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El asno y el caballo – Cenicientas.es

Un asno y un caballo vivían juntos desde su infancia y, como buenos amigos que eran, empleaban exactamente el mismo establo, compartían la bandeja de heno, y se repartían el trabajo equitativamente. Su dueño era molinero, conque su labor diaria consistía en transportar la harina de trigo desde el campo al mercado primordial de la urbe.


La rutina era exactamente la misma todas y cada una de las mañanas: el hombre ponía un enorme y pesado saco sobre el espinazo del asno, y minutos después, otro igualmente enorme y pesado sobre el espinazo del caballo. Cuando todo estaba preparado los 3 abandonaban el establo y se ponían en marcha. Para los animales el recorrido era desganado y bastante duro, mas como su sustento dependía de cumplir órdenes sin chistar, ni se les pasaba por la psique lamentarse de su suerte.


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Un día, no se sabe por qué, el amo decidió poner 2 sacos sobre el espinazo de asno y ninguno sobre el espinazo del caballo. Lo próximo que hizo fue dar la orden de partir.


– ¡Arre, caballo! ¡Vamos, borrico!… ¡Daos prisa o bien vamos a llegar tarde!


Se adelantó unos metros y fueron siguiendo sus pasos, como siempre y en toda circunstancia con perfección acompasados. Mientras que andaban, por vez primera desde el momento en que tenía empleo de razón, el asno se lamentó:


– ¡Uy, amigo, fíjate exactamente en qué estado me encuentro! Nuestro dueño puso todo el peso sobre mi espalda y creo que es injusto. ¡Apenas puedo mantenerme de pie y me cuesta mucho respirar!


El pequeño burro tenía toda la razón: aguantar esa carga era imposible para él. El caballo, en cambio, avanzaba a su lado ligero como una pluma y sintiendo la perfumada brisa de primavera peinando su crin. Se sentía tan dichoso, le invadía una sensación de libertad tan grande, que ni se paró a meditar en el sufrimiento de su colega. En honor a la verdad, hasta se sintió molesto por el comentario.


– Sí amiguete, ya sé que el día de hoy no es el mejor día de tu vida, pero… ¡¿qué puedo hacer?!… ¡Yo no tengo la culpa de lo que te pasa!


Al burro le sorprendió la indiferencia y poca sensibilidad de su compañero de fatigas, mas estaba tan estresado que se atrevió a solicitarle ayuda.


– Te suplico que no me tergiverses, amigo mío. Por nada del planeta deseo fastidiarte, mas lo cierto es que me vendría de perlas que me echases una mano. Me conoces y sabes que no te lo solicitaría si no fuese totalmente preciso.


El caballo dio un respingo y puso cara de sorpresa.


– ¡¿Disculpa?!… ¡¿Me lo dices de verdad?!


El asno, ya medio mareado, creyó que estaba en la mitad de una pesadilla.


– ‘No, esto no puede ser real… ¡Seguro que sueño y pronto voy a despertar!’


El sudor comenzó a caerle a chorros por el pelaje y apreció que sus grandes ojos almendrados comenzaban a virar cada uno de ellos cara un lado, totalmente desmandados. Segundos después todo se volvió turbio y se quedó prácticamente sin energía. Debió hacer un esmero exorbitante para continuar pidiendo socorro.


– Necesito que me asistas pues yo… no puedo, amigo, no puedo continuar… Yo me… yo… ¡me marcho a desmayar!


El caballo resopló con fastidio.


– ¡Bah, venga, no te pongas trágico que tampoco es para tanto! Te recuerdo que eres más joven que y estás en plena forma. Además de esto, para un día que me libro de cargar no llevaré una parte de lo tuyo. ¡Sería un estúpido perdido si lo hiciese!


Bajo el sol ardiente al pobre asno se le doblaron las patas tal y como si fuesen de gelatina.


– ¡Ayuda… ayuda… por favor!


Fueron sus últimas palabras ya antes de desmoronarse sobre la yerba.


¡Blooom!


El dueño, hasta ese instante extraño a todo cuanto ocurría tras de sí, escuchó el estruendos sueco que hizo el animal al caer. Atemorizado se viró y vio al burro inmóvil, tirado con la panza cara arriba y la lengua fuera.


– ¡Oh, no, mi querido burro se ha desplomado!… ¡Pobre animal! Debo llevarlo a la granja y informar a un veterinario cuanto antes, mas ¿de qué forma puedo hacerlo?


Hecho un manojo de nervios miró a su alrededor y detuvo la mirada sobre el caballo.


– ¡Ahora que lo pienso te tengo a ti! Tú vas a ser quien me asista en esta bastante difícil situación. ¡Venga, no perdamos tiempo, agáchate!


El desconcertado caballo obedeció y se tumbó en el suelo. Entonces, el hombre puso sobre su espinazo los 2 sacos de harina, y seguidamente arrastró al burro para acomodarlo asimismo sobre la montura. Cuando tuvo todo bien atado le dio unas palmaditas cariñosas en el cuello.


– ¡Ya puedes ponerte de pie!


El animal puso cara de pavor frente a lo que se aproximaba.


– Sí, ya sé que es mucho peso para ti, mas si deseamos salvar a nuestro amigo solo podemos hacerlo de esta forma. ¡Prometo que te retribuiré con una buena ración de forraje!


El caballo soltó un relincho que sonó a quejido, mas de nada sirvió. Le gustara o bien no, debía efectuar la senda de regreso a casa con un cargamento exorbitante sobre la espalda.


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Gracias a la veloz resolución del molinero llegaron a tiempo de que el veterinario pudiese reanimar al burro y dejarlo como nuevo en pocas horas. El caballo, por contra, se quedó tan hecho polvo, tan dolorido y tan enclenque, que tardó 3 semanas en recobrarse. Un tiempo durísimo en el que asimismo lo pasó mal a nivel sensible pues se sentía muy culpable. Tumbado sobre el heno del establo lloraba y repetía sin parar:


– Por mi mal comportamiento prácticamente pierdo al mejor amigo que tengo… ¿De qué forma he podido portarme de este modo con él?… ¡Debía haberle ayudado!… ¡Debía haberle ayudado desde el comienzo!


Por eso, cuando se reunieron nuevamente, con mucha humildad le solicitó perdón y le prometió que nunca volvería a ocurrir. El burro, que era un buenazo y le quería locamente, admitió las excusas y lo abrazó más fuerte que jamás.


Moraleja: Esta fábula nos enseña lo esencial que es cuidar, respetar y acompañar a quienes amamos no solo en los buenos tiempos, sino más bien asimismo cuando atraviesan un mal instante en su vida.No olvides jamás el sabio refrán español: ‘Hoy por ti, mañana por mí’.

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