Saltar al contenido

La manchas del jaguar – Mundo Primaria

Portada » cuentos cortos infantiles para niños » cuentos populares del planeta » La máculas del jaguar

Cuenta una vieja historia legendaria que hace miles y miles de años, cuando aún no existía el humano, hubo un jaguar al que sucedió algo muy singular. ¿Deseas conocer su historia?

Parece ser que el animal era absolutamente feliz por el hecho de que estaba en buena forma física, tenía comestibles de más a su alcance, y se llevaba magníficamente con el resto de animales; además de esto, se sentía agradecido por poder despertarse cada mañana en uno de los lugares más bellos que uno podía imaginar: la fantástica península del Yucatán.

Como a todo buen felino le encantaba caminar por el bosque envuelto en la obscuridad de la noche y escalar la montaña a lo largo del día, mas sin duda su afición preferida era relamer su pelaje, tan amarillo y refulgente como el mismísimo sol. Para él era esencial sostenerlo limpio, no solo para sentirse más guapo y adecentado, sino más bien asimismo por el hecho de que era siendo consciente de que provocaba una gran admiración. Sí, alardeaba un tanto de pelo rubio, ¡mas es que se sentía tan orgulloso de él que no lo podía eludir!

———-

Una tarde de verano estaba durmiendo bajo un árbol de aguacate cuando de súbito se alteró al percibir unos ruidos muy, muy raros sobre su cabeza.

– ¿Qué ha sido eso?… ¿Quién anda por ahí perturbando el reposo del resto?

Miró cara arriba y contempló extrañado que las ramas se agitaban y parecían vocear. Abrió sus grandes ojos y al enfocar la mirada descubrió que se trataba de 3 monos que, para entretenerse, estaban compitiendo a ver quién arrancaba más frutos maduros en menos tiempo.

Entre sorprendido y disgustado les gritó:

– ¡Un respeto, por favor! ¿No veis que duermo la siesta justo acá abajo? ¡Dejad ese imbécil juego de una vez!

Los monos estaban pasándoselo tan bien, venga a reír y a saltar de una rama a otra, que no le hicieron caso omiso. En verdad, comenzaron a lanzar aguacates al aire para poder ver de qué manera se descuartizaban y lo salpicaban todo al chocar contra el suelo ¡Les parecía un juego divertidísimo!

El jaguar, que tenía una edad en la que no aguantaba ese género de estupideces, comenzó a perder la paciencia. Realmente serio, se puso a 4 patas, levantó la cabeza, y rugiendo les enseñó los colmillos a ver si se daban por mencionados. Nada, tal y como si no existiese.

– ¡Estoy harto de tanto alboroto y de que desaprovechéis el alimento de esa forma! ¡Poned fin a la fiesta o bien deberéis véroslas conmigo!

Por increíble que parezca ninguna amenaza surtió efecto y los monos prosiguieron a lo propio. Por poco tiempo, eso sí, puesto que la mala suerte deseó que uno de los aguacates se estrellase en el espinazo del jaguar. El golpe fue intenso y se retorció de dolor.

– ¡Uy, uy, menudo porrazo me habéis dado con uno de esos malditos aguacates!

Se palpó y apreció que la zona se estaba inflamando, mas lo más grave fue revisar de qué manera la pulpa se esparcía por su pelo tal y como si fuera manteca, formando un repulsivo pegote verde. El presumido felino se puso, jamás mejor dicho, hecho una fiera.

– No… no… no puede ser… ¡Termináis de destruír mi precioso y sedoso pelaje dorado, panda de inútiles!… ¡¿Quién ha sido el culpable?!

El mono que tenía las orejas más puntiagudas puso tal cara de pavor que solito se delató; el jaguar, con los nervios a flor de piel, reaccionó como acostumbran a hacer los jaguares cuando se enojan de verdad: pegó un salto enorme, y cuando estuvo a la altura del arrogante animal, levantó la pata derecha y le asestó un zarpazo en la barriga. La víctima gritó de dolor, mas afortunadamente la herida era poco profunda y pudo salvar el pellejo.

Para no tentar más a la fortuna, planteó la retirada inmediata a sus compañeros.

– ¡Chicos, veloz, debemos irnos!… ¡Hay que escapar antes que acabe con nosotros!

¡Dicho y hecho! Los 3 amigos bajaron del árbol y escaparon atemorizados campos a través. Lejos del riesgo, el mono herido afirmó a los otros dos:

– Sé que el jaguar no merecía percibir un golpe con el aguacate y que manché su bonito pelo, mas no hubo mala pretensión por mi parte ¡Le di involuntariamente y mirad lo que me ha hecho!

El mono mostró las marcas largas y ensangrentadas que las garras habían dejado sobre su piel.

– ¡No os podéis imaginar lo mucho que duele y escuece!… Francamente, creo que esto no se puede quedar de esta forma. Lo mejor es que vayamos a ver a Yum Kaax. ¡Él va a saber darnos el mejor de los consejos!

