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La mochila – Cenicientas.es

Se cuenta que hace muchos siglos, Júpiter, el dios de los romanos, mandó llamar a todos y cada uno de los animales de la tierra. Deseaba reunirlos a fin de que le contaran de qué manera se sentían y si había alguna cosa que les preocupara, sobre todo con relación a su aspecto físico.


– Os he citado esta tarde pues deseo saber de qué manera estáis. Si hay algo de vuestro aspecto que os preocupa o bien deseáis presentar alguna protesta, contad conmigo que procuraré asistiros a buscar una solución.


Todos se miraron sorprendidos y sin saber qué decir. Viendo que ninguno se animaba a charlar, Júpiter tomó la iniciativa.


– A ver… Por poner un ejemplo, , monita ¿Hay algo de ti que no te guste y que desees mudar?


– ¿Yo? Uy, no señor, me siento encantada con mi cara y con mi cuerpo. Tengo suerte de ser un animal afinado y diligente, no como mi amigo el oso, que como ve está gordito y semeja una croqueta gigante.


Júpiter procuró al oso con la mirada. Allá estaba, deseando opinar. Con un ademán, le alentó a que lo hiciese.


– Gracias por dejarme decir lo que pienso, señor. No estoy conforme con la mona. Es verdad que no soy diligente como , mas tengo un cuerpo proporcionado y un pelaje muy precioso, no como el elefante, que es pesado, torpe y tiene esas orejas tan grandes que prácticamente las arrastra por el suelo cuando pasea.


El elefante, por su tamaño, estaba en el fondo del salón del trono. Levantó su trompa para solicitar permiso.


– Di cuanto quieras, elefante.


– Lo que ha dicho el oso es una bobada ¡Ser grande y pesado es una enorme virtud! Me deja ver al oponente a una gran distancia y me transforma en un animal prácticamente invencible. Las orejas son útiles abanicos y prácticamente jamás tengo calor. En cambio, mire el avestruz, que tiene unas orejas que ni se le ven y un cuello demasiado largo ¡Su cuerpo sí que es estrafalario!


El avestruz frunció el ceño y, adelantándose un paso, se plantó frente al dios.


– ¡Ese paquidermo no sabe lo que afirma! Soy uno de los animales más veloces que existen y no cambiaría mi cuerpo ni por todo el oro del planeta. Mi cuello es fino y muy elegante, no como el de la pobre jirafa, que sí que es más largo que un día sin pan.


Todos se viraron para encontrar a la jirafa que, dignísima, levantó la voz a fin de que Júpiter y todos y cada uno de los presentes la escuchasen bien.


– ¡Qué absurdo lo que afirma el avestruz! ¿Lamentarme yo de mi largo cuello? ¡Todo lo opuesto, es fabuloso! Lo veo todo y alcanzo los frutos de las ramas más altas a las que absolutamente nadie llega y que solo puedo saborear ¡Mala suerte tiene la tortuga, que es tan baja que se pasa el día tragando el polvo del suelo!


Júpiter comenzaba a hartarse de la situación, mas hizo un barrido con los ojos buscando a la pacífica tortuga. Sí, allá estaba asimismo, ubicada entre un can y un gato, por si acaso brotaban riñas entre ellos. Con voz fatigada, le cedió la palabra.


– A ver, tortuga… ¿Tú qué debes decir sobre esto? ¿Es verdad que tragas polvo?


– ¡Ja, ja, ja! ¡Menuda tontería! Con cerrar la boca es suficiente. Si hay algo que agradezco a la naturaleza es la fortuna de llevar la casa siempre y en todo momento a cuestas. Me siento protegida en todo instante y no debo preocuparme de buscar cobijo. Pienso en lo mal que lo pasan otros como el sapo, siempre y en toda circunstancia a la intemperie, y eso sí que me da lástima.


El dios Júpiter se levantó disgustado y con su bastón de mando, dio un golpe en el suelo que resonó como un trueno.


– ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Cada uno de ellos de vosotros os creéis perfectos y estáis muy equivocados! Todos tenéis defectos pues ningún animal del planeta lo tiene todo, mas sois inútiles de verlo. Solo distinguís los fallos que tienen el resto que están a vuestro alrededor y esa es una actitud feísima por vuestra parte.


La sala se quedó en lo más mínimo silencio. Ni la mosca se atrevió a zumbar y se quedó posada sobre el espinazo de una burrita que escuchaba al dios con las orejas gachas.


– De veras os digo que cada uno de ellos de vosotros lleváis una mochila cargada con vuestros defectos a la espalda para no verlos, y en cambio, una bolsa con los defectos del resto sobre el pecho, para verlos en todo instante.


Y dicho esto, Júpiter, agotado, disolvió la asamblea y se fue a reposar con la esperanza de que alguno de esos animales cambiara su comportamiento en el futuro.


Moraleja: En general, vemos los defectos que tienen otras personas mas no nos percatamos de que asimismo tenemos varios. Es bueno meditar, percatarse de que todos cometemos fallos y ser buenos y justos en el momento de juzgar a el resto. Absolutamente nadie es perfecto.


 

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