
Había una vez 3 ancianos que se conocían desde la niñez y gozaban pasando buenos ratos juntos. Tenían en común que eran hombres cultos y también inteligentes, mas asimismo que los 3 eran ciegos de nacimiento. A Dios gracias, pese a no poder ver, en su cada día se desenvolvían realmente bien, puesto que aún estaban en buena forma física, sus psiques funcionaban a máximo rendimiento, podían olfatear, tocar, oír, saborear…
Un hermoso día de verano se reunieron en su sitio preferido al lado del río, se sentaron sobre la yerba, y comenzaron a dialogar sobre temas científicos. En la mitad del muy interesante coloquio se alteraron al percibir el sonido de múltiples pisadas.
El anciano que tenía la barba blanca se viró, y algo inquieto preguntó en voz alta:
– ¡¿Quién anda ahí?!
Por suerte no era ni un espía ni un asaltante de caminos, sino más bien un viajante que llevaba a su lado un enorme elefante con una correa al cuello, tal y como si de un perrillo se tratase.
– Tengo por nombre Kiran, caballeros. Disculpen si les he atemorizado. Mi elefante y venimos a tomar agua fresca y ya nos marchamos, que para nada deseamos interrumpir su agradable charla.
Los 3 pusieron una cara bastante extraña, mezcla de sorpresa y emoción. El segundo anciano, que tenía barba negra, deseó asegurarse de lo que Kiran había dicho.
– ¿He oído bien?… Ha dicho usted… ¿elefante?… ¿Un elefante de veras?
El ignoto reparó en los bastones tirados en la yerba y se fijó en la mirada perdida de los 3 viejecitos. Fue cuando se percató de que eran invidentes.
– Sí señor, voy con mi elefante. Es un animal muy grande, mas no se preocupen, no les va a hacer ningún daño.
El tercer anciano se atusó la barba pelirroja y le confesó:
– Hemos oído charlar de la existencia de esos animales, mas a este pueblo jamás ha venido ninguno y no sabemos de qué forma son. ¿Podríamos tocar el suyo para hacernos una idea del aspecto que tienen?
Kiran se mostró encantado.
– ¡Claro, faltaría más! Es un ser realmente pacífico y bueno. ¡Vengan a acariciarlo, no tengan temor!
Los 3 amigos se levantaron, dieron unos pasos y extendieron la mano derecha. El anciano de barba blanca se encontró con una de las patas delanteras y a lo largo de un rato la palpó de arriba abajo.
– ¡Ahora sé de qué manera es un elefante! Es como la columna de un templo, o bien mejor dicho, es como un el leño de un árbol: cilíndrico, grande y muy rugoso.
Mientras, la mano del anciano de barba negra había ido a parar a una de las enormes orejas. El animal sintió unas cosquillitas y la sacudió levemente cara delante y cara atrás.
– ¡Qué afirmas, querido amigo, un elefante nada debe ver con una columna! Mi conclusión es que semeja un enorme abanico por 2 razones muy obvias: primero, por su forma plana, y segundo, pues al moverse genera un airecillo de lo más agradable. ¿Es que no lo apreciáis?
En ese instante, el anciano de barba pelirroja rozó con la punta de los dedos algo blando que colgaba de algún sitio considerablemente más alto que . Era la trompa del cuadrúpedo, mas claro, no lo sabía.
– ¡Mas qué me contáis! Con lo que puedo revisar un elefante es como una cuerda. Meridianamente, se trata de un ejemplar alargado, flexible y blandito, como una anguila o bien una víbora. Indudablemente una forma extraña para un mamífero, mas en fin… ¡Por todos es sabido que la naturaleza es sorprendente!
El dueño del elefante observaba la escena en silencio y no pudo eludir pensar:
– ‘¡Qué situación tan curiosa!… Los 3 ancianos han acariciado al mismo elefante, mas al hacerlo en partes distintas de su cuerpo, cada uno de ellos de ellos se ha hecho una idea plenamente diferente de de qué forma es realmente. Para el anciano de barba blanca, un elefante es como una columna, para el anciano de barba negra, tiene forma de abanico, y para el anciano de barba pelirroja, es igual a una víbora. Efectivamente, todos tienen una parte de razón, mas ninguno la verdad completa.’
Tras esta reflexión decidió que antes que le preguntaran a él, lo mejor era irse lo antes posible.
– Señores, me están aguardando en el pueblo y me temo que se me haga tarde. Espero que les haya resultado interesante la experiencia de tocar un elefante. Que pasen un buen día. ¡Adiós!
Acompañado de su grande ‘mascota’ Kiran se distanció dejando a los 3 amigos inmersos en una candente discusión sobre quién llevaba la razón. Una charla que, a propósito, duró horas y no sirvió de nada: los ancianos fueron inútiles de ponerse conforme sobre la auténtica forma que tienen los elefantes.
Moraleja: Las personas opinamos en función de nuestra experiencia personal y de ahí que siempre y en todo momento pensamos que llevamos la razón. Si examinas esta fábula vas a ver que el resto, pensando diferente a nosotros y viendo las cosas desde otro punto de vista, asimismo pueden tenerla. Jamás desprecies otras opiniones, otras formas de ver la vida, puesto que con frecuencia, la verdad absoluta no existe y todo depende del color del cristal con que se mire.