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En las lejanas tierras africanas vivían una hiena y una mona que eran amiguísimas. A las 2 les encantaba pasar el tiempo juntas, riéndose y cotilleando sobre todo cuanto sucedía a su alrededor ¡Más que hiena y mona parecían 2 cotorras de tanto que charlaban!
Uno de esos días de charla infinita se enzarzaron en una discusión sobre cuál de las 2 era más taimada.
– ¡Querida mona, disculpa que te lo afirme, mas sabes que soy la más hábil de las 2!
– ¡De eso ni hablar, bonita! ¡A despierta no me gana absolutamente nadie!
– ¡Ja! ¡Ya te agradaría tener la velocidad mental que tengo !
– ¿Tú? ¡Vamos, no me hagas reír! ¡Yo sí soy inteligente y veloz en el momento de tomar resoluciones!
Así se pasaron más de una hora las 2 camaradas sin llegar a un pacto. Hartas de pelearse decidieron ir en busca del único hombre que vivía en la zona y que según parece tenía fama de ser una persona bastante buena y justa. Cuando llegaron a su cabaña, el humano les dio una cálida bienvenida.
– ¡Pasad, pasad, estáis en vuestra casa! ¡Ahora os pongo algo para tomar puesto que imagino que vais a estar cansadas!
Mientras la mona tomaba asiento, la hiena acompañó a su anfitrión a la cocina y en voz baja le dijo:
– ¡Deseo decirte algo sin que me oiga la mona! Hemos venido a fin de que nos aclares quién de nosotras es más taimada. Te recomiendo que afirmes que soy por el hecho de que si no voy a venir de noche con mi manada y nos vamos a comer todos tus animales ¿entendido?
El hombre, sorprendido por la desapacible amenaza, se quedó en silencio y retornó al lado de la hiena al salón donde estaba la mona tal y como si no hubiese pasado nada.
Charlaron los 3 un rato, tomaron agua y el hombre se levantó para ir a preparar un plato de galletas. Esta vez fue la mona quien, aduciendo que debía ir al baño, se fue tras él a la cocina. Cuando verificó que estaban en solitario y su amiga no podía escucharla, le sujetó del brazo y le espetó:
– No sé si vas a saber que estamos acá a fin de que nos afirmes cuál de las 2 es más taimada. Evidentemente debes decir que soy o bien deberás ajustarte a las consecuencias: voy a venir con diez o bien 12 monas amigas mías y entre todas y cada una ensuciaremos el agua de ese estanque tan limpio que tienes… ¿Está claro?
El hombre se quedó helado. Ahora era la mona quien le conminaba. Mudo, cogió el plato de galletas y salió de la cocina seguido por el animal.
Reanudaron la charla y, en un instante dado, la hiena levantó la voz.
– Te agradecemos tu hospitalidad y el alimento, que a propósito, estaba muy, muy buena. Ahora deseamos conocer tu opinión sobre un tema muy importante: ¿cuál de las 2 es más taimada?
Tanto la hiena como la mona le miraron fijamente aguardando una contestación conveniente. El hombre se quedó caviloso, se levantó, dio unos pasos, y abrió la puerta de la casa.
– Venid acá y sentaos junto a mí frente al jardín. Tú, hiena, a mi derecha. Tú, mona, a mi izquierda.
Las 2 obedecieron sin chistar.
– Me voy a poner a vuestra espalda y voy a tocar a una con el dedo pulgar. Esa va a ser la agraciada, o sea, la que considero más taimada. Eso sí, vamos a hacer un trato: la que note mi dedo deberá salir corriendo lo más veloz que pueda hasta su casa sin echar la vista atrás ¿conforme?
La mona y la hiena respondieron al unísono:
– ¡Conforme!
Se sentaron quietas como esculturas y, sin que se diesen cuenta, el hombre tocó a las 2 al unísono. La hiena salió pitando cara la derecha y la mona veloz como un rayo hacia la izquierda.
Como te puedes imaginar cada una de ellas creyó ser la ganadora y se fue tan feliz. Por su lado, el hombre, merced a su curiosa idea, consiguió librarse de la pesada pareja de amigas y probar que realmente, el más taimado era .
© Cristina Rodríguez Lomba
Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.
Registrado en SafeCreative.
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