.

– ¿Un experimento? ¿De qué forma esos que salen en las películas de ciencia ficción?

– ¡Preciso, has dado en el clavo!

Su cara se desencajó y apreció que el sudor le caía a chorros por el cuello.

– No tienes nada que temer; lo comprenderás cuando te lo explique.

– ¡Puesto que no sé a qué estás aguardando!

– Un conjunto de especialistas lleva años trabajando en un esencial centro de investigación de esta urbe con un objetivo: conseguir que todos y cada uno de los niños que viven acá sean felices.

Santi suspiró de forma profunda.

– ¡Ah, vale, eso no semeja peligroso!

– No, no lo es, mas se requieren muchos años de trabajo para desarrollar un proyecto tan complejo.

– ¡Ah! ¿Sí?

– ¡Ni te lo imaginas! Han cooperado decenas y decenas de especialistas y se ha invertido mucho dinero en la tecnología más avanzada que existe. Por fortuna, todo ha salido maravillosamente y los resultados son insuperables.

A Santi la historia le sonaba a pura fantasía, mas estaba tan intrigado que no podía dejar de escucharla.

– La primera cosa que han debido hacer es instalar un sistema de radares singulares en todos y cada uno de los distritos de la urbe.

– ¿Radares?… ¿Para qué exactamente?

– Para advertir las emociones de las personas desde el instante en que nacen hasta el día que empiezan su vida adulta, esto es, a lo largo de toda la niñez y adolescencia.Si algún radar registra que algún niño o bien joven precisa ayuda, el centro de investigación pone en marcha el Plan de Rescate Sensible.

– ¿El plan de rescate qué?

– De rescate sensible. Despreocúpate, se trata de algo muy sencillo: estudian el inconveniente para saber por qué razón es infeliz, y el laboratorio diseña un tratamiento a la medida para terminar con su tristeza.

Santi estaba totalmente desvariado, tal y como si estuviese en una película futurista o bien se hubiese adelantado quinientos años en el tiempo.

– ¿Y qué hacen precisamente? ¿Te pinchan con jeringuillas gigantes? ¿Te meten en cabinas para percibir ondas de choque? ¿Te rodean la cabeza con cables y te conectan a un generador eléctrico?

– ¡Ja, ja, ja! ¡Qué va! ¡Menudas ocurrencias tienes! Los métodos para curar emociones son variadísimos y ninguno duele ni nada semejante. En tu caso, han decidido fabricar una escultura con tus rasgos usando una impresora 3D y un dispositivo de sonido de nueva generación. O bien sea… ¡!

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Santi se sintió insultado.

– ¿En mi caso? ¿Qué deseas decir con eso?

– Puesto que que he venido para asistirte. ¡Me han desarrollado solamente para ti!

– ¡¿Qué?!

– Lo que oyes. Estoy acá para tener una charla contigo pues soy tu medicina sensible.

El chico se indignó, y con determinado menosprecio, miró a la escultura de arriba abajo.

– ¡Qué bobadas afirmas, no necesito ayuda! Además de esto, no eres mi otro . Vale, te semejas a mí físicamente, mas vas con ropa vieja, no llevas zapatos…

La escultura puso en marcha el tratamiento singular, que como ya habrás adivinado, consistía en hacerle meditar.

– Sí, llevas razón. Soy una versión un tanto diferente de ti. Afirmemos que represento lo que podrías haber sido si no hubieses natural de una familia rica y de buena situación. ¿Alguna vez has pensado de qué manera sería vivir en un distrito pobre, en una casa sin agua ni calefacción? ¿Te imaginas tu vida sin chocolate, sin tu reproductor de audio digital o bien sin esas zapatillas tan modernas que calzas?

Santi fue franco.

– No, lo cierto es que no.

– Puesto que muchos chicos de tu edad viven con poquísimo, afirmaría que con prácticamente nada, en muchos lugares del planeta. En verdad, no hace falta salir de nuestra urbe para hallarlos.

El chaval se encogió de hombros.

– Ya, mas no tengo la culpa de eso.

La escultura le dio la razón.

