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El canario y el grajo – Cenicientas.es

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Érase una vez un canario que desde pequeño se pasaba la vida practicando el hermoso arte del canto. Interpretaba en todo momento para lograr que su trino fuera perfecto, el de un auténtico artista. Progresar día tras día le llenaba de satisfacción y veía retribuido su esmero con un don que absolutamente nadie podía igualar.


A su alrededor acostumbraban a reunirse muchos pájaros que, cada tarde, se posaban cerca de él para oír su linda tonada. Aun en determinada ocasión, un ruiseñor venido de lejísimos, genuino especialista en todo género de armonías, alabó su maestría musical.


Pero no todo eran aplausos para el canario. Hubo pájaros que sintieron envidia por el hecho de que eran inútiles de entonar nada ligerísimamente bello y compasado. Al que más le concomía la saña era al grajo, que de todos, era el que tenía la voz menos agraciada ¡Hasta cuando charlaba su voz era ramplona y desapacible!


Tan grandes eran sus celos que comenzó a criticarlo frente al resto de las aves. Como no podía poner defectos a su enorme talento, trató de caricaturizarlo como pudo.


– ¡No sé para qué exactamente perdéis el tiempo escuchando a este mentecato! – afirmaba con menosprecio – ¡Mirad qué plumas más finas y poco vistosas tiene! No cabe duda de que no es de por acá. Seguro que viene de algún sitio repulsivo donde no abundan los pájaros exóticos, pues se ve que no tiene clase ni educación.


Algunos de los pájaros se miraron y empezaron a ver al canario con otros ojos, envenenados por las maliciosas palabras del grajo. Ya no atendían a su canto, sino se hacían preguntas sobre su vida, algo que hasta ese instante había carecido de relevancia ¿Va a ser verdad que es un forastero? ¿Va a haber llegado hasta acá con alguna mala pretensión? ¿Por qué razón su plumaje no es tan amarillo como el de otros canarios?…


El grajo, viendo que su maldad calaba entre los oyentes, prosiguió con su crítica fiero hasta el punto que se empeñó en probar que el canario no era un canario de veras, sino más bien un burro.


– ¡Si os fijáis bien, vais a ver que esta clase no es un canario, sino más bien un borrico! – sentenció el malvado grajo, dejando a todos apabullados – ¡No me negaréis que su canto suena como un roznido!


Todos sin salvedad se quedaron pasmados mirando al pobre canario. Sí, lo cierto es que cuando cantaba, les recordaba a un burro…


El canario dejó de cantar. Escuchar tanta estupidez le parecía desmoralizador e inclusive empezó a deprimirse y a perder confianza en sí, encogido por la tristeza.


Afortunadamente llegó el águila, la reina de las aves, a poner orden en toda aquella confusión que el grajo había creado. Imponente como siempre y en toda circunstancia, se posó al lado del canario y le charló contundentemente.


– Deseo escucharte ya antes de producir un resolución. Solo si cantas para mí, voy a saber si es verdad que rebuznas.


El pajarillo empezó a cantar moviendo su pico de manera ágil y emitiendo las notas más preciosas que absolutamente nadie había oído jamás. Cuando acabó, el águila, impresionada y con lágrimas de emoción en los ojos, levantó sus alas cara el cielo y también hizo una solicitud al dios Júpiter.


– ¡Oh, Júpiter, te reclamo justicia! Este grajo desalmado y envidioso ha querido vejar con calumnias y patrañas a un genuino pájaro cantor que alegra nuestras vidas con sus hermosas armonías. Como rey de la música no se merece este ultraje. Te ruego que castigues al culpable a fin de que tenga su justo.


Júpiter escuchó su solicitud. El águila mandó entonces cantar al grajo y de su garganta salió un horrible sonido, que no era un canto sino más bien un graznido semejante a un roznido que le acompañaría por siempre. Todos y cada uno de los animales se rieron y guasones dijeron:


– ¡Con razón se ha vuelto borrico el que deseó hacer borrico al canario!

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