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Kitete y sus hermanos – Mundo Primaria

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Había una campesina africana llamada Shindo que vivía en Tanzania, muy cerca del monte Kilimanjaro. No tenía marido ni hijos, conque se pasaba el día sola trabajando en el campo. Cuando llegaba a casa preparaba el alimento, daba de comer a los animales, fregaba los platos y lavaba la ropa. Sin absolutamente nadie que la ayudase, la pobre mujer se sentía siempre y en toda circunstancia cansadísima.

Un día, solamente aparecer la luna y las estrellas en el firmamento, salió a caminar y se quedó mirando la enorme montaña nevada.

– ¡Oh, Gran Espíritu del Monte Kilimanjaro! Me paso los días solita, sin absolutamente nadie con quien compartir las labores ni con quien charlar ¡Ayúdame, por favor!

No una noche sino más bien múltiples fue al mismo sitio a suplicarle al Gran Espíritu, mas este no hizo caso de sus oraciones.

Una tarde, cuando ya había perdido toda esperanza, un ignoto llamó a su puerta.

– ¿Quién es , caballero?

– Soy el mensajero del Gran Espíritu del Monte Kilimanjaro y vengo a asistirte.

La campesina, sorprendida, vio de qué forma el hombre extendía su mano hacia ella.

– Toma estas semillas de calabaza a fin de que las siembres en tu campo. Ellas son la solución a tu soledad.

En cuanto afirmó estas palabras, el extraño emisario se difuminó.

Shindo se quedó desconcertada, mas como no tenía nada que perder, corrió al campo y plantó con mucho esfuerzo el puñado de semillas. Además de esto, las regó y las resguardó con una valla a fin de que ningún animal pudiese hurgar y comérselas.

En unos días las semillas se convirtieron en 5 bellas calabazas. Encantada, se llevó las manos a la cara y exclamó:

– ¡Qué lindas calabazas! Cuando se sequen bien las voy a vaciar y con ellas fabricaré cuencos para meter agua. Después las voy a llevar al mercado para venderlas.

Las metió en un enorme saco y al llegar a casa las colgó en una viga del techo a fin de que se secasen al aire. Todas y cada una menos una que puso al lado de la chimenea.

– Esta calabaza chiquitita es tan mona que me la voy a quedar, no deseo venderla. Voy a ponerla al lado del fuego a fin de que se seque ya antes que el resto.

Esa noche Shindo durmió plácidamente y al amanecer salió a trabajar al campo como todas y cada una de las mañanas de su vida. Mientras que, en su hogar, sucedió algo increíble: ¡las 5 calabazas se convirtieron en 5 niños!

Los 4 que estaban colgados de las vigas llamaron al más pequeño que estaba al lado de la chimenea.

– ¡Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!

Kitete les asistió a descolgarse y cuando pusieron los pies en el suelo empezaron a hacer todas y cada una de las labores de la casa. Para ellos era un juego ameno adecentar, fregar y lavar, con lo que acabaron en un santiamén. Kitete, en cambio, se quedó quietecito a la vera de la chimenea. Toda la noche al lado del fuego le había dejado muy enclenque y sin fuerzas para cooperar con sus hermanos.

Acabado el trabajo Kitete les asistió a subir otra vez a la viga y los 5 volvieron a convertirse en unas anaranjadas y rugosas calabazas.

Una hora después la campesina retornó a la casa y se percató de que todo estaba recogido y resplandeciente.

– ¡Qué extraño!… ¿Quién va a haber entrado acá a lo largo de mi ausencia? ¡Si está todo limpio y ordenado!

Se acostó y no pudo pegar ojo en toda la noche pensando en lo que había sucedido. Tras mucho darle vueltas, lo tuvo claro.

– “Mañana fingiré que trabajaré al campo mas me voy a quedar espiando ¡Necesito saber quién diablos ha entrado en mi casa a escondidas”

Así lo hizo; tras desayunar salió de su hogar mas al llegar a un recodo del camino dio media vuelta y retornó por la una parte de atrás. En silencio, se agazapó al lado de la ventana del comedor.

