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El koala y el emú

Al principio de los tiempos, el planeta Tierra era un genuino paraíso. Las aves, los animales terrestres y los del mar, vivían desentendidos y felices. Por fortuna, el planeta era amplísimo y podían permitirse el lujo de jugar y edificar sus hogares donde les apetecía. Asimismo había comida rebosante que garantizaba la nutrición de las crías y la supervivencia de las distintas especies. En lo que se refiere a la convivencia, era fantástica: como había espacio de más y comestibles para todos, absolutamente nadie se quejaba y todos se llevaban realmente bien.


Pero un día, absolutamente nadie sabe por qué, comenzaron a discutir unos con otros y se montó una bronca tremenda. Brotaron riñas entre leones y gacelas, monos y cuervos, marmotas y osos polares… Al final, terminaron todos enfrentados y faltándose al respeto. Los altercados llegaron a ser de semejante calibre que dejaron compartir el alimento, evitaban encontrarse en lugares comunes, e inclusive, muchos dejaron de dirigirse la palabra ¡Se cuenta que hasta hubo empujones y algún tirón de pelos! La situación se volvió insostenible.


El tiempo fue pasando y todos y cada uno de los animales se sentían muy incómodos y tristes. En el fondo de su corazón, creían que no era lógico vivir airados. A fin de que la paz reinase nuevamente, empezaron a organizar asambleas donde todos, desde los grandes elefantes a las débiles hormiguitas, fueron aportando ideas para solventar los enfrentamientos. Poquito a poco, a base de conversaciones, pactos y buenas formas, las disputas acabaron y al fin la armonía retornó a la Tierra ¡Había llegado el momento de que todos y cada uno de los animales se reconciliaran y fueran de nuevo amigos!


Bueno… Realmente, no todos se esmeraron por reparar las diferencias, pues en Australia, un animal muy soberbio y orgulloso, proseguía de pie de guerra. Se trataba de un emú, ave similar al avestruz, que se consideraba superior a el resto. Prácticamente jamás sonreía ni acostumbraba a charlar con absolutamente nadie, mas un día se halló con un apacible koala y la tomó con él. Se plantó a su lado y comenzó a decirle lo que pensaba.


– Semeja que ahora todos y cada uno de los animales vuelven a llevarse bien, mas creo que es preciso que alguien tome las bridas a fin de que no vuelva a haber inconvenientes. Debe haber líderes que manden sobre el resto de la fauna y ¿sabes qué? … ¡Creo que somos las aves quienes deberíamos ostentar ese poder!


El koala abrió los ojillos y sin mucho interés, le preguntó:


– ¿Ah, sí?… ¿Y eso por qué razón?


El emú se pavoneó delante de él creyéndose más que absolutamente nadie.


– En mi opinión, las aves somos veloces, inteligentes, especialistas cazadoras y además de esto, sabemos volar ¿Quién puede superar eso?


El koala, que era un ser más bien lento y con escasos reflejos, tardó en responder.


– En lo que se refiere a que sois completísimas, no te falta razón, mas opino que…


El emú dejó al pobre koala con la palabra en la boca y prosiguió con su perorata.


– ¡Calla, calla, eso no es todo! Te habrás fijado que, de todas y cada una de las aves, los emús somos de las más grandes, conque nuestra superioridad está bien clara sobre las águilas, que siempre y en todo momento van alardeando de que son las reinas ¡El mando nos toca a nosotros! ¡Los emús debemos regir el planeta!


El koala jamás había visto un animal tan orgulloso y también impertinente. Iba a pararle los pies cuando, de pronto, ante sus ojos sucedió algo insólito: el emú estaba tan lleno de orgullo que empezó a inflarse de forma desmandada hasta transformarse en un ave enorme y patosa que no sabía de qué manera manejar su cuerpo. En verdad, procuró volar cogiendo carrerilla, levantando las patas y tensando el cuello, mas fue imposible ¡Se había vuelto tan grande y pesado que sus alas no lograron levantarle un palmo del suelo! De un plumazo, su agilidad desapareció y su aspecto era el de un animal desmedido que se movía como un pato mareado.


A cientos y cientos de metros a la redonda se le escuchó plañir y a chillar, ahuyentado por su nueva apariencia, mas no sirvió de nada: nunca volvió a su tamaño original. El koala, atemorizado, escaló por un eucalipto y decidió no moverse de allá jamás más.


Desde entonces, como cuenta esta historia de leyenda, los emús sueñan con volar mas siempre y en toda circunstancia fracasan en el intento; en lo que se refiere a los koalas, se han amoldado a la apacible vida en las copas de los árboles, y prefieren observar a los emús desde lo alto a fin de que no les den la paliza.

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