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Pánfilo recibe una lección – Mundo Primaria

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Un chaval llamado Pánfilo vivía en una pequeña comunidad indígena de Nicaragua. Había crecido sin padre y no tenía hermanos, con lo que su mamá, desde pequeñísimo, le había permitido todos y cada uno de los caprichos. Conforme se hizo mayor Pánfilo se transformó en un ser ególatra, arrogante y malhumorado que se creía mejor que el resto.

El chaval desacataba en casa y no respetaba a absolutamente nadie, ni tan siquiera a sus maestros. Por si acaso esto fuera poco siempre y en toda circunstancia se metía en riñas de las que, afortunadamente para él, salía campeón por el hecho de que era más alto y fuerte que sus contendientes.

Un día se encaró a un chaval llamado Rufino y le ganó cuando le dió 4 puñetazos en el pecho. La nueva corrió como la pólvora entre los vecinos y llegó a oídos de su madre. La pobre se enfadó mucho pues estaba harta de que su hijo fuera un imbécil bravucón que tiraba su vida por la borda.

Decidida a poner punto y final a la situación salió de casa y se presentó en la cabaña de un hechicero famosísimo por ser buen adivino y solucionar todos y cada uno de los males.

– Señor, vengo en pos de ayuda. Mi hijo es buen chaval, lo sé, mas está habituado a salirse siempre y en toda circunstancia con la suya y va por mal camino. Si prosigue de esta manera temo que un día ocurrirá una desgracia ¿Qué puedo hacer?

El hechicero, un hombre anciano de ojos pequeños y mirada fatigada, se quedó mirando al infinito a lo largo de unos segundos. Después, le dijo:

– Sosegada, le afirmaré qué hacer para solventar este desapacible inconveniente.

Se dio la vuelta, abrió un grueso saco de arpillera y sacó de su interior una piedra rarísima con forma puntiaguda.

– Tenga esta piedra que el dios del Trueno ha lanzado a la tierra ¡Tiene poderes mágicos! Métala en un cubo grande lleno de agua. Por la mañana, cuando su hijo se levante, haga que se bañe con el agua del cubo. Eso es todo.

– De esta manera lo voy a hacer. Muchas gracias por atenderme, señor.

A la mujer le pareció extrañísimo el procedimiento del hechicero mas a esta altura la magia era la única esperanza que le quedaba y al menos debía procurarlo.

Al llegar a casa prosiguió las instrucciones paso a paso: llenó un enorme caldero que guardaba en el desván, lo llenó hasta rebosar y dejó que la piedra se sumergiera y se posase en el fondo.

Horas después, ya por la mañana, despertó al chaval y le invitó a darse un baño refrescante en el gran barreño. Él no sabía que formaba una parte de un plan y como hacía mucho calor, admitió confiado. Después desayunó y se fue a la calle a hacer el haragán como todos y cada uno de los días.

Casualmente se cruzó con Rufino y le faltó tiempo para liarse a golpes con él ¡Pánfilo metido en inconvenientes otra vez!

Sí, nuevamente exactamente la misma historia, mas esta vez sucedió algo con lo que Pánfilo no contaba: por vez primera perdió la riña y terminó vencido en el suelo y lleno de moretones por todo el cuerpo.

Tuvo que volver a su casa prácticamente arrastrándose y con un cefalea inaguantable. Mientras que lo hacía no dejaba de preguntarse de qué forma era posible que un tipo flacucho y torpe como Rufino le hubiese derruido con tanta sencillez ¡Él era un ganador nato y absolutamente nadie lo había logrado nunca!

Su madre sintió mucha pena cuando se presentó dolorido y con cara de descalabro, mas por otro lado se alegró por el hecho de que entendió que había sido por el efecto mágico de la piedra del dios Trueno ¡El muchacho merecía un buen escarmiento y perder la riña le haría meditar!

La mujer no se confundía. A lo largo de un buen tiempo Pánfilo procuró una explicación lógica a esa derrota, mas jamás la halló siempre y en todo momento calló y guardó el secreto. La parte positiva de todo esto fue que el chaval se percató de que debía mudar de actitud frente a la vida, ante el resto y lo primero, consigo.

Prometió a su madre que las cosas iban a mudar y como en el fondo era un buen chaval, lo logró. Pánfilo se transformó en un joven admirable al que todo el planeta empezó a respetar mas no por su fuerza, sino más bien por su buen comportamiento.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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