Portada » cuentos cortos infantiles para niños » El asteroide 2024
Era el dos mil ciento setenta y cinco. Muchas cosas habían alterado en la Tierra. El esquí lunar era la nueva moda, y una multitud de pequeños planetas ignotos hasta ese momento habían sido descubiertos y habitados.
Mas pese a este progreso, ciertas cosas no habían alterado. Los niños que se portaban mal eran castigados y obligados a hacer grandes cantidades de deberes hastiados, siempre y en toda circunstancia bajo la rigurosa vigilancia de sus progenitores y profesores.
Un día el sabio, Gramaticus Cartapus, meditaba sobre cosas de sabio… Tampoco tenía más que hacer, en tanto que era el único habitante del asteroide dos mil veinticuatro.
«¿De qué forma puedo hacer que haya niños acá?»
Se preguntaba Cartapus en voz baja, toda vez que se asomaba a la ventana y veía su solitario planeta… Entonces se quedaba imaginando de qué manera sería percibir el retumbar de risas y juegos de niños de todas y cada una de las edades, corriendo y divirtiéndose por los jardines del asteroide en el que vivía.
Para que el Asteroide dos mil veinticuatro fuera un sitio que llamara la atención a los niños, Cartapus debía saber lo que más les agradaba. El sabio instaló en su laboratorio una «pantalla de control» que examinaba los sueños de los niños de la Tierra. Y esos sueños eran claros: T.V., helados, pizzas, videojuegos, sin castigos, sin deberes, sin pescado hervido, solo jugar y divertirse.
Estaba resuelto a quitar los castigos, los latosos deberes, las coles, las espinacas y las lechugas, y asimismo las oraciones «Porque te lo digo yo» y «Estás castigado».
Para que Cartapus pudiese tener las risas y gracietas infantiles deambulando por su asteroide, debía persuadir a los niños de que era un sitio considerablemente más entretenido que la Tierra, mas asimismo, debía ocuparse de que hubiese progenitores y madres para cuidar de esos niños… ¡Qué petardez tener que hacerse cargo él de todo!
Después de muchos años de duro trabajo, Grammaticus Cartapus por último salió de su laboratorio con una sonrisa en la cara. Había creado una nueva raza de madres y progenitores electrónicos. De esta forma atraería a todos y cada uno de los niños terrícolas a su planeta y los robots se encargarían de ellos.
Las madres robot eran muy afines a las humanas, mas mucho menos serias y estrictas. No reñían, no te tiraban de las orejas, no debían obligarte a hacer los deberes, no chillaban, no castigaban, no privaban del postre, no prohibían la TV ni los videojuegos, dejaban comer helados y chocolate, aun ya antes de las comidas, y no examinaban si te habías bañado o bien lavado las manos. Siempre y en toda circunstancia sonreían, daban besos electrónicos y repetían con voz sintética:
– ¡Realmente bien! – ¡Qué bien! – ¡Fabuloso!… El sabio Gramaticus se frotaba las manos alegremente al ver a sus madres y progenitores robots y meditar de qué forma agradarían a los niños.
Pocos días después, en todas y cada una de las pantallas de la Tierra se pudo ver este anuncio:
«Asteroide dos mil veinticuatro el sitio donde no te regañan
¿Deseas comer chuches ya antes de cenar? ¿Jugar descalzo? ¿Estás harto de hacer deberes?
Deja de vivir como en el año dos mil diecinueve y marca el código d549d7/*-*-*+878 Grammaticus Cartapus te invita a su asteroide»
Un día, Enricus Hartus, un niño de 7 años, muy desobediente, estaba harto, HARTO de sus progenitores, HARTO de los deberes escolares, HARTO del pescado cocido, HARTO de lavarse los dientes… Con lo que cuando vio el anuncio, no lo vaciló y marcó el código secreto y también de manera inmediata el sabio Cartapus apareció en su habitación.
