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La mona – Cenicientas.es

En una urbe del sur de España había un caballero riquísimo, muy rico, que vivía rodeado de todos y cada uno de los lujos y comodidades que uno pueda imaginar. Sus negocios le dejaban gozar de un montón de caprichos, como una casa rodeada de jardines y sirvientes que le hacían reverencias en todo momento. Tenía caballos, valiosas obras de arte y su mesa siempre y en toda circunstancia estaba llena de manjares y frutas exóticas venidas de los lugares más lejanos del planeta.


De todas y cada una de las posesiones que tenía, había una por la que sentía singular cariño: una mona muy simpática que un amigo le había traído de África. Como era un hombre soltero y sin ocupaciones esenciales, se dedicaba a cuidarla y a jugar con ella todo el día. La tenía tan permitida que la sentaba con él a la mesa, le desembrollaba el pelo con peine de marfil y la dejaba dormir al lado de la chimenea sobre cojines de seda ¡Ni la mismísima reina vivía mejor!


Por si esto fuera poco la monita era muy presumida, con lo que el amo de forma frecuente le obsequiaba broches, nudos y todo género de ornamentos a fin de que se sintiese la más guapa del planeta.


Cuenta la historia que un día de verano se fue de compras y apareció en la casa con un vestido ideal. Estaba confeccionado con lonas de colores refulgentes y tenía 2 volantes de encaje que quitaban el hipo. La mona se lo puso encantada y fue corriendo a verse en el espéculo.


– ¡Oh, es increíble, mas qué requeteguapa estoy!


La muy presumida se puso sobre la cabeza un sombrero de fieltro azul y se halló tan muy elegante, que creyó que todo el planeta debía verla. De ahí que, sin meditar bien las consecuencias, tomó una alocada decisión: escaparse por la ventana esa noche y cruzar el estrecho de Gibraltar para llegar a África. Su destino era Tetuán, la tierra en la que había nacido y donde todavía vivían sus familiares y amigos de la niñez.


Mientras se distanciaba de su agradable vida, por su cabeza solo rondaba un pensamiento:


– ¡Deseo que mis conocidos vean lo guapa y elegante que soy! ¡Me lanzarán miles y miles de piropos y voy a ser la envidia de todas y cada una!


No se sabe realmente bien de qué forma lo hizo, mas la cuestión es que al amanecer, la mona apareció por sorpresa ante sus congéneres. Como había imaginado, la rodearon pasmados y se pavoneó de acá para allí tal y como si fuera un pavo real. Monas de todas y cada una de las edades empezaron a aplaudir y a exclamar admiradas.


– ¡Oh, qué guapa está!


– ¡Qué vestido tan bonito! ¡Ha de ser muy caro!


– ¡Qué envidia!… ¡Nosotras desnudas y luciendo un atuendo digno de una princesa!


La orgullosa mona estaba encantada con el recibimiento. Apreciaba que había ocasionado sensación y que charlaban de ella tal y como si fuera alguien verdaderamente esencial ¡Percibir continuos halagos le generaba tanto placer!…


– Ha de ser una mona famosísima en España, pues esas ropas no las lleva cualquiera.


– Sí, seguro que sí… ¡Qué fina es y qué gracia tiene al caminar!


– ¡Además de esto tiene pinta de ser realmente inteligente! ¡A lo mejor es la presidente de España y nosotros sin enterarnos!


La fascinación que ejercitaba sobre todos era evidente por el hecho de que aun los machos del clan tampoco pudieron resistirse a sus encantos. En verdad uno de ellos, el mono más viejo y más sabio, tuvo una idea que deseó compartir con el resto. Se subió a una roca y levantó la voz.


– Como sabéis, el día de hoy hemos tenido el honor de percibir a una miembro señalada de la comunidad que, con lo que se ve, ha llegado lejísimos en la vida. Mañana vamos a partir todos cara el sur del continente y planteo que sea nuestra ilustre convidada quien dirija la expedición.


¡El aplauso fue unánime! ¡Qué idea tan buena! A absolutamente nadie se le ocurría un aspirante mejor para guiarles en un viaje tan largo y peligroso.


Cuando amaneció, todas y cada una de las familias de monos con sus crías a las espaldas empezaron una larga travesía con la pizpireta mona al frente. Como es natural tomó el mando encantada de ser la protagonista y les fue llevando por donde mejor le pareció: atravesó bosques, vales, desiertos, ríos y cenagosos pantanos, mas lo único que logró, fue perderse. Su sentido de la orientación era nulo y no tenía ni la más remota idea de de qué manera llevar al conjunto a su destino.


Lo que iba a ser un viaje de pocas horas se transformó en un terrible periplo de una semana. Los pobres animales deambularon a lo largo de días de un lado a otro, sin comida, escasos de agua y con magulladuras por todo el cuerpo. Cuando al fin llegaron al sur de África, las familias estaban agotadas y con la sensación de que no habían perdido la vida de milagro.


El anciano mono, como líder que era, volvió a dirigirse a la manada.


– ¡Llegar hasta acá prácticamente nos cuesta un desazón! Nos hemos dejado embaucar por la belleza y elegancia de esta mona en lugar de por su experiencia. Dimos por hecho que, como era una mona distinguida, asimismo era una mona inteligente. De todo esto, debemos sacar una enseñanza: las apariencias engañan y al final, siempre y en toda circunstancia se descubre lo que uno es realmente.


La mona, abochornada, se quitó sus suntuosas ropas y reconoció su ignorancia. No por ser más preciosa y vestir ropas muy, muy caras dejaba de ser una mona como todas las otras. Desde ese día se integró con humildad en el conjunto y retornó a la vida que le correspondía al lado de los de su especie.


Moraleja: Cada persona es como es. Todos debemos sentirnos orgullosos de nuestras cualidades, mas carece de sentido intentar aparentar que tenemos talentos y habilidades que no tenemos. Y es que con razón afirma el refrán: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

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