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La hija del huevo de avestruz

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Esta es la pequeña y enternecedora historia de un chaval africano que un día conoció la fortuna, mas la perdió por faltar a su palabra.

Seetetelané, que de esta forma se llamaba, tenía veinte años y era muy muy pobre. Vivía solo en una choza y se nutría de pequeños animales que capturaba con sus manos. Cuando no lograba apresar ni una mosca, tragaba frutos silvestres o bien simples raíces que cocía al fuego de una fogata. Vivía en la miseria, nada tenía y con subsistir se conformaba.

En cierta ocasión iba caminando por un camino y se tropezó con un enorme huevo de avestruz. ¡Eso sí era un manjar de los que se hallan una vez en la vida! Brillante de dicha se lo llevó a su hogar y lo puso sobre una mesa fabricada con palos y cuerda.

Se moría de ganas de comérselo, mas como estaba sudoroso y lleno de polvo decidió ir ya antes al río a asearse un tanto. Cuando retornó se halló con algo verdaderamente sorprendente: al lado del huevo de avestruz, había una exquisita y humeante fuente de cordero asado con maíz y verduras que olía a gloria. Se le hizo la boca agua y un hilo de baba se deslizó por la comisura de sus labios.

– ¡¿Mas qué es esto?!… ¿De dónde ha salido esta comida tan deliciosa, digna del mejor de los banquetes ?… ¡Oh, ha de estar exquisita!…

Según afirmó estas palabras, el enorme huevo se resquebrajó y de su interior salió una muchacha esbelta, de ojos almendrados y pelo negro hasta la cintura. Era tan preciosa que Seetetelané se quedó patitieso, inútil hasta de parpadear.

Tras unos segundos que parecieron inacabables, afirmó con voz delicada:

– Gracias por acogerme en tu casa.

– Yo… yo… ¿Has sido quien ha preparado esta comida?

La joven sonrió.

– De esta manera es. ¡Espero que la goces pues está hecha con mucho cariño y esmero!

El joven, aún bastante confuso, asintió con la cabeza y se lanzó al plato sin miramientos. Tenía tanta apetito amontonada que a lo largo de un buen rato no hizo otra cosa que comer y comer con ansiedad hasta el momento en que no quedaron ni las migas.

Entonces , muy sonriente, le dijo:

– ¿Sabes? Si deseas puedo quedarme contigo por siempre, mas solo si cumples una condición.

– ¡Oh, claro, sería estupendo!… Dime qué condición es esa.

– Jamás me llames “hija de huevo de avestruz”, pues si lo haces, me voy a ir por siempre.

Seetetelané se quedó caviloso. La solicitud de su nueva amiga era extraña mas fácil de cumplir.

– Puedes estar sosegada que eso nunca va a suceder. Debería estar borrachísimo para llamarte algo de este modo y solo tomo agua fresca del manantial.

– Espero que estés diciendo la verdad pues no te lo excusaría.

– Te prometo que de ninguna manera y en ninguna circunstancia tomaré alcohol. Confía en mi palabra.

– De acuerdo… ¡Trato hecho!

Las cosas quedaron claras entre ellos y a lo largo de múltiples semanas todo fue de perlas. Primero se hicieron amigos, después se enamoraron y por último, se casaron. Seetetelané proseguía siendo más pobre que las ratas, mas sentía feliz y agradecido por tener a su lado a una compañera tan fantástica.

——-

El tiempo pasó veloz y llegó el primero de los días de la primavera. Como hacía una mañana magnífica la pareja salió a tumbarse sobre la yerba, a pocos metros de su cabaña. Comenzaron a dialogar animadamente y le preguntó:

– Amado mío, dime, ¿cuál es tu mayor deseo?… ¿Cuál es tu sueño inaccesible?

Seetetelané cerró los ojos y se dejó llevar por la imaginación.