– ¡Ven conmigo al asteroide! – afirmó Carpatus. – No hay pescado, ni judías, no hay que acostarse a las 8, puedes comer patatas fritas todo el día y no hay que hacer deberes. ¡No te arrepentirás!
Enricus-Brutus quedó persuadido al escuchar esas palabras. Tras treinta segundos de viaje (tiempo medio de un viaje interplanetario en dos mil ciento setenta y cinco), unos progenitores robóticos estaban aguardándoles para recibirles con una sonrisa.
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Le habían preparado la mejor merienda que había visto: galletas rellenas de chocolate, pastel de chocolate y una buena leche caliente con 7 cucharadas de azúcar. Enricus estaba contentísimo. Más todavía cuando su nueva madre encendió 3 televisores al tiempo, 2 consolas de videojuegos y una enorme torre de computador. Por último, su padre le dio una gran botella de refresco con millones de burbujas.
Enricus se tiró al sofá con sus sucias zapatillas de deporte, sin agradecer, y soltó un estruendoso regueldo. Mientras, los progenitores habían ido a la cocina a prepararle la cena: mousse de chocolate con helado de 5 sabores.
La vida en el asteroide dos mil veinticuatro para Enricus estaba llena de agradables sorpresas todos y cada uno de los días. Como es natural, prosiguió asistiendo al instituto del asteroide, mas allá solo había que jugar, saltar, reír y comer dulces. Enricus no tenía prisa por regresar a la Tierra.
Todos los días, cuando volvía del instituto, la madre-robot le besaba, siempre y en toda circunstancia exactamente los mismos besos (uno en la frente, 2 en las mejillas), encendía los 3 televisores, las 2 consolas de juego, el computador, y se dirigía de forma directa a la cocina para preparar el mousse de chocolate y las pizzas mientras que el padre le abría una botella de refresco burbujeante y aderezaba con chuches los temtempiés. Por mucho que Enricus se portara mal, fuera maleducado o bien pusiese los pies sucios sobre el sillón, no había el mínimo reproche por la parte de sus progenitores cibernéticos.
Lo mismo pasaba con los profesores robots… Con el tiempo, los niños habían olvidado sumar, quitar y leer… Mas todavía de esta forma, estaban contentos con su estudiantado y les premiaban con chocolatinas y otros dulces.
Enricus decidió parar de ir al instituto. Un día entró en casa escoltado por un agente de policía-robot (había robado 33 discos de una tienda y cuarenta kilogramos de caramelos).Enricus creyó que sus progenitores iban a castigarlo. Mas nada de eso ocurrió, todo lo opuesto.
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Y otro día, cuando Enricus Hartus retornó después de las 9 a casa, sin un zapato y lleno de mugre… Su padre le retribuyó con una doble ración de patatas fritas.
Los niños, que se percataron de que todo era precisamente igual, dejaron de ir a la escuela y de hacer cualquier cosa. Cuando la habitación estaba desorganizada, lo que siempre y en toda circunstancia ocurría con cierta frecuencia, solo debían continuar las instrucciones de Cartapus: apretar el botón para comenzar el programa de «limpieza».
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Una vez, Enricus llegó a casa a medianoche pues se quedó en la casa de un amigo jugando a juegos de computador.
– <<¿Ya estás ahí, mi amor? >> afirmó mamá robot al verlo entrar… – <
Enricus frunció el ceño: ¿conque ni tan siquiera estaban preocupados por mi? Su verdaderos progenitores habrían tenido una enorme discusión con él y le habrían obligado a jurar que no lo volvería a hacer. Se acostó meditabundo en cama, sintiendo una ligera molestia en el pecho.
Pronto las cosas se tornaron peor… Enricus tuvo indigestión por las patatas fritas, el helado, el chicle y la pizza. En un día en que tenía un enorme dolor estomacal, se fue a ver a Cartapus.
– Ya he tenido suficiente», afirmó Enricus. – Me siento mal, ya no puedo tragarme ni media cucharada de helado.
