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El asno y su sombra – Cenicientas.es

Sucedió una vez, hace muchos años, que un hombre precisaba ir a una urbe lejos de su casa. Era mercader y debía adquirir lonas a buen coste para entonces venderlas en su tienda. Debido a que había mucha distancia y el viaje duraba múltiples horas, decidió arrendar un asno para ir con comodidad sentado.


Contrató los servicios de un hombre, que se comprometió a llevarle con él a lomos de un asno, de limpio pelaje y color ceniza, a cambio de 5 monedas de plata. Si bien el borrico no era muy brioso, estaba habituado a recorrer los caminos de piedras y arena llevando pasajeros y cargas bastante pesadas.


Partieron a la primera hora de la mañana cara su destino y todo iba bien hasta el momento en que, al mediodía, el sol empezó a calentar con demasiada fuerza. El verano era inexorable por aquellos lugares donde solo se veían llanuras yermas, despobladas de árboles y flora. Apretaba tanto el calor, que el viajante y el dueño del asno se vieron obligados a parar a reposar. Debían resguardarse del bochorno y la única solución era cobijarse bajo la sombra del animal.


El inconveniente fue que solo había lugar para uno de los 2 bajo la panza del asno, que sin moverse, continuaba obediente erguido sobre sus 4 patas. Agotados, sedientos y bañados en sudor, empezaron a discutir violentamente.


– ¡Si alguien debe resguardarse del sol bajo el burro, ese soy ! – manifestó el viajante.


– ¡De eso ni hablar! Ese privilegio me toca a mí – opinó el dueño subiendo el tono.


– ¡Yo lo he alquilado y tengo todo el derecho, que para eso te pagué 5 monedas de plata!


– ¡Tú lo has dicho! Has alquilado el derecho a viajar en él mas no su sombra, conque como este animal es mío, soy quien se va a tumbar bajo su tripa a reposar un rato.


– ¡Maldita sea! ¡Yo arrendé el asno con sombra incluida!


Los 2 hombres se chillaban el uno al otro enfurecidos. Ninguno deseaba dar su brazo a torcer. De las palabras pasaron a los mamporros y comenzaron a volar los puñetazos entre ellos.


El asno, atemorizado por los golpes y los chillidos, echó a correr sin que los hombres se percataran. Cuando la riña terminó, los 2 estaban llenos de magulladuras y cardenales. Terminaron con el cuerpo dolorido sin que hubiese un claro campeón. Fue entonces cuando se percataron de que el burro había escapado dejándoles a los 2 tirados en la mitad de la nada, sin sombra, y tan solo con sus pies para poder irse de allá. Sin decir ni una palabra, se miraron y reiniciaron el camino bajo el candente sol, abochornados por su mal comportamiento.


Moraleja:recuerda que es feísimo ser ególatra y meditar solo en ti. Hay que saber compartir por el hecho de que, si no, corres el peligro de quedarte sin nada.

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