Saltar al contenido

El cazador y el pescador – Cenicientas.es

Había una vez 2 hombres que eran vecinos del mismo pueblo. Uno era cazador y el otro pescador. El cazador tenía buenísima puntería y todos y cada uno de los días lograba ocupar de presas su enorme cesta de cuero. El pescador, por su lado, retornaba cada tarde de la mar con su cesta de mimbre llena de pescado fresco.


Un día se cruzaron y como se conocían de siempre empezaron a conversar animadamente. El pescador fue el que empezó la charla.


– ¡Caray! Veo que en esa cesta llevas comida de más para muchos días.


– Sí, querido amigo. Lo cierto es que no puedo lamentarme por el hecho de que merced a mis buenas dotes para la caza jamás me falta carne para comer.


– ¡Qué suerte! Yo la carne ni la pruebo y eso que me encanta… ¡En cambio como tanto pescado que un día me saldrán espinas!


– ¡Puesto que eso sí que es una suerte! Me pasa lo que a ti, mas del revés. Yo como carne en todo momento y nunca pruebo el pescado ¡Hace unos siglos que no saboreo unas buenas sardinas asadas!


– ¡Vaya, puesto que estoy más que harto de comerlas!…


Fue entonces cuando el cazador tuvo una idea refulgente.


– Tú te protestas de que todos y cada uno de los días comes pescado y yo de que todos y cada uno de los días como carne ¿Qué te semeja si intercambiamos nuestras cestas?


El pescador respondió encantado.


– ¡Excelente! ¡Una idea excelente!


Con una enorme sonrisa en la cara se estrecharon la mano y se fueron encantados de haber hecho un trato tan estupendo.


El pescador se llevó a su casa el saco con la caza y ese día cenó unas perdices a las finas yerbas tan exquisitas que terminó chupándose los dedos.


– ¡Mi madre, qué delicia! ¡Esta carne está increíble!


El cazador, por su lado, asó doce sardinas y comió hasta reventar ¡Hacía tiempo que no gozaba tanto! Cuando terminó hasta pasó la lengua por el plato tal y como si fuera un niño pequeño.


– ¡Qué fresco y qué jugoso está este pescado! ¡Es lo más rico que he comido en mi vida!


Al día después cada uno de ellos se fue a trabajar en lo propio. A la vuelta se hallaron en exactamente el mismo sitio y se abrazaron conmovidos.


El pescador exclamó:


– ¡Gracias por dejarme gozar de una carne tan deliciosa!


El cazador le respondió:


– No, merced a ti por dejarme probar tu fantástico pescado.


Mientras escuchaba estas palabras, al pescador se le pasó un pensamiento por la cabeza.


– ¡Oye, amigo!… ¿Por qué razón no repetimos? A ti te chifla el pescado que pesco y a mí la carne que cazas ¡Podríamos hacer el intercambio todos y cada uno de los días! ¿Qué te semeja?


– ¡Oh, claro, por supuesto que sí!


A partir de entonces, todos y cada uno de los días al caer la tarde se reunían en exactamente el mismo sitio y cada uno de ellos se llevaba a su hogar lo que el otro había logrado.


El pacto parecía perfecto hasta el momento en que un día, un hombre que acostumbraba a observarles en el punto de encuentro, se aproximó a ellos y les dio un enorme consejo.


– Veo que cada tarde intercambian su comida y me semeja una gran idea, mas corren el riesgo de que un día dejen de gozar de su trabajo a sabiendas de que el beneficio se lo llevará el otro. Además de esto ¿no piensan que pueden llegar aburrirse de comer siempre y en todo momento lo mismo otra vez?… ¿No sería mejor que en lugar de todas y cada una de las tardes, intercambiaran las cestas una tarde sí y otra no?


El pescador y el cazador se quedaron meditabundos y se percataron de que el hombre llevaba razón. Era mucho mejor intercambiarse las cestas en días alternos para no perder la ilusión y de paso, llevar una dieta más completa, saludable y variada.


A partir de entonces, de esta forma lo hicieron a lo largo del resto de su vida.


Moraleja: Jamás pierdas la ilusión por cuanto hagas y también procura gozar de las múltiples cosas que te ofrece la vida.

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)