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El loro que pedía libertad

Portada » cuentos cortos infantiles para niños » El papagayo que solicitaba libertad

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En la India todo el planeta conoce la historia de un papagayo muy especial que, según parece, tenía muchas ansias de ser libre. El pájaro en cuestión vivía con su dueño, un hombre mayor de barba blanca y mirada agotada, que le cuidaba con cariño.

El animal era un regalo que había recibido en su juventud, con lo que llevaban juntos prácticamente media vida, haciéndose compañía el uno al otro. En la jaula, el papagayo tenía un comedero y agua siempre y en toda circunstancia fresca. Nunca había salido de ella y se limitaba a observar el planeta desde su pequeño hogar enrejado.

Un día, el anciano invitó a un amigo a tomar el té a su casa. Cuando llegó, se sentaron de forma cómoda al lado del ventanal que daba al jardín ¡Qué relajante era contemplar los árboles en flor mientras que gozaban de la rica bebida caliente y una animada charla!

De repente, el papagayo, que observaba con atención cada uno de ellos de sus movimientos, empezó a gritar:

– ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Los 2 amigos ignoraron los agudos chillidos del pájaro y prosiguieron conversando, mas enseguida les interrumpió otra vez.

– ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Nada… El papagayo no se callaba y también insistía en que le dejasen libre. El convidado comenzó a estresarse y a sentir pena por el animal allá encerrado ¡En el fondo era un ave y las aves disfrutan siendo libres y volando por el cielo!…

Durante toda la tarde, el papagayo prosiguió chillando como un ido. Cuando llegó hora la de despedirse, el anfitrión, muy amablemente, acompañó a su convidado hasta la puerta. El hombre se distanció a paso veloz, mas daba la sensación de que los aullidos del papagayo le perseguían por el camino, tan fuertes que eran.

– ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Por la noche no pudo dormir. Ese papagayo encerrado le daba mucha lástima y no podía quitarse la repetitiva cantilena de la cabeza.

¿Y si le asistía?… El anciano era su amigo, mas por otro lado, no podía ignorar que el papagayo solicitaba socorro desesperadamente. Si deseaba ser libre, debía hacer algo por él.

Decidió que al día después iría de incógnito a la casa del viejo. Una vez allá, aguardaría a que se fuera a hacer la adquisición diaria al mercado y, cuando se ausentase, entraría y liberaría al papagayo.

Tal como lo pensó, lo hizo. Se ocultó tras un arbusto y, cuando su amigo salió, como siempre y en toda circunstancia caminando a paso lento y ayudándose con un bastón para no desplomarse, se infiltró silenciosamente en la casa por una ventana abierta. Recorrió las habitaciones y al fin llegó hasta donde estaba el papagayo, que en ese instante dormía plácidamente.

El animal, cuando escuchó un ruidito, abrió el pico y empezó a berrear.

– ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

¡No tenía otra alternativa! La insistencia del papagayo disipó sus dudas y se persuadió a sí mismo de que lo que iba a hacer era lo adecuado. Se aproximó de manera rápida a la jaula, sacó un alambre del bolsillo, lo introdujo en la cerradura y la puertecita se abrió completamente.

Pero cuál sería su sorpresa cuando, el papagayo, en lugar de aprovechar la ocasión y lanzarse al vuelo para escapar, puso cara de horror y se sujetó de forma fuerte a los barrotes como diciendo que no saldría ni en broma. Lo curioso del tema, es que proseguía chillando:

– ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

El hombre se quedó de piedra ¿Tanto solicitar libertad y ahora no desea salir?…

Intentó localizar una explicación a ese extraño comportamiento y llegó a una acertada conclusión:

– A este lorito temeroso le pasa lo mismo que a los seres humanos; hay bastantes personas que tienen deseos de libertad, de ver planeta, de hacer cosas que siempre y en todo momento soñaron, mas están tan habituados a las comodidades y a la seguridad del hogar que, en el momento de la verdad, se aferran a lo conocido y no tienen la bravura de probar.

Cerró nuevamente la pequeña puerta de la jaula y se fue por donde había venido, contento por lo menos de haberle dado la ocasión de ser libre.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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