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El loro y la cacatúa | CUENTOS para niños

Portada » cuentos cortos infantiles para niños » El papagayo y la cacatúa

Cuenta una vieja historia legendaria que hace muchos años los papagayos y las cacatúas, pese a ser familiares próximos y vivir en exactamente el mismo bosque, se llevaban muy mal. Absolutamente nadie recordaba el motivo causante del enfrentamiento, mas la cuestión es que no se podían ni ver y de forma frecuente brotaban entre ellos discusiones y riñas muy desapacibles.

Tan grave era el tema que en determinada ocasión el líder de la enorme familia de papagayos y el líder de la enorme familia de cacatúas tomaron una decisión: dividir el territorio en 2. De acuerdo mutuo, la parte norte del bosque se la quedaron los papagayos y la parte sur las cacatúas. Esto dejó a los dos bandos seguir con sus vidas ignorándose mutuamente, y como resulta lógico las contiendas desaparecieron.

En ese tiempo, un joven papagayo verde de nuca amarilla decidió emprender un viaje de un par de meses para poder ver algo de planeta. Expectante de vivir aventuras planificó cruzar el bosque hasta percibir la playa, y una vez allá, decidir qué rumbo tomar. En su cabeza bullían múltiples ideas, mas la que más le apetecía era colarse en algún navío y navegar cara un exótico y lejano destino.

El inconveniente era que para llegar a la costa debía atravesar obligatoriamente la parte sur, y eso podía traerle serias consecuencias. Ponderó ventajas y también inconvenientes y ganaron los beneficios por goleada, conque al final, optó por correr el peligro.

Salió de su hogar una cálida mañana de verano, inmediatamente después de amanecer, y recorrió volando su querido bosque norte. Se percató de que había llegado a la frontera por el hecho de que se encontró con una larguísima valla de madera. En ella había reforzados múltiples carteles con grandes letras rojas que lanzaban un mensaje amenazante:

“ATENCIÓN LOROS: PROHIBIDO PASAR A LA ZONA SUR. RIESGO DE PRISIÓN”

De los nervios sus patitas comenzaron a tremer tal y como si fuesen de gelatina. Respiró hondo y trató de relajarse virando el cuello en círculos y tomando un tanto de la cantimplora. Cuando se sintió más sosegado se secó el sudor de la frente con un pañuelo, verificó que su brújula funcionaba, y afirmó para sí:

– Temo que acá comienza la parte más difícil del viaje. Como es ya mediodía voy a aprovechar que todos y cada uno de los animales comen en sus casas para superar este reto lo más veloz posible y de manera silenciosa.

El papagayo estaba en forma y brincó la valla con sencillez, mas una vez en territorio extraño creyó que hacer la senda volando le transformaría en un blanco simple de advertir. Lo más seguro era ir a pie y usar las plantas para ocultarse conforme avanzaba.

Esta una parte del bosque le pareció más frondosa y considerablemente más sigilosa que la mitad norte, siempre y en toda circunstancia llena de papagayos venga a chacharear todo el beato día. Con precaución, anduvo a lo largo de un buen rato sin ver a absolutamente nadie y sin percibir solamente que el sonido de sus pisadas sobre la crepitante hojarasca.

De repente, llegó a un arroyo.

– ‘¡Qué bien! Con el calor que hace me va a venir de mucho lujo mojarme poco antes de proseguir.’

Introdujo una patita en el agua, que a propósito estaba helada, y cuando iba a meter la otra apreció que un escalofrío le recorría el lomo. Su intuición le afirmaba que alguien, escondo en algún sitio próximo, le observaba fijamente.

– ‘¡Oh, no, esto es el fin!… Como me haya cogido una cacatúa estoy perdido.’

¡¿Qué podía hacer?! Desgraciadamente, una sola cosa: enfrentarse a la situación de la manera más valiente y digna posible. Se viró muy despacio con las alas en alto, y preguntó:

– ¿Hay… hay alguien ahí?

Vio un matorral agitarse como un sonajero y, tras unos instantes cargados de tensión, contempló desvariado de qué forma de entre sus ramas salía un ave muy blanca que lucía un presumido penacho amarillo en la cabeza. Nuestro amigo sintió que no había visto solamente bonito en su vida.

– ‘¡Oh, qué chica tan hermosa!… ¿Voy a estar soñando?’

Se quedó tan quieto y tan pasmado que fue la que debió acercarse. Cuando estuvieron uno en frente de otro, los 2 jóvenes se miraron embelesados.

– Tú has de ser un papagayo verde de nuca amarilla, de esos que viven del otro lado de la valla ¿cierto??

El papagayo puso cara de tontorrón y afirmó:

– ¡Y eres una cacatúa galerita!… ¿Sabes que eres bella?

Ella asimismo se sonrojó.

– Gracias, eres muy afable, mas ¿deseas explicarme por qué razón estás en nuestro bosque? Bien sabes que la ley nos prohíbe pisar vuestras tierras y a vosotros las nuestras.

El pobre sacudió la cabeza para regresar a la realidad y se puso inquieto nuevamente.

– Lo sé, lo sé… Mi objetivo es lograr la playa ya antes del anochecer. Es peligroso, mas si deseo viajar en navío debo pasar por acá pues nuestra una parte del bosque no tiene costa.

– ¡Puesto que has tenido suerte de hallarte conmigo y no con un vigilante! Por las tardes acostumbran a patrullar esta zona, con lo que como no te des prisa va a ser cuestión de minutos que te cojan.

– Ya veo… ¿Qué me recomiendas que haga?

– Temo que tu única opción alternativa es disfrazarte de cacatúa y hacerte pasar por una de nosotras.

– ¿Estás en broma?… No te burles de mí, por favor.