¡Prácticamente desfallece cuando observó lo que dentro sucedió! Como por arte de birlibirloque ¡las calabazas se convirtieron en niños de veras ante sus ojos!

Con el corazón a mil y sin dejarse ver, escuchó las voces de los 4 que estaban colgados de la viga.

– Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!

Kitete, que proseguía al lado de la chimenea, extendió las manos a fin de que pudiesen bajar sin hacerse daño. Después, como el día precedente, empezaron a adecentar el polvo, a barrer, y a dejarlo todo como los chorros del oro.

Shindo no pudo soportar más y entró por sorpresa haciendo aspavientos y dando muestras de dicha.

– ¡Qué emoción! ¡Mi casa está repleta de niños! Es lo que más he deseado a lo largo de mi vida ¡Por favor, no os convirtáis otra vez en calabazas! Desde el día de hoy, este va a ser vuestro hogar y vuestra madre.

Los muchachitos admitieron encantados y se quedaron a vivir allá.

Pasaron las semanas y los 4 mayores se transformaron en los hijos con los Shindo siempre y en toda circunstancia había soñado: eran guapos, sanos y siempre y en toda circunstancia prestos a asistir en todo. En cambio, el pequeño Kitete prosiguió siendo un niño patológico y de carita triste que se pasaba las horas al lado del fuego. Shindo lo amaba como a el resto, mas no aguantaba verlo ahí, sin hacer nada en todo el día.

Una mañana la mujer atravesó el comedor manteniendo en sus manos una enorme olla de lentejas y involuntariamente tropezó con las débiles y delgaduchas piernas de Kitete. No pudo eludir desplomarse al suelo y que todas y cada una de las lentejas se esparcieran por doquier.

Enfurecida, chilló a Kitete sin compasión:

– ¡Mira lo que ha pasado por culpa tuya! Si no estuvieses ahí, tirado en el suelo como un inútil, no habría tropezado contigo.

Kitete la miraba con ojos llorosos sin poder articular palabra. La mujer prosiguió voceando, absolutamente fuera de sí:

– Tus hermanos son buenos hijos, mas ni tan siquiera te mueves ¡No sé para qué exactamente te has transformado en niño si eres igualmente inútil que cuando eras una calabaza!

Las duras palabras de Shindo tuvieron un efecto devastador: ¡Kitete se convirtió nuevamente en una pequeña calabaza!

¡Qué mal se sintió la campesina cuando se dio cuenta de las brutalidades que había dicho! Corrió cara el fuego llorando desconsoladamente, abrazó la calabaza y la apretó al lado de su pecho.

– ¡¿Oh, no, ¿mas qué he hecho?!… ¡Vuelve, mi querido Kitete! No lo afirmaba en serio… ¡Yo te amo tanto como a tus hermanos! ¡Perdóname, pequeñín, he sido muy atroz contigo!

Pero pese a sus ruegos, la calabaza proseguía siendo una calabaza.

Los 4 hermanos, que estaban corriendo por el jardín, oyeron los lloros y entraron en la casa. Se apenaron al ver a su madre gimiendo y llorando con la calabacita en su regazo.

Se miraron y sin decir nada, escalaron por la viga. Desde allá, afirmaron una vez más:

– ¡Kitete, ayúdanos a bajar, por favor!

Y entonces, sucedió el milagro: la calabaza se transformó de nuevo en un niño, en el dulce y tierno Kitete.

Shindo sintió una emoción inenarrable en su corazón y empezó a besar en sus pálidas mejillas.

– ¡Hijo mío, gracias por volver! Eres más frágil que tus hermanos mas te quiero y te respeto igual que a ellos. No temas, que voy a estar acá siempre y en toda circunstancia para cuidar a ti.

Con mucha ternura sentó al pequeño Kitete en su sitio preferido al lado de la chimenea y le dedicó una dulce sonrisa que reflejaba mucho amor.

A partir de ese día todos respetaron que Kitete fuera diferente y formaron la familia más unida y dichosa que nunca ha vivido a los pies del Kilimanjaro.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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