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El cascabel al gato – Cenicientas.es

En una casona del centro de la urbe, vivía una familia que tenía un gato como mascota. El minino era querido por todos y le llenaban de atenciones. Siempre y en toda circunstancia tenía comida a su predisposición y dormía en un mullido cojín al calor de la enorme chimenea. Era un gato agraciado al que no le faltaba de nada.


Cuando no comía o bien estaba echándose la siesta, deambulaba por la casa buscando ratones. Le encantaba apresarlos para jugar con ellos. El gato era tan enorme y veloz que los pobres roedores vivían angustiados, siempre y en toda circunstancia sintiendo una sombra amenazante cerca de su guarida.


Tanto temor le tenían, que los ratoncitos dejaron de salir a buscar comida. Ya antes se organizaban de 2 en 2 y corrían a la cocina para hurtar un pedazo de queso o bien un mendrugo de pan que había caído al suelo. Mas desde el instante en que el gato se había apropiado de la casa, jamás hallaban el instante para salir de la gruta ¡Era demasiado peligroso!


Los ratones tenían cada días un poco más apetito y estaban quedándose flacos por no comer. La situación era tan insostenible que decidieron reunirse para tomar una determinación. Una tarde se juntaron y formaron un corro. Desde los ratones ancianos a los más jóvenes, todos estaban prestos a solucionar el inconveniente lo antes posible.


Largo rato estuvieron discutiendo qué era lo que podían hacer, mas a ninguno se le ocurría una gran idea ¡Qué desesperación!


Cuando estaban a puntito de rendirse y disolver la junta de ratones, uno de ellos se puso de pie y planteó algo bien interesante.


– ¡Ya lo tengo! – gritó con voz aguda – La única forma de poder salir de la ratonera apacibles es tener al gato localizado. Si siempre y en todo momento sabemos dónde se encuentra, podemos aprovechar cuando esté lejos para movernos por la casa.


– Efectivamente es una buena idea – asintió meditabundo el ratón al que todos consideraban el jefe del clan – Mas dime, muchacho… ¿Qué planteas?


– ¡Sencillísimo! Le vamos a poner un cascabel al gato y de esta forma vamos a saber en qué momento se aproxima y estamos en riesgo.


Todos se miraron en silencio y seguidamente, hubo un estallido de aplausos.


– ¡Bien dicho! – chilló uno.


– ¡Es una idea excelente! – secundó otro.


¡Qué dicha! Por fin habían encontrado una forma de tener al contrincante controlado.


Desgraciadamente, el alborozo duró poquísimo. El más viejo de los ratones se atusó los bigotes y mandó sentarse al mundo entero. Con voz grave y midiendo sus palabras, se dirigió a sus oyentes.


– Veo que todos estáis conformes con el plan – charló carraspeando – Mas decidme… ¿Quién de vosotros va a ser el responsable de ponerle el cascabel al gato?


El silencio que anegó la sala se podía recortar. Los ratones contuvieron el aliento y se quedaron petrificados por el temor. Por último, empezaron a opinar.


– Yo no puedo… Lo siento, ya soy muy mayor y tengo artrosis. No podría subirme al espinazo del gato si bien quisiese – afirmó un ratón cano y con aspecto agotado.


– Yo tampoco puedo – se apuró a decir otro con una vocecilla prácticamente inapreciable- Sabéis que soy corto de vista y no acertaría a ponerle el collar.


– Lamento decir que debido a mi cojera, el gato me capturaría antes que pudiese darme cuenta – apuntó un ratón de mediana edad que tenía una patita más corta que la otra.


Y de esta forma, uno tras otro, todos y cada uno de los ratones fueron poniendo disculpas para no ponerle el cascabel al gato. Cuando charló el último, todos entendieron que la idea era buena, mas lo bastante difícil era llevarla a la práctica. Apenados, abandonaron la asamblea y se fueron a sus camas a ver si se les ocurría algo que les dejara, cualquier día, deshacerse del gato.


Moraleja:hablar y opinar es simple. Muy frecuentemente afirmamos de qué manera deben ser las cosas y recomendamos a el resto lo que deben hacer, mas hay que estar en el pellejo del otro para percatarse de que una cosa es lo que se afirma y otra hacer lo que se predica.

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