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El burro y el lobo – Cenicientas.es

Había una vez un burro que se hallaba en el campo feliz, comiendo yerba a sus anchas y paseando reposadamente bajo el caluroso sol de primavera. De pronto, le pareció ver que había un lobo oculto entre los matorrales con cara de malas pretensiones.


¡Seguro que iba a por él! ¡Debía escapar! El pobre borrico sabía que tenía pocas posibilidades de huir. No había sitio donde ocultarse y si echaba a correr, el lobo que era más veloz le capturaría. Tampoco podía rebuznar para solicitar socorro por el hecho de que estaba demasiado lejos de la aldea y absolutamente nadie le oiría.


Desesperado empezó a meditar en una solución veloz que pudiese sacarle de aquel apuro. El lobo estaba poco a poco más cerca y no le quedaba bastante tiempo.


– ¡Sí, eso es! – pensó el burrito – Fingiré que me he clavado una espina y engañaré al lobo.


Y tal y como se le ocurrió, comenzó a caminar muy despacio y a cojear, poniendo cara de dolor y emitiendo pequeños quejidos. Cuando el lobo se plantó frente a él enseñando los colmillos y con las garras en alto presto a agredir, el burro sostuvo la calma y prosiguió con su actuación.


– ¡Uy, qué bien que haya aparecido, señor lobo! He tenido un accidente y solo alguien tan inteligente como podría asistirme.


El lobo se sintió halagado y bajó la guarda.


– ¿Exactamente en qué puedo asistirte? – afirmó el lobo, creyéndose de sobra preparado.


– ¡Fíjese qué mala suerte! – lloró el burro – Iba despistado y me he clavado una espina en una de las patas traseras. Me duele tanto que no puedo ni caminar.


Al lobo le dio la sensación de que no pasaba nada por echarle un cable al burro. Se lo iba a comer de todas y cada una formas y estando herido no podría escapar de sus fauces.


– Está bien… Voy a ver qué puedo hacer. Levanta la pata.


El lobo se puso tras el burro y se inclinó. No había indicio de la astilla por ninguna parte.


– ¡No veo nada! – le afirmó el lobo al burro.


– Sí, fíjate bien… Está justo en el centro de mi pezuña. ¡Uy de qué forma duele! Acércate más para verla con claridad.


¡El lobo cayó en la trampa! Cuando pegó sus ojos a la pezuña, el burro le dio una gran coz en el morro y salió pitando a cobijarse en la granja de su dueño. El lobo se quedó malherido en el suelo y con 5 dientes rotos por la patada.


¡Qué tonto se sintió! Creyéndose más listo que absolutamente nadie, fue engañado por un simple burro.


– ¡Me lo merezco pues sin tener ni la más remota idea, me lancé a ser sanador!


Moraleja:cada uno debe dedicarse a lo propio y no intentar hacer cosas que no sabe. Como afirma el refrán: ¡zapatero a tus zapatos!

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