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Los deseos ridículos – Mundo Primaria

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Había una vez un leñador tan pobre que ya no tenía ilusiones en esta vida. Estaba desalentado por el hecho de que nunca había tenido suerte. Su vida era trabajo y más trabajo. Nada de lujos, nada de viajes, nada de diversiones…

Un día, paseando por el bosque, empezó a lamentarse en voz alta, pensando que absolutamente nadie le escuchaba.

– No sé lo que es buena comida, ni dormir en sábanas de seda, ni tener un día de asueto para haraganear un tanto ¡La vida no ha sido buena conmigo!

En ese momento, se le apareció el enorme dios Júpiter con un rayo en la mano. El leñador, muy asustado, se echó cara atrás y, tapándose los ojos, comenzó a gritar:

– ¡No me haga nada, señor! ¡Por favor, no me haga nada!

Júpiter le calmó.

– No temas, amigo, no voy a hacerte ningún daño. Vengo a probarte que te protestas sin fundamento. Deseo que te des cuenta por ti de las cosas que verdaderamente valen la pena.

– No entiendo lo que desea decir, señor…

– ¡Escúchame atentamente! Te voy a dar una ocasión que vas a deber aprovechar realmente bien. Solicita 3 deseos, los que desees, y te los concederé. Eso sí, mi consejo es que pienses bien lo que vas a solicitarme, pues solo son 3 y no hay marcha atrás.

En cuanto afirmó estas palabras, el dios se difuminó en el aire levantando una nube de polvo. El leñador, encantado, echó a correr cara su casa para contarle todo a su mujer.

Como os podéis imaginar, su esposa se puso como ida de contenta ¡Al fin la fortuna había llegado a sus vidas! Comenzaron a charlar de futuro, de todas y cada una de las cosas que deseaban adquirir y de la cantidad de lugares lejanos que podrían visitar.

– ¡Va a ser excelente vivir en una casa grande rodeada de un jardín lleno de magnolios! ¿Verdad, querida mía?

– ¡Sí, sí! Y por fin vamos a poder ir a París ¡Afirman que es hermoso!

– ¡Puesto que me agradaría cruzar el océano Atlántico en un enorme navío y llegar a las Américas!…

¡No cabían en sí de gozo! Dejaron volar su imaginación y se sintieron muy agraciados. Pasado un rato se aliviaron un tanto y la mujer puso un tanto de orden en todo el tema.

– Querido, no nos intranquilicemos. Estamos muy conmovidos y no podemos meditar con claridad. Decidiremos bien los 3 deseos ya antes de decirlos para no confundirnos.

– Llevas razón. Voy a servir un tanto de vino y lo vamos a tomar al lado de la chimenea mientras que conversamos ¿Te apetece?

– ¡Buena idea!

El leñador sirvió 2 vasos y se sentaron juntos al calor del fuego. Estaban felices y algo más apacibles. Mientras que tomaban, el hombre exclamó:

– Este vino está bastante bueno ¡Si tuviésemos una salchicha para acompañarlo sería perfecto!

El pobre leñador no se percató de que con estas palabras terminaba de elaborar su primer deseo, hasta el momento en que una gran salchicha apareció ante sus narices.

Su esposa dio un grito y, muy airada, empezó a reprocharle.

– ¡Vas a ser tonto…! ¿De qué manera desperdicias un deseo en algo tan absurdo como una salchicha? ¡No vuelvas a hacerlo! Ten cuidado con lo que afirmas o bien nos vamos a quedar sin nada.

– Tienes razón… Ha sido involuntariamente. Voy a tener más cuidado la próxima vez.

Pero la mujer había perdido los nervios y proseguía riñéndole sin parar.

– ¡Eso te pasa por no meditar las cosas! ¡Habrías de ser más prudente! ¡Mira que solicitar una salchicha!…

El hombre, harto de percibir reprensiones, terminó poniéndose inquieto asimismo y respondió con saña a su mujer:

– ¡Vale, vale, cállate ya! ¡Deja de charlar de la maldita salchicha! ¡Esperemos la tuvieses pegada a la nariz!

La saña y la ofuscación del instante le llevó a decir algo que, realmente, no deseaba, mas la cuestión es que en el momento en que lo soltó, sucedió: la salchicha salió volando y se incrustó en la nariz de su linda mujer tal y como si fuera una gran verruga colgante.

¡La pobre leñadora prácticamente desfallece del susto! Sin comerlo ni tomarlo, ahora tenía una salchicha gigante en la cara. Se miró al espéculo y vio con horror su nuevo aspecto. Procuró quitársela a tirones mas fue imposible: esa salchicha se había pegado a ella para toda la vida.

Con lágrimas en los ojos y también procurando supervisar la ira, se viró cara su marido con los brazos en jarras.

– ¿Y ahora qué hacemos? Solo podemos elaborar un último deseo y las cosas se han torcido bastante, como puedes revisar.

Efectivamente, la resolución era espinosa. Tratando de preservar la calma, se sentaron a deliberar sobre de qué forma emplear ese deseo. Había 2 opciones: solicitar que la salchicha se despegase de la nariz de una vez por siempre, o bien aprovechar para solicitar oro y joyas que les dejarían vivir como reyes el resto de su vida. Lo que estaba muy, muy claro era que a una de las 2 cosas debían abandonar.

La mujer no deseaba ser portadora de una salchicha que afease eternamente su precioso semblante, y el leñador, que la amaba, no deseaba verla con ese aspecto monstruoso. Al final se pusieron conforme y el hombre, levantándose, exclamó:

– ¡Que la salchicha desaparezca de la nariz de mi mujer!

Un segundo después, la exorbitante salchicha se había volatizado. La chavala recuperó su belleza y se sintió feliz de que fuera de nuevo exactamente la misma de siempre y en todo momento.

La posibilidad de ser millonarios ya no existía, mas en vez de sentir frustración, se abrazaron con mucho amor. El leñador entendió, como Júpiter le había advertido, que la genuina dicha no está en la riqueza, sino más bien en ser felices con las personas que deseamos.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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