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El rey sabio – Mundo Primaria

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Hace muchos, muchos años en una urbe de Van a ir llamada Wirani, hubo un rey que regía con solidez su territorio. Había amontonado tanto poder que absolutamente nadie se atrevía a cuestionar ninguna de sus decisiones: si ordenaba alguna cosa, todo el planeta obedecía sin chistar ¡Llevarle la contraria podía tener consecuencias muy desapacibles!

Podría decirse que todos le temían, mas como además de esto era un hombre sabio, en el fondo le respetaban y valoraban su forma de hacer las cosas.

En Wirani solo había un pozo mas era muy grande y servía para aprovisionar a todos y cada uno de los habitantes de la urbe. Día a día cientos de personas asistían a él y llenaban sus tinajas para poder tomar y asearse. De igual modo, los sirvientes del rey recogían allá el apreciado líquido para llevar a palacio. Así, el pobre y el rico, el rey y el campesino, gozaban de exactamente la misma agua.

Sucedió que una noche de verano, mientras que todos dormían, una horripilante hechicera se dirigió silenciosamente al pozo. Lo tocó y empezó a reírse mostrando sus escasos dientes negros y también empapando el aire de un aliento que olía a pedo de mofeta ¡Estaba a puntito de realizar una de sus astutas artimañas y eso le divertía mucho!

– ¡Ja, ja, ja! ¡Estos pueblerinos se enterarán de quién soy !

Debajo de la falda llevaba una bolsa, y dentro de ella, había un pequeño frasco que contenía un líquido amarillento y pegajoso. Lo cogió, desenroscó el pequeño tapón, y dejó caer unas gotas dentro del pozo mientras que susurraba:

– Soy una hechicera y como hechicera me comporto ¡Quien tome de esta agua se volverá totalmente orate!

Dicho esto, desapareció en la obscuridad de la noche dejando una pequeña nebulosa de humo como único indicio.

Unas horas después los primeros rayos del sol anunciaron la llegada del nuevo día. Como siempre y en toda circunstancia, se escucharon los cantos del gallo y la urbe se llenó del trajín diario.

¡Esa mañana el calor era sofocante! Todos y cada uno de los habitantes de Wirani, sudando como pollos, corrieron a buscar agua del pozo para mitigar la sed y darse un baño de agua fría. Curiosamente, absolutamente nadie se percató de que el agua no era la misma y ciertos hasta exclamaban:

– ¡Qué exquisitez!… ¡El agua del pozo está el día de hoy más rica que jamás!

Todos la degustaron salvo el rey, que de manera casual se hallaba de viaje fuera de la urbe.

Pasó el caluroso día, pasó la noche, y el nuevo amanecer llegó como siempre y en todo momento, mas la verdad es que ya nada era igual en la urbe ¡Todo el planeta había alterado! Por culpa del hechizo de la hechicera, hombres, mujeres, niños y ancianos, se levantaron inquietos y haciendo cosas descabelladas. Unos desvariaban y afirmaban cosas sin sentido; otros empezaron a padecer alucinaciones y a ver cosas extrañas por todos lados.

No había duda… ¡Todos sin salvedad habían perdido el juicio!

El rey, ya de regreso, fue adecuadamente informado de lo que sucedía y salió a dar un camino para revisarlo con sus ojos. Los ciudadanos se arremolinaron en torno a él, y al ver que no se comportaba como , comenzaron a meditar que se había vuelto desquiciado de remate.

Completamente trastornados salieron corriendo en tropel cara la plaza primordial para decirse unos a otros:

– ¿Os habéis dado cuenta de que nuestro rey está muy, muy raro? ¡Yo creo que se ha vuelto tarumba!

– ¡Sí, sí, está como una cabra!

– ¡Debemos expulsarlo y que rija otro!

Imagínate un montón de personas fuera de control, absolutamente enloquecidas, que de súbito se persuaden de que las desquiciadas no son , sino más bien su rey. Tanto revuelo se formó que el monarca puso el grito en el cielo.

– ¡¿Mas qué diablos pasa?! ¡Mis súbditos han perdido el seso y creen que el que está ido soy ! ¡Maldita sea!

A pesar de la bastante difícil papeleta a la que debía enfrentarse, decidió sostener la calma y meditar. De manera rápida, anudó cabos y sacó una conclusión que dio en el clavo:

– Ha debido ser por el agua del pozo… ¡Es la única explicación posible! Sí, es obvio que todos han bebido menos y de ahí que me he salvado… ¡Apuesto el cuello a que esto es cosa de la desalmada hechicera!

Mientras reflexionaba, vio de reojo a un ceramista que llevaba una jarra de barro en la mano.

– ¡Caballero, présteme la jarra!

– ¡Acá tiene, majestad, toda suya!

El monarca la sujetó por el asa, separó a la gente a codazos y dando grandes zancadas se plantó frente al pozo de agua sin ningún género de miedo. Los habitantes de Wirani se apelotonaron tras él conteniendo la respiración.

– Con lo que consideráis que el desquiciado soy ¿cierto?? ¡Puesto que realmente bien, ahora pondré solución a esta desquiciante situación!

El rey metió la jarra en el pozo y tomó varios sorbos del agua hechizada. En cuestión de segundos, tal y como había sentenciado la hechicera, aloqueció como el resto.

Y… ¿sabes qué sucedió? Puesto que que los desequilibrados ciudadanos empezaron a aplaudir pues creyeron que por fin el rey ya era como , es decir… ¡que había recobrado la razón!

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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