– ¡Desde entonces que no! Absolutamente nadie escoge dónde nace y hay personas con más suerte que otras desde la cuna, mas todos tenemos la capacidad de mudar ciertas cosas haciendo un pequeño esmero.

– Ya, bueno, si lo dices…

– Nuestros radares han detectado que , teniéndolo todo, sufres una enorme insatisfacción.

Santi sintió mucho agobio, mas el chaval de piedra fue concluyentes.

– Sé honesto contigo mismo: tienes tanto que te sientes apabullado y no gozas de prácticamente nada. Habrías de ser muy feliz y, no obstante, te pasas el día murmurando y comportándote de forma inadecuada.

Por alguna razón, el niño tuvo ganas de desahogarse con ese extraño compañero de charla.

– Sí, recientemente todo me aburre y no me apetece hacer nada.

– ¡Bravo, reconocerlo es ya un paso! ¿Por qué razón piensas que te sucede algo de esta manera?

– No lo sé, de veras que no lo sé.

– Estás afligido, aburrido, y estar mal contigo asimismo te distancia de la gente. Sé que ya no te queda más que un buen amigo.

Santi estaba a puntito de echarse a plañir.

– Sí, lleva por nombre Jorge, mas no le veo mucho recientemente. No me extraña, en ocasiones resulto inaguantable.

– ¿Ves de qué forma van saliendo las cosas? Tú lo que precisas es recuperar la ilusión. Cierra los ojos y, a lo largo de unos segundos, piensa en algo que te haría feliz.

El niño obedeció y se puso a meditar.

– Puesto que me conformaría con menos cosas materiales a cambio de estar más con Jorge, como en los viejos tiempos.

La escultura comprobó todos y cada uno de los datos recibidos, activó su chip solucionador de inconvenientes y, de manera automática, consiguió una receta adaptada para Santi :

– Mi propuesta es la siguiente: ¿Por qué razón no sugieres a tu amigo que te asista a escoger todos esos juguetes que ya no utilizas? Seguro que la mayor parte están prácticamente nuevos y otros niños los van a poder aprovechar. Cuando hayáis llenado varias bolsas, tus progenitores te aconsejarán a dónde llevarlos. ¡Esa experiencia va a hacer que te sientas mucho mejor contigo y te va a enseñar a valorar lo que tienes!

– No es mala idea…

– ¡Misión cumplida! Hasta siempre y en todo momento, mi querido doble humano.

Y, de súbito, sucedió algo asombroso: la escultura, que hasta ese instante no se había movido por el hecho de que como resulta lógico las esculturas jamás se mueven, le guiñó un ojo y se difuminó. Despareció de su vista tal y como si nunca hubiese existido.

A Santi prácticamente se le corta la respiración. Allá estaba , parado en la mitad del parque, preguntándose si todo había sido un sueño, una alucinación, o bien sencillamente se estaba volviendo tarumba. En todo caso, tuvo la impresión de que en su interior algo había alterado, tal y como si se hubiese encendido una lucecita al final de un obscuro túnel.

Se fue corriendo a casa, llamó por teléfono a su amigo Jorge y le contó lo que tenía pensado hacer.

– ¿Te apetece asistirme, amigo?

– ¡Cuenta conmigo, voy para allí!

Media hora después, los 2 niños se pusieron a abrir guardarropas y a elegir muñecos, juegos, puzles… Un montón de cosas más que llevaban años olvidadas en los cajones. Lo metieron todo en bolsas y después fueron al porche de la entrada. Santi deseaba solicitar consejo a su padre.

– Papá, deseo donar muchos de mis juguetes. ¿Podrías aproximarnos a algún sitio donde los precisen de veras?

El hombre, que estaba tumbado en una hamaca leyendo una novela, respondió entusiasmado:

– ¡Por supuesto que sí! Conozco el lugar perfecto.

Echó una ojeada a su reloj de muñeca.

– Si mis cálculos no fallan, ya está abierto. Creo que nos va a dar tiempo. ¡Vamos!