– ¡Oh, vaya, la contestación es muy simple! Me agradaría ser rico, tener tierras y vivir en una casa extensa y agradable en lugar de en esta casucha. Bueno, y puestos a solicitar, me encantaría tener ropa nueva y un par de zapatos cómodos, puesto que tengo los pies doloridos y llenos de callos de ir siempre y en todo momento descalzo.

En silencio, la chavala se levantó, dio 3 patadas en el suelo… ¡y se hizo la magia! La desvencijada choza se transformó en una enorme casa de piedra rodeada de campos de cereales; en ellos, múltiples docenas de campesinos de manera perfecta organizados recogían la cosecha. Seetetelané prácticamente desfallece de la impresión.

– ¡Oh, qué ven mis ojos!… Esto… esto… ¡es increíble!

– Lo que ves es para ti; te lo mereces por ser tan bueno y gentil conmigo.

El joven se pellizcó para revisar que no se trataba de una alucinación y al hacerlo sus dedos tocaron la suave túnica de seda que le acariciaba la piel.

– ¡Qué lona tan frágil! Semeja propia de un rey y no de un don absolutamente nadie como .

Absolutamente deslumbrado recorrió su cuerpo con la mirada y se conmovió al descubrir las bellas sandalias doradas atadas a sus tobillos. Iba a decir algo en el momento en que un criado se aproximó para ofrecerle un refrescante jugo de fruta recién hecho.

– ¡Mi sueño se ha hecho realidad! ¡Mi sueño se ha hecho realidad!

Con el corazón a puntito de reventar de alegría, miró a su cautivadora mujer.

– Esposa mía, no solamente me has regalado tu amor, sino has empleado tus poderes para concederme todos y cada uno de los recursos que un hombre puede querer. ¡Gracias, gracias, gracias!

Seetetelané la besó vehementemente. Indudablemente, era la persona más agraciada del planeta.

——-

Pasaron múltiples semanas llenas de paz y gloria hasta el momento en que un día todo se torció. ¿Deseas saber qué ocurrió? Puesto que que una noche asistieron a la celebración de un pueblo próximo, y en la mitad de la música, el baile y las risotadas, Seesetelané perdió el control y comenzó a tomar vino desmedidamente.

Su querida esposa, viendo el riesgo que eso suponía, trató de quitarle el vaso de las manos, mas , absolutamente excedido por los efectos del alcohol, se negó a ceder y le gritó:

– ¡¿Mas qué te habrás creído?!… Este vino está muy bueno con lo que ¡permíteme tomar!

– Mas amor mío, esto no está bien…

– ¡Yo hago lo que me da la real gana!

– Por favor, no tomes más o…

– ¡Lárgate! ¡Tú no mandas sobre mí, hija de huevo de avestruz!

Sí, has escuchado bien: afirmó las únicas palabras que había prometido no decir nunca y ya nada ni absolutamente nadie podría arreglar el daño.

Sobre el semblante de la chavala resbalaron las más grandes y amargas lágrimas, y sin decir nada, como había advertido el primero de los días, se difuminó en el aire y desapareció por siempre.

——-

Seesetelané estaba tan borracho que no se dio cuenta de su torpeza y prosiguió tomando sin parar. Cuando la celebración llegó a su fin se distanció dando tumbos en un estado lamentable y al llegar a sus propiedades descubrió que allá ya no había nada: ni una buena residencia, ni campos de cultivo, ni campesinos, ni criados… Inclinó la cabeza y contempló aterrorizado que estaba de nuevo descalzo y cubierto de arrapos.

Fue entonces cuando aceptó que había perdido sus riquezas, mas sobre todo, que había perdido a quien más deseaba por culpa de su deslealtad. En la mitad de la amargura entendió la relevancia de ser honestos con las personas que de veras nos importan y llenan nuestra vida de amor y dicha.

Arruinado y totalmente desolado, se dejó caer de rodillas sobre la tierra y se puso a plañir a mares. Sabía que viviría el resto de su vida lamentándose de haber infringido su promesa.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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