Una mañana húmeda y radiante, un conjunto de verdes y bromistas ranitas salió al bosque a dar un camino. Eran 5 ranas amiguísimas que, como siempre y cuando se juntaban, iban groando y dando brincos para divertirse.
Desafortunadamente, lo que prometía ser una alegre jornada se truncó cuando 2 de ellas calcularon mal el salto y cayeron a un lúgubre pozo.
Las otras 3 corrieron a asomarse al filo del orificio y se miraron atribuladas. La más grande exclamó horrorizada:
– ¡Oh, no! ¡Nuestras amigas están perdidas, no tienen salvación!
Negando con la cabeza comenzó a gritarles:
– ¡Os habéis caído en un pozo hondísimo! ¡No podemos asistiros y no procuréis salir por el hecho de que es imposible!
Las 2 ranitas miraron cara arriba agobiadas ¡Deseaban salir de ese obscuro túnel vertical a toda costa! Comenzaron a saltar sin reposo probando de todas y cada una de las formas posibles, mas la distancia cara la luz era demasiado grande y demasiado pequeñas.
Otra de las ranas que las observaba desde la boca del pozo, en lugar de animarlas, se unió a su compañera.
– ¡Es inútil que desperdiciéis vuestras fuerzas! ¡Este pozo es formidablemente profundo!
Las pobres ranitas prosiguieron intentándolo mas o bien no llegaban o bien se daban de bruces contra las escurridizas paredes cubiertas de musgo.
La tercera rana asimismo insistió:
– ¡Dejadlo ya! ¡Dejad de saltar! ¿No veis que vais a haceros daño?
Las 3 hacían aspavientos con las patas y gritaban todo cuanto podían para persuadirlas de fracasarían en el intento. Por último, una de las 2 ranitas del pozo se persuadió de que llevaban razón y decidió rendirse; anduvo unos pasos, se acorrucó en un rincón y se abandonó a su suerte.
La otra, en cambio, siguió combatiendo como una jabata por salir a la superficie. Estaba sudorosa y agotada mas ni en broma pensaba resignarse. En lugar de eso, paró unos segundos para recuperar fuerzas y concentrarse en su objetivo. Cuando se sintió preparada, aspiró todo el aire que pudo, cogió carrerilla y se impulsó tal y como si fuera una saltadora olímpica. El brinco fue tan veloz y preciso, que lo logró ¡Cayó sobre la yerba sana y salva!
Una vez afuera su corazón proseguía latiendo a mil por hora y prácticamente no podía respirar a raíz del tremendo sacrificio que había hecho. Sus amigas le abanicaron con unas hojas y poquito a poco se fue relajando hasta el momento en que recobró la calma y se habituó a la cegadora luz del sol. Cuando vieron que podía charlar, una de las 3 ranas le dijo:
– ¡Es increíble que hayas podido salir pese a que os chillábamos que era una misión imposible!
Ella, muy sorprendida, le contestó:
– ¿Decíais que no lo procuráramos?
– ¡Sí, claro! Nos daba la sensación de que nunca lo lograríais y deseábamos evitaros el mal trago de fallar.
La rana suspiró.
– ¡Uf! ¡Puesto que menos mal que como estoy un tanto sueca no comprendía nada! Todo lo opuesto ¡Os veía agitar las manos y creía que nos animabais a proseguir!
Gracias a su sordera la rana no escuchó las palabras de desanimo y luchó sin reposo por salvar su vida hasta el momento en que lo consiguió.
La otra ranita, que sí se había rendido, vio el triunfo de su amiga y volvió a recobrar la confianza en sí. Se puso de pie, se armó de coraje y asimismo aspiró una enorme bocanada de aire; después, con una potencia más propia de un puma, se impulsó dando un salto increíble que remató con una doble voltereta.
Sus 4 amigas la vieron salir del pozo como un cohete y se quedaron pasmadas cuando cayó a sus pies. La reanimaron igual que a su compañera y cuando se halló bien, se fueron a sus casas groando y dando brincos como siempre y en toda circunstancia.
Moraleja: Muy frecuentemente dejamos de opinar en nosotros mismos, dejamos de pensar que somos capaces de hacer cosas, por el hecho de que el resto nos desalientan. Confía siempre y en toda circunstancia en tus capacidades y lucha por tus sueños. Prácticamente nada es imposible si pones en ello todo tu corazón.