Se dieron prisa en cargar el maletero del vehículo y asistieron a la sede de una O.N.G. que se dedicaba a recoger juguetes de segunda mano. Germán, el directivo, les recibió con los brazos abiertos.

– ¡Gracias por vuestra visita! Es fabuloso que vengáis a conocer nuestras instalaciones y que tengáis tantas ganas de aportar vuestro grano de arena.

Santi estaba muy contento.

– Mi amigo Jorge y hemos juntado más de treinta juguetes y un montón de libros, mas me agradaría saber cuál va a ser su destino.

Germán, encantado, se lo aclaró:

– Una parte se va a repartir por diferentes centros de salud a fin de que los niños enfermos puedan entretenerse a lo largo del tiempo que estén ingresados. ¡No os imagináis cuánto les favorece y ayuda a superar los malos instantes!

Santi y Jorge aplaudieron encantados.

– Y la otra se obsequiará a familias desfavorecidas que no tienen suficiente dinero para adquirir a sus hijos ni un simple muñeco de harapo. Para muchos pequeños percibir uno de estos juguetes va a ser uno de los días más apasionantes de su vida, os lo aseguro.

Santi debió hacer un enorme esmero para no ponerse a plañir, desbordado por la emoción.

– ¡Por favor, por favor, llévaselos lo antes posible!

Germán se rio.

– ¡Despreocúpate! Mañana una furgoneta de la organización se ocupará de que todos lleguen a su destino en perfectas condiciones.

Santi y Jorge se abrazaron. Terminaban de hacer algo verdaderamente bonito por el resto y los 2 sintieron que ese acto fortalecía su amistad.

– Gracias por tu ayuda, Jorge. Ha sido excelente pasar el día contigo organizando todo esto.

– ¡De nada, amigo! Si te semeja, la próxima semana podrías venir tú a mi casa y asistirme a repasar mis cosas. ¡Seguro que lograremos completar ciertas cajas más para traerle a Germán!

– ¡Como es natural!

Completamente alegres se despidieron del directivo de la O.N.G., salieron a la calle y subieron al vehículo aparcado en la puerta. ¡El tiempo había pasado volando y ya prácticamente era la hora de cenar! Padre y también hijo llevaron a Jorge a casa, y después reiniciaron la marcha por las carreteras medio vacías del centro. El niño, sentado en el asiento de atrás, estaba brillante de dicha.

– ¿Sabes una cosa, papá?

– Dime, hijo.

– El día de hoy me he dado cuenta de lo agraciado que soy. No estoy en mi derecho a estar todo el día quejándome por estupideces.

– Me alegro de que afirmes eso, Santi. Jamás es tarde para pararse a valorar las cosas que de veras valen la pena, y lo bonito que es ser solidario con los que menos tienen.

– Creo que de mayor deseo ser como Germán. ¡Desde mañana voy a estudiar mucho y cualquier día voy a hacer algo grande por el resto!

– Eso es fabuloso, cariño. Todavía eres pequeño, mas durante los años vas a ir descubriendo tu vocación; si al final te decides por una profesión que sirva para prosperar el planeta, tu madre y nos vamos a sentir muy orgullosos.

De camino al hogar pasaron por delante del Parque de los Almendros. Santi aproximó su carita al cristal de la ventana y, pese a que estaba anocheciendo, distinguió su banco preferido, la enorme floresta y el brillo del lago en el fondo. Sin retirar la mirada, preguntó a su padre:

– Papá, ¿consideras que en la actualidad existen radares potentes que controlan las psiques de los humanos?

– ¡¿Mas qué afirmas?! ¿Te hallas bien?

– ¡Lo digo de verdad! ¿Crees posible que los habitantes de esta urbe seamos una parte de un enorme experimento científico?

El hombre se partió de risa.

– ¡Ja, ja, ja! ¡Uy, hijo, qué cosas tan extrañas se te pasan por la cabeza! ¡Creo que deberías ver más reportajes de historia y menos cine fabuloso!

A Santi se le escapó una sonrisilla y, en ese momento, decidió que guardaría su pequeño gran secreto el resto de su vida.

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