Saltar al contenido

El hombre que quería ver el mar – Cenicientas.es

Había una vez un hombre que vivía en un pueblecito del interior de la India. Su vida se había dedicado a trabajar fuertemente para poder subsistir. Nunca se había tolerado lujo alguno y todo cuanto ganaba lo destinaba a sostener su casa y adquirir unos pocos comestibles.


Su día tras día carecía de emociones y entretenimientos, mas jamás se quejaba de su suerte. Creía que era lo que le había tocado vivir y se conformaba sin chistar.


Sólo había algo que deseaba con sus fuerzas: ver el mar. Desde pequeño se preguntaba si sería tan increíble como ciertos ancianos, que en otro tiempo habían sido pescadores, le habían contado. Le maravillaba percibir sus historias, infestadas de anécdotas sobre enormes peces y tremendos oleajes que derruían navíos de una sola embestida. Sí… Ver el mar era su único deseo ya antes de fallecer.


Durante años, guardó cada semana una moneda con el objetivo de ahorrar y cualquier día poder emprender ese deseado viaje que le llevaría a la costa.


Una mañana, al fin, el hombre sintió que había trabajado bastante y que el enorme instante de cumplir su sueño había llegado. Cogió la oxidada caja de metal donde muy puntualmente guardaba el poco dinero que le sobraba y contó unas decenas y decenas de rupias ¡Tenía ahorros suficientes para poder permitirse ser un viajante libre como el viento a lo largo de una semana!


La ilusión le desbordaba y preparó todo con mucho esmero: la ropa, el calzado, las provisiones que debía llevar… Cuando tuvo todo listo, tomó el primer tren cara la costa y, una vez instalado, se quedó dormido pese al estruendos de la gente y de los animales que iban en los furgones de carga.


El aviso de que había llegado a su destino le despertó. Cogió el petate y, conmovido, corrió a ver el mar. Cuando sus ojos se abrieron frente a él, se llenaron de lágrimas de dicha.


– ¡Oh, qué bello es! Mucho mayor y azul de lo que me había imaginado….


Se quitó las sandalias y sintió la fina arena bajo sus pies. Muy despacio, anduvo hasta la ribera dejando que la brisa del atardecer bañase su cara. Después, en silencio, contempló las olas, escuchó su increíble sonido y, entonces, se inclinó para probar el agua. Juntó sus manos, dejó que se inundaran y tomó un tanto. De pronto, su cara reflejó un inopinado ademán de desagrado; frunció los labios y también de forma inmediata, escupió el líquido de su boca. Un tanto abatido, suspiró:


– ¡Qué pena!… ¡Con lo fantástico que es el mar y lo mal que sabe!


Moraleja:A veces nos ilusionamos tanto con algo que deseamos tener que lo imaginamos perfecto y más magnífico de lo que es en realidad; de ahí que, cuando al fin lo logramos, siempre y en todo momento hay algo que nos defrauda. No pasa nada si las cosas no son o bien no suceden precisamente tal como queremos. Lo mejor es ser positivos y ver siempre y en toda circunstancia la parte buena de todo cuanto nos ofrece la vida.

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)