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La sospecha – Cenicientas.es

Hace muchos años, en China, un leñador perdió su hacha. Cuando se dio cuenta, se llevó las manos a la cabeza y se puso a gritar:


– ¡Oh, no, no puede ser! ¿Qué haré ahora? ¡Qué mala suerte!


Regresó a casa lamentándose y con lágrimas en los ojos. Justo cuando iba a atravesar la verja de su jardín, se cruzó con su vecino de siempre, un hombre muy simpático que vivía en la casa de al lado y que como toda vez que se hallaban, le saludó afectuosamente y con una sonrisa en los labios.


– ¡Buenos días! Hace ya tiempo que no te veo ¿De qué manera te va la vida?


– Bueno, no muy bien. He perdido mi hacha y no tengo dinero para adquirir otra ¡Imagínate qué fastidio!


– ¡Vaya, cuánto lo siento! Sé lo esencial que era para ti y para tu trabajo. Espero de corazón que la halles pronto, amigo mío.


El vecino se despidió y se aproximó a la puerta de su hogar. Su esposa, como cada tarde, salió a recibirle con un cariñoso abrazo. El leñador estaba observando esta escena tan romántica cuando de pronto, una idea comenzó a revolotear por su cabeza con tanta fuerza, que hasta comenzó a charlar en alto consigo mismo:


– ¿Va a haber sido quien me hurtó el hacha?… Me dio la sensación de que el día de hoy tenía una mirada extraña, como la de los ladrones cuando desean esconder algo. Pensándolo bien, asimismo su forma de charlar era diferente y parecía más inquieto que de costumbre.


El leñador, dándole vueltas al tema, empezó a caminar por los aledaños de su casa sin percatarse de que se adentraba nuevamente en el bosque. Iba tan abstraído que no era siendo consciente de cara dónde le llevaban sus pies. La sombra de la sospecha era cada vez mayor pues todo parecía encajar.


– Diría que hasta le tremían las manos y las ocultaba en los bolsillos a fin de que no lo notara. Sí, algo me afirma que mi vecino es culpable de algo… ¡Creo que fue quien me hurtó el hacha!


Su corazón latía a mil por hora, el enfado comenzaba a concomerle por la parte interior y sentía que debía vengarse de alguna forma ¡Ese tipo era un ladrón y debía abonar por esta razón!


Mientras estos oscuros pensamientos invadían su cerebro, algo sucedió: tropezó con un objeto duro que se interpuso en su camino, perdió el equilibrio y se cayó de bruces.


– ¡Aaaay! ¡Aaaay! ¡Menudo tortazo! ¡Maldita piedra!


Muy dolorido y con varios cardenales se incorporó difícilmente. Miró al suelo y se percató de que no era una piedra, sino más bien un palo de madera que sobresalía entre la yerba.


– ¿Mas qué es esto?… ¡Oh, no puede ser, qué buena suerte! ¡Es mi hacha!… ¡He tropezado con mi hacha!


Todavía medio confuso comenzó a anudar cabos y a sentir vergüenza de sí.


– ¡Vaya, qué malpensado soy! ¡Mi vecino es inocente! El día de ayer pasé por acá cargado de leña y debió desplomarse del carro en un desatiendo.


Se levantó, cogió la herramienta y se fue de allá meditando. Entendió que había sido un fallo sospechar de su afable vecino y culparle, sin ningún género de pruebas, de ser un ladrón. Su actitud había sido muy injusta y se prometió a sí mismo que nunca volvería a juzgar a absolutamente nadie con tanta ligereza.


Moraleja: Esta pequeña fábula nos enseña que en ocasiones la falta de confianza nos hace sospechar sin motivo de otras personas y ver cosas negativas donde no las hay. Ya antes de acusar a alguien de algo, hay que estar absolutamente seguro.

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