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La joroba del dromedario – Mundo Primaria

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Al principio de los tiempos no existían los medios de locomoción modernos que ahora tenemos. Si los humanos deseaban transportar semillas para plantar en algún sitio, conllevar aparejos para cultivar la tierra, o bien llevar piedras de un lado a otro para edificar casas, precisaban la ayuda de los animales.

Cuenta una historia legendaria tradicional que, en un pueblo de África, vivía un campesino que trabajaba sin reposo en compañía de 4 animales: un caballo, un burro, un cánido y un dromedario. A los 4 los quería mucho y entre ellos parecían llevarse realmente bien, hasta el momento en que el dromedario comenzó a despreocuparse de las tareas familiares.

Mientras sus compañeros de fatigas trabajaban duro, se tumbaba al sol y pasaba las horas mascando yerba y contemplando el paisaje. Cuando llegaba la noche, el caballo, el burro y el cánido, acababan la jornada de trabajo sin poder desplazar un solo músculo de puro agotamiento. El dromedario, en cambio, aprovechaba la luz de la luna para dar largos y relajantes paseos, puesto que de cansancio, nada de nada.

Llegó un instante en que a los 3 animales les indignó el comportamiento de su amigo caradura y fueron a reprocharlo. El caballo, por ser el mayor, tomó la palabra.

– ¡Eh, oye, ! ¿No te da vergüenza vivir como un rey mientras que nos partimos la espalda trabajando?

El dromedario, con una calma asombrosa, respondió con una sola palabra:

– ¡Joroba!

El caballo, el burro y el can se quedaron soprendidos. El burro, pensando que quizás no había oído bien, habló:

– ¿Se puede saber por qué razón no trabajas como el resto? ¡Estamos muy enojados contigo!

El dromedario no se movió ni un centímetro y tan solo frunció un tanto la boca para musitar entre dientes:

– ¡Joroba!

Los ánimos comenzaron a calentarse. El can gruñó, dio unos giros sobre sí mismo para procurar sosegarse un tanto, y afirmó a sus camaradas:

– ¡Esto es el colmo de los colmos! ¡Vayamos a lamentarnos a nuestro amo y que tome cartas en el tema!

Los 3 en fila india asistieron en busca del campesino, que andaba muy ocupado llenando un caldero en el manantial. El hombre atendió sus protestas y debió darles la razón. Efectivamente, el dromedario llevaba una temporada en plan haragán y con una actitud muy cómoda que no se podía permitir.

En conjunto se aproximaron al animal, que ahora estaba tumbado bajo un árbol mirando con cara boba el desfilar de las hormigas. El amo levantó la voz y le riñó en voz alta.

– ¿Te semeja bonito ser tan insolidario? Acá todos nos esmeramos para poder vivir con dignidad ¡Mueve el trasero y ponte a trabajar!

El dromedario, con un ademán apático, dijo:

– ¡Joroba!

El hombre se persuadió de que era imposible razonar con ese animal tan grande como gandul. Muy disgustado, tomó una polémica resolución.

– Vuestro amigo no desea cooperar, conque sintiéndolo mucho, deberéis trabajar el doble para compensarlo.

El caballo, el burro y el can se indignaron ¡No era justo! Ellos cumplían con sus labores y no tenían por qué razón hacer el trabajo de un dromedario imbécil y remolón. Se fueron de allá echando chispas y una vez lejos, se sentaron a deliberar sobre lo ocurrido.

En eso estaban cuando por su parte pasó un genio del desierto que intuyó que algo sucedía. Muy intrigado, se paró a dialogar con ellos. Los animales, con cara atribulada, le contaron lo mal que se sentían a raíz de la conducta del dromedario y la resolución de su amo. A Dios gracias, el genio, que sabía oír y intentaba ser siempre y en todo momento justo, les ofreció su ayuda para solucionar lo antes posible el espinoso tema.

Regresaron en busca del dromedario y lo hallaron, como era frecuente, tumbado a la bartola. El genio, le increpó:

– ¡Veo que lo que me terminan de contar tus amigos es cierto!

El dromedario miró de reojo y por no cambiar, masculló:

– ¡Joroba!

El genio apretó los puños y se puso colorado como un tomate de la saña que le invadió.

– ¡¿Con que prosigues en tus 13?! ¡Realmente bien, te voy a dar tu justo!

Movió las manos, afirmó unas palabras que absolutamente nadie comprendió, y de pronto, el espinazo del dromedario comenzó a inflarse y también inflarse hasta el momento en que se formó una gran joroba. El genio, sentenció:

– De ahora en adelante, vas a cargar con esta giba día y noche y te nutrirás de ella. No deberás comer diariamente pues ahí vas a llevar tu reserva de comestible. Esto quiere decir que vas a trabajar para el resto, a fin de que tus amigos puedan lograr comida, y no para ti ¡Es tu castigo por haber sido tan egocéntrico!

– Mas yo…

– ¡Nada de impedimentos! ¡Ponte ya a trabajar o bien te impondré una sanción mucho peor!

El dromedario estimó que ya tenía escarmiento suficiente y se puso a faenar mano a mano con el resto. Desde ese momento, todos y cada uno de los dromedarios del planeta cumplen con sus cometidos y en ocasiones sudan la gota gordita por el hecho de que deben llevar a la espalda una incómoda joroba que, probablemente, pesa un montón.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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