La cacatúa bajó la voz.

– ¡Hablo de verdad! Tú sígueme, mas calladito a fin de que no nos descubran.

La cacatúa anduvo de puntillas on line recta y el papagayo, confiado, la prosiguió. Al llegar a un sitio del bosque que parecía igual que cualquier otro, la preciosa guía le dedicó una sonrisa y dijo:

– ¡Acá es!

– Acá es… ¿qué?… ¡Yo no veo nada!

La cacatúa levantó la mirada y apuntó un árbol enorme en cuyo leño había un hueco medio tapado con unas hojas.

– Vayamos ahí arriba. Enseguida lo entenderás.

Desplegaron las alas y volando se metieron en el orificio. El papagayo se quedó sorprendido frente a lo que vio.

– ¡Semeja un almacén de harina!

La cacatúa hizo una pequeña corrección.

– No, no lo parece: es un almacén de harina, uno de los múltiples que hay en esta una parte del bosque. La harina se guarda acá arriba a fin de que los roedores, que son unos glotones, no se la coman. Venga, no perdamos tiempo: ¡rebózate en ella tal y como si tal y como si fueses una croqueta!

El papagayo comprendió al momento lo que pretendía. Cogió impulso, se tiró en plancha a la piscina de harina, y se embarró hasta el momento en que su plumaje verde se convirtió en un plumaje totalmente blanco. A la cacatúa le hizo mucha gracia verlo con esa pinta.

– ¡Ay, qué guapo estás!

El papagayo asimismo se rio.

– ¡Ja, ja, ja! Esto es de locos, mas si piensas que puede funcionar…

– ¡Naturalmente que lo creo! Ya solo nos falta fabricar un penacho como el mío y se me ocurre… ¡Ya lo tengo, vamos!

Sigilosamente se aproximaron a una laguna cubierta de extrañas plantas acuáticas totalmente ignotas para el papagayo.

– ¿Ves esas flores flotantes? Se llaman nenúfares y sus hojas son tan amarillas y tan largas como las plumas que llevo en la cabeza. Con unas pocas fabricaré un tocado para ti. ¡Estarás muy mono, ya lo vas a ver!

Dicho y hecho. La resuelta cacatúa se metió en la laguna y cogió 7 o bien 8 hojas de nenúfar. En menos que canta un gallo hizo un plumero de lo más chic y lo puso sobre la cabeza del papagayo.

Una vez completo el atuendo, el joven se aproximó al filo del agua para poder ver su reflejo.

– ¡Mas si parezco una cacatúa de veras! Mil gracias por hacerlo posible.

– Ha sido un placer asistirte. Ahora puedes continuar tu camino sin que absolutamente nadie te detenga, mas por favor, ¡vete ya! La hora de la siesta llega a su fin y de un instante a otro el bosque sur se llenará de animales. ¡Como alguno descubra el engaño te la cargas!

– Yo… yo… ¿Volveré a verte?

El papagayo verde de nuca amarilla se había enamorado absolutamente de la dulce cacatúa galerita, con lo que estuvo a puntito de desmayarse cuando escuchó su contestación.

– ¡Por supuesto que sí! Búscame a la vuelta pues te voy a estar aguardando.

Al percatarse de que sentía lo mismo, se atrevió a darle un beso de amor en el pico.

– ¡Te prometo que lo voy a hacer!

En medio de una confusa mezcla de alegría y tristeza, el papagayo y la cacatúa se despidieron.

Tras el parón de el alimento y la siesta, el bosque volvió a llenarse de vida. Como había presagiado su nueva amiga, de entre las sombras comenzaron a salir seres de todo género, incluidas docenas de cacatúas galeritas. Se formó un enorme jaleo y el papagayo disfrazado debió esmerarse por sostener la calma y sacar a resplandecer sus dotes de actor. Sin borrar la sonrisa de la boca y también imitando los ademanes y la grácil forma de moverse de las aves blancas, fue recorriendo el bosque sin que absolutamente nadie se percatara de que era un farsante.

Su disfraz era tan bueno y lo hacía tan bien que muchas cacatúas le saludaban pensando que era una de ellas. A él no le quedaba más antídoto que corresponder con un “Hola” o bien un “Buenas tardes” para no levantar sospechas.

Y de esta manera, controlando sus miedos, logró dominar la situación y llegar al muro que ponía fin al bosque sur. Cuando lo vio, su corazón comenzó a palpitar a toda velocidad.

– ¡El muro!… ¡He llegado al muro!… ¡Un último esmero y voy a estar fuera de riesgo!

Estaba tan agotado para volar que prefirió escalar por él tal y como si fuera un escalador. Un minuto después llegó arriba completamente y asomó la cabeza. Si bien la luz ya era escasa, pudo percibir una enorme playa y en el fondo el mar, infinito y azul.

– ¡Bravo, bravo, lo he logrado! ¡El plan ha funcionado!

Bajó por el lado opuesto como tobogán, y dando trompicones corrió por la arena dorada hasta el momento en que se lanzó al agua. Solamente zambullirse, la harina que cubría su cuerpo se disolvió y las hojas de nenúfar del tocado se distanciaron arrastradas por la brisa. Fue una sensación increíble ver que sus plumas recobraban el espléndido color verde del que tan orgulloso estaba.

Una vez limpio y seco procuró un sitio resguardado donde pasar la noche. ¡Había sido un día lleno de emociones y precisaba reposar para empezar con ánimo la nueva etapa de su viaje! Arrullado por el sonido de las olas meditó sobre lo agraciado que era por poder cumplir su sueño de viajar, mas su último pensamiento, el más emotivo y profundo ya antes quedarse dormido, fue para la linda y cariñosa cacatúa que había cautivado su corazón.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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