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El árbol que no sabía quién era – Cenicientas.es

Había una vez un jardín muy precioso en el que medraban todo género de árboles fantásticos. Ciertos daban enormes naranjas llenas de exquisito jugo; otros muy ricas peras que parecían azucaradas de tan dulces que eran. Asimismo había árboles llenos de dorados melocotones que hacían las exquisiteces de todo aquel que se llevaba uno a la boca.


Era un jardín inusual y los frutales se sentían muy felices. No solo eran árboles sanos, robustos y hermosos, sino además de esto, generaban las mejores frutas que absolutamente nadie podía imaginar.


Sólo uno de esos árboles se sentía muy desdichado por el hecho de que, si bien sus ramas eran grandes y muy verdes, no daba ningún género de fruto. El pobre siempre y en toda circunstancia se quejaba de su mala suerte.


– Amigos, todos estáis cargaditos de frutas estupendas, mas no. Es injusto y ya no sé qué hacer.


El árbol estaba muy deprimido y todos y cada uno de los días repetía exactamente la misma canción. El resto le apreciaban mucho y también procuraban que recuperara la alegría con palabras de ánimo. El manzano, por poner un ejemplo, acostumbraba a insistir en que lo esencial era centrarse en el inconveniente.


– A ver, compañero, si no te concentras, jamás lo lograrás. Relaja tu psique y también procura dar manzanas ¡Me resulta sencillísimo!


Pero el árbol, por más que se quedaba en silencio y trataba de imaginar verdes manzanas naciendo de sus ramas, no lo lograba.


Otro que de manera frecuente le consolaba era el mandarino, quien además de esto insistía en que probase a dar mandarinas.


– Puede que te resulta más simple con las mandarinas ¡Mira cuántas tengo ! Son más pequeñas que las manzanas y pesan menos… ¡Venga, haz un esmero a ver si lo consigues!


Nada de nada; el árbol era inútil y se sentía fatal por ser diferente y poco productivo.


Un mañana un búho le escuchó sollozar agriamente y se posó sobre él. Viendo que sus lágrimas eran tan rebosantes que parecían gotas de lluvia, creyó que algo verdaderamente grave le pasaba. Con mucho respeto, le habló:


– Disculpa que te moleste… Mira, no sé mucho sobre los inconvenientes que tenéis los árboles mas acá me tienes por si acaso deseas contarme qué te pasa. Soy un animal muy observador y tal vez pueda asistirte.


El árbol suspiró y confesó al ave cuál era su dolor.


– Gracias por interesarte por mí, amigo. Como puedes revisar en este jardín hay cientos y cientos de árboles, todos bonitos y llenos de frutas increíbles salvo yo… ¿Quizá no me ves? Mis amigos insisten en que intente dar manzanas, peras o bien mandarinas, mas no puedo ¡Me siento frustrado y enojado conmigo por no ser capaz de crear ni una simple aceituna!


El búho, que era muy sabio entendió el motivo de su pena y le afirmó con firmeza:


– ¿Deseas saber mi opinión franca? ¡El inconveniente es que no te conoces a ti! Te pasas el día haciendo lo que el resto desean que hagas y en cambio no escuchas tu voz interior.


El árbol puso cara de extrañeza.


– ¿Mi voz interior? ¿Qué deseas decir con eso?


– ¡Sí, tu voz interior! Tú la tienes, todos la tenemos, mas debemos aprender a escucharla. Ella te afirmará quién eres y cuál es tu función en este planeta. Espero que medites sobre ello por el hecho de que ahí está la contestación.


El búho le guiñó un ojo y sin decir ni una palabra más levantó el vuelo y se perdió en la lejanía.


El árbol se quedó meditando y decidió proseguir el consejo del inteligente búho. Aspiró de forma profunda múltiples veces para liberarse de los pensamientos negativos y también procuró concentrarse en su voz interior. Cuando logró desconectar su psique de todo cuanto le rodeaba, escuchó por fin una vocecilla dentro de él que le susurró:


– Cada uno de ellos de nosotros somos lo que somos ¿De qué forma pretendes dar peras si no eres un peral? Tampoco vas a poder jamás dar manzanas, puesto que no eres un manzano, ni mandarinas por el hecho de que no eres un mandarino. Tú eres un roble y como roble que eres estás en el planeta para cumplir una misión diferente mas muy importante: acoger a las aves entre tus enormes ramas y dar sombra a los seres vivos en los días de calor ¡Ah, y eso no es todo! Tu belleza contribuye a alegrar el paisaje y eres una de las especies más admiradas por los científicos y botánicos ¿No piensas que es suficiente?


En ese instante y tras muchos meses, el árbol triste se alegró. La emoción recorrió su leño por el hecho de que por fin entendió quién era y que tenía una bella y esencial tarea que cumplir en la naturaleza.


Jamás volvió a sentirse peor que el resto y consiguió ser realmente feliz el resto de su larga vida.

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