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Awan y Zorol – Mundo Primaria

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Esta pequeña historia cuenta lo que sucedió cierto día en un país de África llamado Sudán.

Parece ser que allá, hace un buen tiempo, vivía un zorrito que se llamaba Awan. Awan, como todos y cada uno de los de su especie, era diligente, inteligente y despierto, mas tenía una afición muy especial que lo distinguía de los demás: ¡le encantaba comer lagartijas!

Tenía su madriguera en la ribera derecha del río y había atrapado tantas a lo largo de su vida que por allá ya no quedaba ni una que llevarse a la boca. En cambio, en la ribera izquierda, aún existían muchas por el hecho de que en esa zona no habitaban zorros caza-lagartijas tan especialistas como .

Un día se sentó mirando al frente y se puso a suspirar.

– ¡Uy, cuánto me agradaría poder cruzar del otro lado del río! ¡Me pondría morado de lagartijas!… ¡Qué pena no saber nadar!

Andaba enmarañado en estos pensamientos cuando vio pasar a su buen amigo el camello Zorol. De pronto, tuvo una buena idea.

– ¡Hola Zorol, cuánto tiempo sin verte! ¿De qué forma te va?

– ¡Hola Awan! Todo sin novedad. Bueno, un tanto desganado el día de hoy, por el hecho de que no se me ocurre nada entretenido que hacer y el día se me hace larguísimo.

– ¡Puesto que tengo un plan excelente! Me han soplado que del otro lado del río hay un campo muy grande de cebada. Si me llevas te enseño dónde es y vas a poder comer toda cuanta desees.

– ¡Excelente, me encanta la cebada! ¡Agárrate a mis jorobas que nos marchamos!

El avispado zorro se subió sobre él y juntos cruzaron el río. Al llegar a la otra ribera, le dio unas indicaciones a su amigo Zorol.

– Creo que el campo de cebada está allá, al lado de una casa blanca que hay tras esos matorrales. Creo que los dueños son unos campesinos con bastante mal genio ¡mas deja de preocuparte! Puedes comer a gusto que es la hora de la siesta y no se enterarán.

Zorol se fue confiado y sin perder ni un minuto. Awan, por su lado, se quedó cazando lagartijas como un desquiciado pues ¡había muchas!

Tantas se tragó que al cabo del rato sintió que la tripa le iba a reventar.

– ¡Yo ya he terminado! ¡Si como más voy a enfermar! ¡Buscaré a mi amigo Zorol!

El zorrito atravesó los matorrales y fue cara donde estaba el camello, mas en lugar de ir de manera cuidadosa, apareció en el campo de cebada chillando como un fiera y montando un alboroto tremendo.

– ¡Eoooo, eoooo, ya he terminado! ¡Zorol! ¡Zoroooool! ¡Venga, vámonos ya! ¡Zoroooool!

Los dueños del campo se despertaron de la siesta y en menos que canta un gallo salieron de la casa armados con palos. Como era de aguardar cogieron al bueno de Zorol in fraganti, o sea, atiborrándose de cebada; antes que el pobre pudiese reaccionar, le dieron una tunda que le dejaron tirado en el suelo hecho un harapo.

– ¡Te lo tienes justo, camello ladrón! ¡No deseamos verte más por nuestros terrenos!

Awan, que había conseguido esconderse a tiempo en un orificio, observó todo desde su escondite. Cuando los humanos se fueron y pasó el riesgo, se aproximó silenciosamente a Zorol y le susurró:

– ¡Eh, Zorol, amigo, debemos cruzar el río nuevamente y volver a casa!

Al camello le dolían todos y cada uno de los huesos y echaba espuma por la comisura de la boca. Difícilmente, le afirmó al zorro:

– ¿Por qué razón te has puesto a vocear? ¡Por culpa tuya me han descubierto y mira lo que me han hecho! ¡Eres un insensato!

Awan, probando que no tenía 2 dedos de frente, respondió la primera cosa que le vino a la cabeza:

– Bueno, es que… ¡ siempre y en todo momento grito tras comer lagartijas!

¡Zorol no podía pensar lo que oía! Su amigo Awan era un inconsciente y un ególatra ¡Se había puesto a chillar a lo desquiciado a sabiendas de que le ponía a él en riesgo y encima no era capaz ni de solicitarle perdón!… ¡Se merecía un buen escarmiento!

A pesar de que estaba dolorido y colérico, se levantó y reposadamente le contestó:

– ¡Está bien, vayámonos a casa!

Al infortunado camello le costaba mucho pasear mas consiguió llegar al río sin ayuda. Tal y como si nada hubiese pasado, Awan se montó alegremente sobre él pensando que su plan había salido con perfección ¡No todos y cada uno de los días uno podía darse un sustancioso banquete de lagartijas!

En cambio, en la psique de Zorol solo rondaba una idea: que Awan se diese cuenta de lo que había hecho y pagase por este motivo ¡El muy idiota se iba a enterar!

Caminó despacio con el zorro sobre su espinazo, mas al llegar a la mitad del río, se puso a danzar agitadamente, dando botes y golpeando el suelo tal y como si estuviese practicando claqué.

Awan, aterrorizado, se aferró como pudo a las jorobas de su amigo, mas sostener el equilibrio era imposible. Fallecido de temor pues no sabía nadar, gritó:

– ¿Qué haces? ¿Por qué razón te mueves tanto? ¡Estoy a puntito de caerme y no sé nadar!

Zorol, sin pestañear, respondió con voz indiferente:

– Bueno… ¡es que siempre y en todo momento bailo tras comer cebada!

Awan no pudo resistir más y se cayó de espaldas. Zorol ni viró la cabeza para poder ver de qué manera se lo llevaba la corriente y acabó de cruzar el río sin ningún género de remordimiento.

El zorro fue arrastrado por el agua a lo largo de múltiples quilómetros hasta el momento en que al fin fue a parar a una zona menos caudalosa y llena de rocas. Terminó hecho un asco, lleno de chichones, y lastimado de los pies a la cabeza, mas cuando menos pudo salvar su vida.

Cuentan los más ancianos del sitio que tardó horas en volver a su hogar, mas que cuando llegó, la primera cosa que hizo fue ir a excusarse con su amigo el camello. Zorol, que tenía buen corazón, le excusó y quedaron en paz.

Gracias a lo sucedido Awan aprendió a tener empatía, esto es, aprendió a ponerse en el sitio del resto, y se percató de que no se puede hacer a absolutamente nadie lo que no nos agradaría que nos hiciesen a nosotros.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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