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Las dos hermanas y la naranja

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Hace muchos siglos vivía en España, muy cerca de la costa Mediterránea, un hombre de origen árabe, considerado por todos bueno y justo, que se llamaba Ben Tahir.

Ben Tahir tenía un castillo rodeado de jardines donde gozaba de grandes comodidades al lado de sus 2 hijas, que eran lo que más deseaba en este planeta. Desde su nacimiento, las había criado con esfuerzo. Las niñas tenían a su predisposición todos y cada uno de los lujos que podía concederles, mas no por este motivo desatendía su educación. Ben Tahir deseaba que, en el futuro, se transformaran en mujeres refinadas, letradas y de buen corazón. No escatimaba gastos en su capacitación, con lo que recibían lecciones al día de muchas disciplinas, entre aquéllas que se hallaban las artes, la literatura o bien la música.

Las muchachitas medraban felices y desentendidas. Cuando no estaban con sus maestros, corrían por el jardín bajo la mirada atenta de su orgulloso padre ¡Daba gusto ver que eran tan buenas y se llevaban tan bien!

Pero un día, algo sucedió. Las 2 pequeñas estaban entretenidas bajo un naranjo cuando, de súbito, brotó una riña entre ellas ¡Parecían fieras! Comenzaron a tirarse de los pelos y a insultarse la una a la otra tal y como si estuviesen poseídas por el mismísimo demonio.

Ben Tahir no daba crédito a lo que veía. Con los ojos como platos, afirmó a viva voz:

– ¿De qué forma posiblemente esas niñas tan adecuadas y también instruidas se estén pegando de esa forma?

El profesor de las chiquillas estaba junto a ellas y Ben Tahir le llamó al orden de manera inmediata.

– ¡Venga acá! Usted lo ha visto todo de cerca ¿Desea explicarme qué les sucede a mis hijas? ¿Por qué razón se pelean como salvajes?

– Señor… Es por una naranja.

– ¿Qué me está diciendo, profesor? Por una… ¿naranja?

– Como lo oye, señor. Por desgracia, el naranjo solo ha dado una esta temporada y las 2 desean quedársela. Ese es el motivo por el cual se han enzarzado en una violenta discusión.

– ¡Puesto que ya vamos a poner fin a esa tonta riña! ¡Coja ahora un cuchillo, divida la naranja en 2 partes precisamente iguales y fin de la cuestión!

– Mas, señor…

– ¡No se hable más! La mitad para cada una ¡Es lo más justo!

El profesor se distanció a paso acelerado y cogió la naranja de la discordia. Desenvainó una pequeña espada y de un golpe seco, cortó la naranja con un corte limpio en 2 mitades precisamente iguales, como le había ordenado Ben Tahir. Hecho esto, dio a cada niña su mitad.

El padre, a escasa distancia, observó la escena persuadido de que el inconveniente estaba arreglado, mas se extrañó cuando vio la reacción de sus hijas que, con los ojos llenos de lágrimas, se sentaron tristes y en silencio sobre la yerba.

Ben Tahir llamó nuevamente al profesor.

– ¿Qué les sucede a mis hijas? ¡Ya tienen lo que deseaban!

– No, señor… Perdone que se lo afirme, mas eso no es cierto. Realmente, su hija mayor deseaba comerse la pulpa, puesto que como sabe, adora la fruta. La pequeña, en cambio, solo deseaba la piel para hacer un pastel, puesto que es muy golosa y buena pastelera. Realmente, dividirla a la mitad no ha sido una buena solución.

– ¿De qué manera os atrevéis a decirme eso? Procuré hacer lo más justo ¡No soy adivino!

– Señor, la solución era sencilla: si les hubiese preguntado, le habrían contado cuáles eran sus deseos.

Y de esta forma fue como el bueno mas vehemente Ben Tahir se percató de que, ya antes de actuar, hay siempre y en todo momento que meditar las cosas y también informarse bien. Este cuento nos enseña que jamás debemos dar por cierto que lo sabemos todo ni tomar resoluciones que afectan a otros sin estar seguros de cuáles son sus sentimientos o bien creencias. Ya sabes: frente a la duda, pregunta.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

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