El sabio Gramaticus se rascó la cabeza: no había pensado en los casos de indigestión…
Esa misma noche, Enricus vio a sus progenitores robots dirigirse a la cocina y tomar los ingredientes uno tras otro. Galletas, harina, trigo, chorizo, queso, iogur, pimienta, sal, bandejas de azúcar, líquido del fregadero, servilletas…. Todo a un rítmo furioso mientras que repetían:
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Luego corrieron cara Enricus… ¡para ponerlo en la pizza asimismo!
Enricus escapó a la casa de su amigo Marius, donde la madre-robot lo recibió:
– <<¿Te escapaste de casa? Estoy contentísima. Ve a ver la tele y te voy a traer pizza.>>
En su laboratorio, Gramaticus Cartapus se tiraba de los pelos muy nervioso: ¿por qué razón las cosas iban tan mal? ¿Por qué razón los niños no se sentían felices? ¿Por qué razón estaban enfermos? El alimento no les hacía bien a los pequeños terrícolas. Se habían vuelto gordísimos, pálidos, sin músculos, y sus dientes se ponían negros. Verificó su «pantalla de control»: los sueños de los niños habían alterado. Ahora deseaban judías verdes, carne, pescado hervido, calcio y proteínas. Deseaban acostarse temprano y cepillarse los dientes tras comer.
Cartapus hizo sonar la sirena singular para reunir a todas y cada una de las madres y progenitores robots en su taller… ¡Había que readaptar estas máquinas urgentemente!
Poco a poco, todos y cada uno de los niños que habitaban el Asteroide dos mil veinticuatro empezaron con dolores de barriga… Entonces vinieron los lloros y los «quiero irme a casa»… Cartapus, un sabio interestelar… No alcanzaba a entender qué pasaba. Con las prisas, olvidó finalizar de reprogramar los robots, conque los mandó a medio ajustar a sus casas a fin de que cuidaran de los niños…
Pero la cosa fue a peor. Los robots, cocinaban la ropa, cortaban las pantallas, hacían batido de tierra y ponían la cama en la bañera… ¡Un desastre!
Cartapus abrió su nave espacial tamaño familiar y fue recogiendo uno a uno a todos y cada uno de los niños que habitaban el asteroide.
El planeta acabó explotando: ¡una enorme llamarada! Justo unos minutos una vez que la nave de Carpatus con todos y cada uno de los niños dentro pusiese con rumbo a la Tierra.
Al pisar suelo terrícola, los niños brincaron a los brazos de sus auténticas madres y progenitores, saboreando las caricias que en nada se parecían a las frías manos robóticas, sus besos, que no eran necesariamente uno en la frente y 2 en las mejillas, sino más bien asimismo en el pelo o bien la nariz. Entonces se escuchó:
– ¡Mamá, me riñes cuando no hago los deberes por favor!
– ¡Tráeme algo de pescado! ¡Y ensalada!
– ¡Dame el cepillo dental!
– ¡Deseo acostarme temprano!
Todos los niños del asteroide dos mil veinticuatro solicitaron reglas y felicidades francas, ciertos dulces mas no demasiados. Ya no era posible pasar los días comiendo chocolate y pizzas, jugando a juegos de computador sin hacer solamente. Pues el chocolate sabe todavía mejor si se come tras la sopa y el pescado. Es de esta forma como los papás y mamás robot desaparecieron por siempre y las auténticas mamás y papás volvieron a cuidar a sus hijos
¿Qué le pasó a Cartapus? Bueno, asimismo vino a la Tierra… y decidió no regresar a intentar sustituir a los progenitores por tontos robots.
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Contents
- «¿De qué forma puedo hacer que haya niños acá?»
- «Asteroide dos mil veinticuatro el sitio donde no te regañan
- ¿Deseas comer chuches ya antes de cenar? ¿Jugar descalzo? ¿Estás harto de hacer deberes?
- Deja de vivir como en el año dos mil diecinueve y marca el código d549d7/*-*-*+878 Grammaticus Cartapus te invita a su asteroide»