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La encina y el junco – Cenicientas.es

En una extensa pradera medraba una encina que día tras día daba las merced a la madre naturaleza por los muchos dones que había recibido. Tantos eran que se consideraba a sí como el árbol perfecto.


De sus cualidades una de las que más valoraba era la de ser alta, puesto que le dejaba no perderse ni un detalle de lo que sucedía a su alrededor. Asimismo se sentía muy satisfecha por haber nacido preciosa, y toda vez que tenía ocasión, alardeaba de su recortada copa formada por multitud de refulgentes hojas verdes. Sí, era esbelta, guapa, y además de esto disfrutaba de una salud envidiable para generar cientos y cientos de muy, muy ricas bellotas al llegar el otoño, mas puesta a seleccionar, lo que más le agradaba de sí era su enorme y grueso leño que le hacían sentirse fuerte, segura y también invencible.


Tener tantos atributos tuvo con el tiempo una consecuencia negativa: la encina comenzó a creerse superior al resto de las plantas y empezó a portarse de forma arrogante, en especial con las que consideraba más enclenques.


———


Unos metros más abajo de donde vivía, en un pequeño humedal, habitaba un joven y frágil tallo. En contraste a su vecina era finísimo, y como no tenía ni hojas ni flores, pasaba completamente inadvertido a ojos del resto.


Un día, la encina se dio cuenta de su existencia y comenzó a meterse con él.


– ¡Eh, tallo!… ¿Qué se siente cuando uno es débil y también intrascendente?


El pobre se quedó perplejo frente a una pregunta tan desapacible.


– Bueno, puesto que no tengo mucho que decir a menos que vivo sosegado y contento.


Al oír la contestación, la encina comenzó a reírse con menosprecio.


– ¡Ja ja ja! Desde entonces con poco te conformas. No comprendo de qué manera se puede ser feliz rodeado de tanta humedad, plantado en ese lodo negro y pegajoso. ¡Puaj, qué asco!


El tallo le respondió con humildad.


– Lo cierto es que me habría agradado más haber natural de la pradera como , mas como bien sabes soy una planta acuática y necesito estar de forma permanente en el agua para poder medrar.


La encina soltó otra risotada y prosiguió burlándose.


– ¡Ja ja ja! ¿Medrar?… ¡Mas si mides menos de medio metro! Mírame a mí: sí soy un árbol afinado, precioso, y… ¿te has fijado en mi poderoso leño? ¡Increíble! ¿cierto?? Tú, en cambio, eres flacucho como un alambre. ¡Uy, qué vida tan miserable te ha tocado vivir!


El tallo sabía de más que no era el más fornido del sitio, mas tenía clarísimo que eso no le hacía peor que absolutamente nadie.


– Sí, soy bajo y delgado, mas tengo dignidad y una virtud que no tienes.


La encina dio un respingo y preguntó en tono socarrón.


– ¡No me afirmes!… ¿Y se puede saber cuál es, resabido?


– ¡Puesto que que soy muy flexible!


La encina reventó en carcajadas.


– ¡Uy, qué risa, esa sí que es buena!… ¡Flexible!… ¿Y de qué te sirve eso, si se puede saber? Excusa, mas ser de esta manera de blando es terrible, todo el día moviéndote de un lado a otro como un tentetieso y doblándote toda vez que sopla una ligera brisa… ¡Qué mareo y qué tortura!


– Bueno, mas en ciertas situaciones puede ser realmente positivo…


– ¡¿Positivo?!… ¡Positivo es tener un leño grande y bien plantado como el que tengo !


Apenas sonaron estas palabras el cielo se obscureció, se cubrió de nubes, y reventó una de esas tremendas tormentas que aparecen cuando absolutamente nadie las espera. Lógicamente todos y cada uno de los animales corrieron a ponerse a cubierto para resguardarse de la lluvia, el viento y los relámpagos, mas las plantas y los árboles no pudieron escapar. Su única opción era limitarse a resistir y aguardar a que escampase.


Desgraciadamente, sucedió lo peor: el aire enfurecido se convirtió en un huracán exorbitante que arrancó de golpe la encina de la pradera y la lanzó sin piedad en el fondo de un barranco. Ni su belleza, ni su altura, ni su enorme leño, sirvieron de nada cuando se presentó el ciclón.


El pobre tallo asimismo padeció mucho y aguantó como pudo el azote de la tempestad: se retorció, se balanceó de un lado a otro y padeció graves daños, mas merced a su enorme flexibilidad, subsistió.


Una vez pasado el riesgo la primera cosa que hizo fue mirar su maltrecho tallo de arriba abajo y lamentarse de dolor.


– ¡Uy, estoy lleno de moretones y tengo ciertas raíces rotas!


Pero enseguida levantó la mirada, observó el orificio donde a lo largo de años había estado la encina, y reflexionó:


– Lo que el resto ven como un defecto me hace sentir orgulloso e inclusive me ha salvado la vida.


Moraleja:


Todos tenemos cualidades que nos distinguen y nos hacen singulares. Siéntete a gusto con ellas y saca partido de tus talentos, mas jamás desprecies a el resto por no ser como .

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