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La liebre y la tortuga – Cenicientas.es

En el campo vivían una liebre y una tortuga. La liebre era muy veloz y se pasaba el día corriendo de acá para allí, al paso que la tortuga paseaba siempre y en toda circunstancia con aspecto agotado, puesto que no en balde debía aguantar el peso de su gran caparazón.


A la liebre le hacía mucha gracia ver a la tortuga arrastrando sus gorditas patas, al tiempo que a ella le bastaba un pequeño impulso para saltar de forma ágil. Cuando se cruzaban, la liebre se reía de ella y acostumbraba a hacer comentarios guasones que como es lógico, a la tortuga no le parecían nada bien.


– ¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja! A ese paso no vas a llegar a tiempo a parte alguna ¿Qué vas a hacer el día que tengas una urgencia? ¡Acelera, acelera!


Un día, la tortuga se hartó de tal manera, que se encaró a la liebre.


– Tú vas a ser veloz como el viento, mas te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera.


– ¡Ja, ja, ja! ¡Uy que me parto de risa! ¡Mas si hasta una babosa es más veloz que ! – respondió la liebre mofándose y riéndose a quijada batiente.


– Si tan segura estás – insistió la tortuga – ¿Por qué razón no probamos?


– ¡Cuando desees! – respondió la liebre con chulería.


– ¡Realmente bien! Nos vamos a ver mañana a esta hora al lado del campo de girasoles ¿Te semeja?


– ¡Perfecto! – asintió la liebre guiñándole un ojo con cara de arrogancia.


La liebre dando saltitos y la tortuga con exactamente la misma calma de siempre y en toda circunstancia, se fueron cada una por su parte.


Al día después las dos se reunieron en el sitio que habían convenido. Muchos animales asistieron como público, puesto que la nueva de tan curiosa prueba de atletismo había llegado hasta los límites del bosque. Una familia de vermes, a lo largo de la noche, se había encargado de hacer surcos en la tierra para marcar la pista de competición. La zorra fue escogida para marcar con unos palos las líneas de salida y de meta, al paso que un inquieto cuervo se preparó a conciencia para ser el árbitro. Cuando todo estuvo a punto y al grito de “Preparados, listos, ya”, la liebre y la tortuga empezaron la carrera. La tortuga salió a paso lento, como era frecuente en ella. La liebre, en cambio, salió disparada, mas viendo que le llevaba mucha ventaja, se paró a aguardarla y de paso, se burló un tanto de ella.


– ¡Venga, tortuga, más deprisa, que me aburro! – chilló fingiendo un bostezo – ¡Como no corras más esto no tiene emoción para mí!


La tortuga alcanzó a la liebre y esta volvió a dar varios saltos para situarse unos metros más adelante. Nuevamente la aguardó y la tortuga tardó múltiples minutos en llegar hasta donde estaba, puesto que andaba muy despacio.


– ¡Te lo afirmé, tortuga! Es imposible que un ser tan calmado como pueda competir con un animal tan diligente y atleta como .


A lo largo del camino, la liebre fue parándose múltiples veces para aguardar a la tortuga, persuadida de que le bastaría correr un poco en el último instante para llegar la primera. Mas algo sucedió… A pocos metros de la meta, la liebre se quedó dormida de puro tedio con lo que la tortuga le adelantó y dando pasitos cortos mas seguros, se situó en el primer puesto. Cuando la tortuga estaba a puntito de cruzar la línea de meta, la liebre se despertó y echó a correr lo más veloz que pudo, mas ya no había nada que hacer. Vio con sorprendo y también impotencia de qué forma la tortuga se levantaba con la victoria y era vitoreada por todos y cada uno de los animales del bosque.


La liebre, por vez primera en su vida, se sintió abochornada y nunca volvió a reírse de la tortuga.


Moraleja: en la vida hay que ser humildes y tener en consideración que los objetivos se logran con paciencia, dedicación, perseverancia y el trabajo bien hecho. Siempre y en toda circunstancia es mejor ir lento mas a paso firme y seguro. Y como es natural, nunca desprecies a alguien por ser más enclenque, pues a lo mejor un día te hace ver tus debilidades.

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