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La compra del asno – Cenicientas.es

Esta es la historia de un chaval que vivía solo y no tenía más antídoto que buscarse la vida por sí solo. Siempre y en toda circunstancia andaba necesitado de dinero y empleaba todas y cada una de las argucias que se le ocurrían para lograrlo. Si no usaba su imaginación, estaba acabado.


Un día, abrió la despensa y la halló vacía. Se echó las manos a los bolsillos y en ellos no había solamente que un roto por el que se colaban los dedos. Agobiado, procuró por toda la casa algo para vender en el pueblo y ganar unas monedas, mas prácticamente no le quedaban objetos de valor.


La única solución que se le ocurrió, fue deshacerse de su viejo y anémico burro. Salió de la casa y se dirigió al cercado donde el descansaba el animal. El pobre ya solo tenía fuerzas para perseguir moscas con la mirada y dar unas vueltas en ocasiones. Era muy mayor y no estaba para muchos trotes.


– Querido amigo, eres mi única compañía, mas debo venderte ¡No me queda otra alternativa! Te hallaré nuevo dueño que cuide de ti, despreocúpate.


Para sus adentros, el joven creía que poco dinero iba a lograr a cambio de un borrico tan flaco y arrugado.


– Con lo que saque por la venta, no voy a tener ni para comer un par de días. He de meditar algo… Uhm… ¡Sí, ya lo tengo, qué buena idea! Lo voy a vestir con preciosas lonas y hasta le voy a poner cascabeles a fin de que llame la atención. Voy a hacer que parezca un burro joven y distinguido.


El despierto chico se puso manos a la obra. Procuró entre los baúles que tenía en su habitación viejas colchas doradas que habían pertenecido a su madre. Con ellas, cubrió el espinazo del anciano borrico y tapó las calvas de su pelaje. Después, adornó su cabeza con flecos de seda roja y amarilla que halló en un cajón, y colgó cascabeles rodeando su cuello. Sobre la montura puso un cojín de terciopelo y le anudó un enorme nudo en la cola.


¡Cuando acabó, el burro parecía otro! De esta forma de acicalado lo llevó a la plaza del pueblo a fin de que fuera admirado por todos. Como había imaginado, enseguida apareció un comprador, puesto que borrico más muy elegante no lo había en toda la zona.


– ¡Eh, chico! ¿Eres el dueño de ese bello asno?


– Sí, señor… Yo soy.


– Me agradaría adquirirlo. Te doy diez monedas de plata por él.


¡El muchacho estaba encantado! Era una buena cantidad por un burro que ya no podía trabajar y se pasaba el día bostezando, mas disimuló como pudo y se hizo de suplicar para conseguir más beneficio.


– Lo siento… No está a la venta.


El hombre, maravillado por ese animal con tan buen porte y más resplandeciente que el sol, no deseaba dejar escapar la ocasión de quedarse con él.


– Está bien… ¡12 monedas de plata! ¿Trato hecho?


– En fin… Me cuesta mucho desprenderme de este burro ¡Como puede ver , es una joya!… ¡Si me da 15 monedas, es suyo para siempre y en todo momento!


– ¡Admito! ¡Admito!


Se estrecharon la mano para firmar el pacto y el chaval se guardó las 15 monedas a buen recaudo en el saquito que colgaba de su raído pantalón. Mientras que el comprador rodeaba al burro para admirarlo, el joven se distanció y desapareció por el camino del bosque.


¡Estaba feliz! ¡Ni en sus mejores sueños había imaginado conseguir tanto dinero por un burro maltrecho y tan poquita cosa! ¡El plan había salido como lo había concebido!


El inocente caballero, encantado con la adquisición que había hecho, sujetó las bridas y bajó por la calle primordial. De manera casual, se halló con un conocido.


– ¿Has visto qué maravilla de burro tengo? ¡He pagado 15 monedas de plata por él, mas ha valido la pena!


– ¿Estás seguro, amigo?… Vamos a revisar si es cierto que tiene tan buen cuerpo como vestido.


Entre los 2, comenzaron a quitarle todo cuanto llevaba encima hasta el momento en que se quedó desnudo, sin manta dorada, ni flecos de seda, ni cascabeles, ni cojín de terciopelo. Lo que descubrieron, fue un animal flaco de pelo sucio, medio desdentado y con un aliento bastante apestoso. El pobre comprador se llevó un chasco enorme y solo pudo exclamar:


– ¡Yo sí que he sido un borrico por dejarme impresionar por los ornamentos postizos!


Moraleja: No debemos dejarnos impresionar por las apariencias de las cosas, pues muy frecuentemente esconden una realidad que no es tan bonita.

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