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El zorro y la perdiz

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El pueblo mapuche que habitaba el sur de Chile hace muchos años, contaba un cuento sobre un zorro y una perdiz que ha llegado a nuestros días.

Parece ser que había un zorro que vivía por aquellas tierras que cantaba tan mal, que absolutamente nadie deseaba casarse con él. El animal lo pasaba fatal por el hecho de que no deseaba pasarse el resto de su vida solo, sin una compañera con quien compartir sus alegrías y sus penas.

Cada día ocupaba las horas pensando en una posible solución al inconveniente, mas todas y cada una de las ideas que venían a su cabeza eran demasiado absrudas. Una mañana, se le ocurrió que lo más prudente era solicitar ayuda a alguien que supiese cantar mejor que .

– ¡Decidido! Necesito urgentemente un especialista en el tema, pero… ¿Quién podría echarme una mano? Descartados los corzos, los insectos y las comadrejas ¡Todos esos cantan peor que ! A ver… ¡Ya lo tengo, la perdiz!

Contentísimo pues creía haber encontrado al animal conveniente, salió corriendo a casa de la perdiz jaspeada. Estaba lejos, lejísimos, y cuando llamó 3 veces a su puerta, el sudor le caía a chorros por la frente y tenía las patas doloridas y húmedas por los nervios.

La perdiz, que preparaba el alimento, oyó los golpes y salió. Lógicamente, se amedrentó mucho al ver la cara roja del zorro mediante la mira.

– ¿Qué viene a buscar a mi casa?

– Señora, no deseo incordiarla. Tan solo vengo a solicitarle un favor. Hay algo que me preocupa y no sé a quién recurrir. La aseguro que no tengo pretensión de hacerle ningún daño.

La perdiz no sabía si fiarse de él, mas como tenía un carácter confiado por naturaleza, decidió eliminar el cerrojo y percibir lo que debía contarle ese zorro tan audaz.

– ¡Venga, desembuche, que me tiene en ascuas!

– Va a ver, deseo casarme mas no encuentro novia. Todas y cada una de las hembras que me agradan afirman que canto fatal y no desean saber nada de mí.

– ¡No me extraña! Tiene una boca enorme y de esta forma es imposible entonar algo bonito y afinado.

– Vaya… ¡Puesto que no me había dado cuenta! Por desgracia, eso no tiene solución…

– El zorro bajó la cabeza y una lágrima rodó por su mejilla hasta llegar a la punta de su respingona nariz.

– ¡Se me ocurre algo que puede marchar! Mas claro… Eso no te va a salir sin costo ¡Mi trabajo tiene un coste!

– Señora, prometo darle todo cuanto desee si logra que pueda cantar bien. Puedo traerle joyas, bonitos sombreros y zapatos de cristal a fin de que vaya bien guapa todos y cada uno de los días.

La perdiz confió en él.

– ¡Está bien, trato hecho! Pase y siéntese. Buscaré todo cuanto necesito a fin de que pueda cantar.

El zorro entró en la casa. Era pequeña mas muy coqueta: tenía manteles de encaje en el salón, cajas de semillas organizadas por tamaños en la despensa y las habitaciones decoradas con jarroncitos llenos de flores ¡Desde entonces la perdiz era una dama con buen gusto!

En unos minutos, la afable anfitriona apareció en el salón con una gran aguja y un carrete de hilo negro tan gordito, que más bien parecía sedal para pescar. El zorro puso cara de pavor.

– ¡Mas señora! ¿Qué hará ?

– No se preocupe, confíe en mí ¿Quizás no se ha dado cuenta de que los animales que mejor cantan, tienen bocas pequeñas? ¡Puesto que eso es lo que haré! Voy a coser su boca a fin de que sea chiquitita como la de un jilguero ¡Ya va a ver qué voz de barítono tendrá de acá a un rato!

Al zorro le tremía todo. Le costó mucho estar quieto mientras que la perdiz enhebraba la aguja, y para qué exactamente contar cuando le dió el primer pinchazo en el labio.

– ¡Uy! ¡Uy! ¡Esto duele!

– Aguante un tanto, hombre, que sabe que el refrán afirma que para alardear, hay que padecer.

El zorro soportó estoicamente la operación de reducción de boca y, cuando hubo terminado, se miró al espéculo. Ya no tenía el morro como un buzón, sino más bien una boca de piñón de lo más mona ¡Hasta se veía bastante más atrayente!

– A ver, amigo… Resulta obvio que está más guapo que ya antes. Ahora verifiquemos si ya puede cantar mejor.

El zorro se aclaró la garganta con unos sorbos de agua y comenzó a canturrear una linda balada. Su voz era dulce y armoniosa, capaz de enamorar a cualquiera. En verdad, se podría decir que era prácticamente como la de un ruiseñor. La perdiz sonrió y le miró con satisfacción.

– ¡Bueno, puesto que ya está! ¡Objetivo cumplido! Ya tiene una boca bonita y una voz bella como ninguna. Ahora, cumpla su una parte del trato.

El zorro, que tenía lo que deseaba, empezó a negar todo cuanto había prometido.

– ¿Yo, pagarle a ? ¡Con el daño que me ha hecho! Además de esto, no le he ofrecido nada.

– ¿De qué manera qué no? ¿Qué hay de los sombreros, las joyas y los zapatos de cristal? ¡Mala memoria tiene !

– ¡Mire, no me enfade! ¡Si bien ahora tengo la boca más pequeña, prosigo siendo un zorro y puedo comérmela en cualquier instante!

Al percibir esas palabras, la pobre perdiz sintió terror y salió volando por la ventana de su casa. El zorro, satisfecho, se fue a la suya de lo más contento con su nuevo aspecto.

Un par de días después, dormía el zorro de manera profunda sobre una piedra grande del camino, cuando pasó por allá la perdiz, deseando vengarse. Se aproximó a él y puso su pico prácticamente pegado a su oreja pilosa. Cogió aire hinchando el pecho y pegó un grito realmente fuerte. El zorro se llevó tal susto que dio un bote y abrió la boca completamente. Todas y cada una de las costuras brincaron y, del tirón del hilo, se le quedó aún más grande que ya antes.

La perdiz empezó a reírse en su cara y el zorro se arrepintió de ser tan ingrato. Como es natural, las posibilidades de hallar esposa se desvanecieron por siempre y solo logró una cicatriz de por vida.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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