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El avaro y el oro – Cenicientas.es

Había una vez un hombre tan avariento, que su mayor ilusión en la vida era tener riqueza para sentirse una persona esencial.


Un día decidió vender todo cuanto tenía; metió en un enorme saco sus posesiones y se fue a la urbe montado en su leal burrito. Al llegar, lo cambió todo por un reluciente lingote de oro ¡Ni tan siquiera sintió pena por deshacerse del burro, al que tanto deseaba! Lo esencial para él, era ser rico de veras.


Regresó a pie al paso que iba pensando exactamente en qué sitio ocultaría su valioso tesoro. Debía ponerlo a salvo de posibles ladrones. En su hogar ya prácticamente no tenía recursos pues había vendido casi todo, mas le daba igual… ¡Ese lingote merecía la pena!


Buscó esmeradamente un lugar conveniente y al final, en el jardín que rodeaba la casa, halló un orificio escondo tras una piedra.


– ¡Es el lugar idóneo para ocultar el lingote de oro! – pensó mientras que lo envolvía esmeradamente en un paño de algodón y lo metía en el hueco.


Aunque pensaba que nunca absolutamente nadie descubriría su secreto, no podía eludir estar intranquilo. Dormía mal por las noches y día a día, con los primeros rayos de sol, salía al jardín y levantaba la piedra para revisar que la pieza de oro proseguía en su sitio. Satisfecho, seguía con sus labores cada día. A lo largo de meses, actuó de igual modo cada mañana: se levantaba y también iba directo al orificio camuflado tras la roca.


Un vecino que acostumbraba a caminar por allá a esas horas, veía de qué forma todos y cada uno de los días el avariento levantaba una piedra del jardín y después se iba. Intrigado, decidió investigar qué era eso que tanto miraba. Con mucho sigilo se aproximó a la roca y para su sorpresa, descubrió un resplandeciente lingote de oro del tamaño de una pastilla de jabón. De forma rápida se metió el botín en un bolsillo y desapareció sin que absolutamente nadie le viese.


Cuando el avariento fue la mañana siguiente a ver su tesoro, el hueco estaba vacío.


– Oh, no… ¡Me han robado! ¡Me han robado! ¡Ya no soy un hombre rico! – se lamentaba – ¿Qué será de mí?…


Un campesino que oyó su lloro, se aproximó y le preguntó el motivo de su tristeza. Abatido le contó la historia. El campesino no pudo eludir decirle lo que pensaba.


– Te desprendiste de cosas que eran útiles para ti y las cambiaste por un lingote de oro inútil, tan solo por el placer de contemplarlo y sentirte rico y poderoso. Coge ese pedrusco gris que está al lado de tus pies, colócalo en el orificio y considera que es un pedazo de oro. Total, te va a valer para lo mismo, es decir… ¡para nada!


El avaricioso aceptó que se había equivocado. Ahora era más pobre que jamás mas cuando menos aprendió de su fallo y empezó a estimar las cosas esenciales de la vida.


Moraleja:debemos valorar las cosas que son útiles y nos hacen la vida más agradable. Amontonar riqueza, si no se goza, no vale de nada.

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