———-

Yum Kaax, dios protector de las plantas y los animales, vivía en la montaña y era muy querido por su bondad, sabiduría y afabilidad. Recibió a los 3 monitos con un sonrisa, los brazos abiertos y luciendo en la cabeza su propio tocado con forma de mazorca de maíz.

– Bienvenidos a mi hogar. ¿Exactamente en qué puedo asistiros?

El mono que había tenido la idea de pedir audiencia a la divinidad se excusó.

– Señor, perdone que le incordiemos a estas horas, mas hemos tenido un grave encontronazo con un jaguar.

– Está bien, apacibles, contadme lo sucedido.

El trío fue especificando la desapacible situación que había vivido minutos ya antes. Solamente concluir, el joven dios, ya sin la sonrisa en la boca, resolvió:

– Debo deciros que vuestro comportamiento ha sido penoso. ¡No se puede incordiar a el resto mientras que duermen, y naturalmente, tampoco es ético desaprovechar los aguacates que nos obsequia la tierra!… ¿Quizá no os han enseñado que está muy mal derrochar el alimento?

Los monos inclinaron la cabeza abochornados. Yum Kaax prosiguió con la regañina.

– A fin de que aprendáis la lección, a lo largo de un par de meses trabajaréis para mí limpiando los campos y recogiendo una parte de la cosecha de cereal. ¡Este año estamos desbordados y toda ayuda es poca!

Los 3 amigos abrieron la boca para protestar, mas el dios no les dejó.

– ¡No acepto protestas! Creo que va a ser una buena forma de que asimismo maduréis… ¡como los aguacates! ¡Ja ja ja!

Los monos no cogieron la gracia y solo el dios se rio de su chiste.

– Madurar… Aguacates… ¡Bah, ya veo que no lo habéis entendido! En resumen, prosigamos con el tema que nos ocupa.

Se quedó unos segundos meditabundos y decidió el castigo para el felino.

– Voy a dejar que volváis a subir al árbol y le lancéis varios aguacates al espinazo. Esta vez, merced a mis poderes mágicos, no le servirá de nada limpiarse y va a quedar marcado por siempre. Va a pagar con lo que ha hecho y de paso va a aprender a ser menos pedante.

El dios tomó aire y también hizo una advertencia:

– Debo deciros que hay 2 reglas que vais a deber respetar a toda costa: la primera, lanzar los aguacates cuidadosamente para no hacerle daño.

Los 3 monos afirmaron que sí con la cabeza.

– Y la segunda, han de ser aguacates muy maduros, de los que ya no se pueden comer pues están muy blandos y oscuros, a puntito de pudrirse. No le ocasionaréis dolor, mas su pelo va a quedar manchado para toda la vida pues lo decido .

Los monos admitieron las condiciones y tras agradecer a Yum Kaax se fueron directos al árbol de aguacate. Al llegar verificaron que el jaguar había ido a bañarse al río, con lo que aprovecharon su ausencia para esconderse entre las ramas. Desde allá le vieron volver, nuevamente con el pelo resplandeciente, presto a proseguir su plácida siesta.

El mono de orejas puntiagudas, que era el que dirigía la operación, murmuró a sus colegas:

– Ahí viene… ¡Preparemos el arsenal!

El jaguar, completamente extraño a lo que le aguardaba, se acostó sobre la yerba y se durmió. Cuando escucharon los resoplidos, los 3 primates cogieron múltiples aguacates blandengues, que por determinado ya olían bastante mal, y se los lanzaron sin contemplaciones. El atacado se despertó al instante y aterrado verificó de qué forma un montón de pulpa negra y viscosa llenaba de máculas su muy, muy fino y hermoso pelaje.

– ¡¿Mas qué pasa?!… ¿Quién me ataca?… ¡¿Qué es esta bazofia?!

El jefecillo, satisfecho con el resultado, se asomó entre las hojas y gritó:

– Cumplimos órdenes del dios Yum Kaax. De ahora en adelante, y descendientes luciréis manchas oscuras hasta el fin de los tiempos. Para ti, se terminó el alardear.

El jaguar corrió a lavarse al rio, pero por más que se puso a remojo, las máculas no se disolvieron. Cuando salió del agua comenzó a plañir de pura tristeza y no tuvo más antídoto que admitir el castigo impuesto por el dios.

Desde ese día, los monos tienen prohibido jugar a guerras de aguacates y todos y cada uno de los jaguares tienen máculas.

© Cristina Rodríguez Lomba

Licenciada en Geografía y también historia. Especialidad Arte Moderno y Moderno.

Registrado en SafeCreative.

Estos cuentos asimismo te pueden gustar:

¿Por qué razón los perros se huelen la cola?Lui el desobedienteEl monstruo del lagoEl hombre que deseaba ver el marLa Sirenita: cuento originalLa loteríaFlipbook not found

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)