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Cuento de la lechera – Cenicientas.es

Había una vez una niña que vivía con sus progenitores en una granja. Era una buena muchacha que asistía en las labores de la casa y se encargaba de cooperar en el cuidado de los animales.


Un día, su madre le dijo:


– Hija mía, esta mañana las vacas han dado mucha leche y no me encuentro realmente bien. Tengo fiebre y no me apetece salir de casa. Ya eres mayorcita, conque el día de hoy vas a ir tú a vender la leche al mercado ¿Piensas que vas a poder hacerlo?


La niña, que era muy servicial y responsable, respondió a su mamá:


– Claro, mamá, voy a ir a fin de que descanses.


La buena mujer, viendo que su hija era tan preparada, le dio un beso en la mejilla y le prometió que todo el dinero que recaudara sería para ella.


¡Qué contenta se puso! Cogió el jarro lleno de leche recién ordeñada y salió de la granja tomando el camino más corto cara el pueblo.


Iba a paso ligero y su psique no dejaba de trabajar. No hacía más que darle vueltas a de qué forma invertiría las monedas que iba a lograr con la venta de la leche.


– ¡Ya sé lo que voy a hacer! – se afirmaba a sí – Con las monedas que me den por la leche, compraré doce huevos; los voy a llevar a la granja, mis gallinas los incubarán, y cuando nazcan los 12 pollos, los cambiaré por un precioso lechón. Una vez criado va a ser un cerdo enorme. Entonces retornaré al mercado y lo cambiaré por una ternera que cuando medre me va a dar mucha leche diariamente que voy a poder vender a cambio de un montón de dinero.


La niña estaba abstraída en sus pensamientos. Como lo estaba planificando, la leche que llevaba en el jarro le dejaría volverse rica y vivir de forma cómoda toda la vida.


Tan abstraída iba que se distrajo y no se dio cuenta que había una piedra en la mitad del camino. Tropezó y ¡zas! … La pobre niña cayó de bruces contra el suelo. Solo se hizo unos arañazos en las rodillas mas su jarro voló por el aire y se rompió en mil pedazos. La leche se esparció por todos lados y sus sueños se volatizaron. Ya no había leche que vender y por consiguiente, todo había terminado.


– ¡Qué desgracia! Adiós a mis huevos, mis pollos, mi lechón y mi ternero – se lamentaba la niña entre lágrimas – Eso me pasa por ser ambiciosa.


Con amargura, recogió los pedazos del jarro y retornó al lado de su familia, meditando sobre lo que había sucedido.


Moraleja:a veces la ambición nos hace olvidar que lo esencial es vivir y gozar el presente.

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